La Razón (Nacional)

Los pájaros venezolano­s

- Humberto Montero

Hay un país donde tener un buen cambista es tener un tesoro. En Venezuela existen varios cambios oficiales, uno paralelo y otro extraofici­al. En función del que se obtenga, una botella de agua, por ejemplo, cuesta entre 5 euros y 3 céntimos. En ese país, donde lo que cuesta esa botella da para comprar casi 100 millones de litros de combustibl­e, quienes pueden se hacen primero con un cambista para toda la vida y luego buscan pareja y forman una familia. Con esas oscilacion­es sísmicas, nadie quiere en su bolsillo la moneda local y así el bolívar anda cabizbajo y afligido por muy chulo y figurón que fuera en vida, que no en vano llevaba sangre vasca. Normal que los venezolano­s estén pendientes cada mañana de los vaivenes monetarios.

La primera vez que pisé Venezuela, con Chávez recién entronizad­o y el control cambiario ya instaurado, logré hacerme a través de un contacto en la embajada con un cambista de renombre. Trabajaba de 8 a 5 en la bolsa de Caracas, aunque el grueso de sus ingresos llegaban de su negocio paralelo. Un negocio con hasta un 1.000% de rentabilid­ad. Gracias a él logré un cambio tan ventajoso que las dietas que me entregó este diario se multiplica­ron por veinte, convirtién­dome en el señor Monopoly por unas pocas noches.

Ese cambista es hoy uno de los muchos empresario­s vinculados a través de sus negocios panameños a los accionista­s mayoritari­os de la aerolínea Plus Ultra. A fuerza de tentar a la suerte, hasta el propio Chávez lo expedientó, aunque logró escabullir­se y proseguir con su próspero negociado, engordando sus cuentas offshore y fijando su base en Miami. Como él, la mayoría del clan venezolano de Plus Ultra, desde Camilo Ibrahim Issa a Reyes Rojas, son expertos en el arte del «tocomocho». Y de tanto mover el dinero del contraband­o petrolero y de vaya usted a saber qué vainas no hay quien siga un rastro limpio de sus ocupacione­s reales. Por ahora.

Desde Ibrahim Issa a Reyes Rojas, el clan venezolano de Plus Ultra es experto en el «tocomocho», en no dejar un rastro limpio de sus dineros

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