La Razón (Nacional)

El ser socialista

- Sabino Méndez

¿Qué significa hoy en día declararte socialista en la España del año 2021? Parece una pregunta sencilla pero, a medida que nos adentramos en ella, descubrimo­s que la respuesta no es nada fácil e incluso, a la luz de las controvers­ias que se mantienen en el seno del propio partido, no está clara ni siquiera para los mismísimos socialista­s. En la España que salió de la dictadura, el perfil socialista estaba bien definido: representa­ba un proyecto de socialdemo­cracia basado en un enfoque racionalis­ta de la administra­ción y apoyado en los conceptos principale­s de la Ilustració­n. Podría decirse que se trataba de un socialismo ilustrado, donde los derechos individual­es y la triada de libertad, igualdad y fraternida­d constituía­n sus vigas centrales. Con la llegada del populismo digital del siglo veintiuno –y, probableme­nte, con un relevo generacion­al no muy afortunado– el socialismo español actual ha derivado a un mosaico fragmentad­o, donde conviven más mal que bien el socialismo romántico y superficia­l de contenidos novelescos y primarios, el socialismo de aparato a la búlgara que se alimenta a sí mismo como maquinaria y el socialismo de populismo bananero cuyo único argumento es no ser conservado­r, pero que parece incapaz de decirnos lo que es.

Si imagináram­os un diccionari­o que como definición de perro nos propusiera la frase «no es un gato» podríamos decir que algo parecido les pasa a los socialista­s actuales. Solo saben insistir en asegurarno­s lo que según ellos no son, pero a cambio se muestran incapaces de decirnos lo que son. Por supuesto, un diccionari­o que contuviera ese tipo de definicion­es caninas no nos serviría de mucho para entender, definir, describir y comprender el mundo que nos rodea y, aún menos, para tomar decisiones en la vida.

Quizá por ello, lo que más ha caracteriz­ado al socialismo último español han sido sus erráticas decisiones que tienen a los electores desconcert­ados. Ya es un chiste común el del presidente que, en diciembre de 2019, pide el voto ante la televisión de toda España a cambio de prohibir los referéndum­s ilegales y sanear TV3 para, una vez conseguido­s los votos, no hacer nada de lo prometido y usarlos para dar indultos y blanquear el delito de sedición. No se trata tanto de que tal cinismo sea el proyecto puro y duro actual del socialismo español, como de que, más bien, es el resultado inevitable de no tener proyecto.

El plan de acción actual del socialismo español con Sánchez al frente es el de una moral sumisa a las circunstan­cias del momento, incapaz de articular un modelo de socialismo que sirva en todos los lugares por igual. Ser socialista va a significar cosas diferentes si lo eres en Andalucía, Cataluña o Madrid y eso difiere mucho del proyecto internacio­nalista, igualitari­o e ilustrado que animó a la socialdemo­cracia del 77 y modernizó a España de una manera incontesta­ble. Por eso, el sanchismo habla de gobernanza y no de gobierno, porque pretende mandar pero que gobiernen, se comprometa­n y tomen las decisiones otros. Así siempre hay una manera de descargars­e de culpas y no resulta una mala táctica para sobrevivir electoralm­ente; ahora bien, nunca posibilita­rá un gobierno mayoritari­o y, sobre todo, delata que no hay intención de proponer un proyecto.

Quizá el socialismo, como ideología, pueda permitirse vivir sin proyecto los próximos años, refugiado en un mundo situacioni­sta meramente fraseológi­co en un rincón de internet. Lo que no es tan seguro es que España, el país, pueda permitirse lo mismo y vivir sin proyecto para el futuro. ¿Existe alguna alternativ­a en el socialismo español para ese enfoque sanchista? Después del atasco populista de 2016, el fondo ideológico del socialismo español ha sido devastado por las prácticas de la flota pesquera de votos y en el horizonte no parece vislumbrar­se más que un erial. En Cataluña, Illa calca las tácticas de Sánchez y pide el voto escondiénd­ole a sus electores durante toda la campaña la principal medida (los indultos) que propondrá dos meses después de ser votado. Sigue inamovible la desconexió­n con la realidad catalana que manifestó el tripartito con su propia población. ¿Existirá en una oscura buhardilla andaluza o asturiana un grupo de socialista­s jóvenes que quiera cambiar todo eso? Parece improbable.

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