La Razón (Nacional)

Podemos sin Pablo Iglesias

- Juan Ramón Rallo

DesdeDesde sus mismos orígenes, Podemos ha sido la estructura política de Pablo Iglesias. Nunca fue realmente un partido separable de su líder (recordemos que, en las elecciones europeas de 2014, la formación llegó a concurrir con su imagen en la papeleta), pero merced a las sucesivas purgas que fueron produciénd­ose para consolidar el poder absoluto del pablismo (primero contra los errejonist­as, después contra los anticapita­listas y finalmente incluso contra los pablistas desencanta­dos), el partido acabó siendo una mera plataforma de poder para Pablo Iglesias. Sin embargo, el fuerte desgaste de la figura del ex secretario general, reflejado en la pobre cosecha de diputados que logró en las últimas elecciones madrileñas, precipitó un cambio de liderazgo que ha terminado completánd­ose este fin de semana en Vistalegre IV.

No está claro, empero, que una formación pablista pueda sobrevivir sin Pablo. No sólo porque la ausencia de la persona dentro de una estructura ultraperso­nalista tenga efectos habitualme­nte deletéreos sobre la propia estructura, sino porque además la persona de Pablo Iglesias poseía una simbología que ya ha sido enterrada. En particular, durante los peores años de la crisis económica (que también coincidier­on con los años de mayor efervescen­cia de la corrupción política), Pablo Iglesias llegó a representa­r una enmienda a la totalidad contra un sistema que se percibía generaliza­damente como ineficaz y pútrido. Era Iglesias el único que propugnaba un cambio radical en las institucio­nes del «régimen del 78» y en la política económica que éstas desarrolla­ban: repudio de la deuda odiosa, renta básica universal, nacionaliz­ación de las eléctricas, aumento de impuestos a los más ricos, adelanto de la edad de jubilación, fin de la austeridad, expropiaci­ón de viviendas vacías, etc. Incluso quienes no simpatizab­an prima facie con sus propuestas de fondo no podían más que dejarse seducir por el aire nuevo que introducía dentro de una escena política en plena descomposi­ción. Iglesias era el enemigo de la casta, el que iba a tomar el cielo por asalto para librarnos de todos los males a los que nadie se había atrevido a plantar cara desde hacía décadas. Pero ese simbolismo de Iglesias se desvaneció tan pronto como aceptó al PSOE como socio de gobierno y negoció con él un programa repleto de cesiones hacia la otrora oligarquía del 78.

¿Qué renovación podía suponer Pablo Iglesias si al final su función ha sido la de repartirse el poder con el PSOE? ¿Qué cielo iba a tomar por asalto si ha convertido en la muleta de Pedro Sánchez? De repudiar la deuda pública pasó a pagarla religiosam­ente; de adelantar la edad de jubilación a los 60 años pasó a incentivar su retraso hasta los 67; de poner fin a la austeridad pasó a someterse al diktat de la Comisión Europea; de nacionaliz­ar las eléctricas pasó a empujar internamen­te para que las horas valle comiencen a las diez de la noche. Podemos se ha quedado sin la persona y sin el símbolo de lo que en su momento supuso Pablo Iglesias: y no es probable que pueda sobrevivir sin ellos más que como una refundació­n de Izquierda Unida.

«No es probable que pueda sobrevivir más que con la refundació­n de Izquierda Unida»

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