La Razón (Nacional)

«Lehitraot», primer ministro

Los israelíes dicen adiós al que ha sido su «premier» durante los últimos 12 años. Defensores y detractore­s recuerdan al «Rey Bibi»

- O. Laszewicki -

Muchos israelíes, incrédulos, bucean atrás en el tiempo. La fecha señalada, 2009: el año en que Benjamin Netanyahu recuperó el cargo de primer ministro de Israel. Hay toda una generación que, para bien o para mal, sólo reconoce a su país liderado por el «Rey Bibi».

Espontánea­mente, ayer, en las horas previas a la votación definitiva del «gobierno del cambio» que liderarán Naftali Bennet y Yair Lapid, se extendió una tendencia en redes sociales. Cientos de personas colgaron en sus perfiles su estatus vital en el año 2009: joven estudiante de arquitectu­ra; soldado de combate en las Fuerzas de Defensa de Israel; muchacha festiva que se atiborraba de chupitos en los pubs de Tel Aviv…

«Ahora celebramos», destacaba en mayúsculas un letrero que portaba una manifestan­te ayer, ataviada con la camiseta de «Crime Minister» (ministro criminal). Pertenecía al grupo que se concentró cada sábado frente a la residencia oficial en Jerusalén para exigir la renuncia de Netanyahu por sus causas judiciales. Pero en la letra pequeña del cartel, aclaraba: «El lunes continuare­mos luchando contra la ocupación y el racismo, y en favor de la igualdad, la justicia y la vida compartida». Para sus detractore­s, «Bibi» logró postergars­e en el poder usando el clásico «divide y vencerás». Históricam­ente, siempre hubo profundos debates sobre el carácter del estado judío, pero jamás se respiró el ambiente de odio y división social que caracteriz­aron los últimos tiempos. Además, le achacan dejar un legado de profundas desigualda­des sociales, el estancamie­nto del status quo en el conflicto con los palestinos –antes de su reelección en 2009 prometió liquidar definitiva­mente a Hamás–, o una retórica considerad­a racista hacia los árabes, especialme­nte durante las campañas electorale­s.

Sus seguidores defienden la otra cara de la moneda. Pese a los tres duros cierres generales por la pandemia del coronaviru­s, Netanyahu zanjó prematuram­ente un acuerdo con Pfizer para traer las ansiadas vacunas a Israel. Gracias a la campaña exprés, el país ya ha dejado definitiva­mente atrás la pandemia que sacudió al mundo. También alaban su proyección exterior, y en especial la firma de los «Acuerdos de Abraham» del año pasado, que supusieron la normalizac­ión de relaciones con EmiratosÁr­abesUnidos,Bahréin, Sudán y Marruecos.

Bajo la mesa, se extienden las relaciones estratégic­as con Arabia Saudí, haciendo valer el lema de «el enemigo de mi enemigo es mi amigo». La lucha compartida contra el régimen de los ayatolás en Irán, así como la creciente cooperació­n en materias económicas y de seguridad, acercaron a «Bibi» y al príncipe heredero saudí, Mohamed Bin Salmán.

Para la analista Tal Schneider, del «Times of Israel», el fin de la era Netanyahu supondrá también un vuelco generacion­al. «Será reemplazad­o por una nueva generación de líderes que intentó aplastar, pero fracasó. La coalición entrante supone un cambio de guardia, con jóvenes líderes que en algunos casos fueron sus aprendices», dijo refiriéndo­se a figuras como Bennet, su número dos Ayelet Shaked, o Avigdor Liberman (Israel Beitenu). «Logran ahora sus puestos gracias a él (Bibi), pero también a pesar de él». Para la experta, Netanyahu fracasó en dar crédito a los logros de sus socios, y fue incapaz de delegar responsabi­lidades. «La centraliza­ción del poder y el egocentris­mo han jugado un rol fundamenta­l en su relevo», finalizó.

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