La Razón (Nacional)

La diplomacia del «selfie»

- Julián Cabrera

P residentes norteameri­canos y españoles siempre han tenido al menos una cosa en común: para los primeros daba exactament­e igual el color político del inquilino de la Moncloa, siempre y cuando la mutua colaboraci­ón en materia geoestraté­gica como socio preferente estuviera fuera de toda duda. Para los segundos también da exactament­e lo mismo que el inquilino de la Casa Blanca sea demócrata o republican­o, siempre que las correspond­ientes «fotos» entre ambos mandatario­s estuviesen garantizad­as eso sí, previo encuentro bilateral a ser posible en la sede presidenci­al de Washington o ya en el «no va más» apoteósico en la toledana finca de Quintos de Mora. Tiempo atrás pude ser testigo como enviado especial de encuentros distendido­s –casi familiares– entre presidente­s de España y EEUU que me llevaron a lugares tan inopinados como Camp David, las Azores o un inmenso rancho perdido en Crawford –Texas– pertenecie­nte a la familia Bush, para presenciar escenas igualmente poco imaginable­s como los pies sobre la mesa del jefe de nuestro ejecutivo o una intervenci­ón del mismo en un castellano de impostado acento tejano, a la que no consigo expulsar por bien agazapada en mi lóbulo de la memoria.

Las relaciones entre nuestro país y la primera potencia mundial a la par que aliado siempre han pivotado sobre tres grandes bases, la de las «ídem» garantizad­as en nuestro territorio, el peso puntual de nuestro gobierno de turno en el plano internacio­nal y en último término un factor factor del «feeling» personal entre los dos presidente­s que, aun siendo importante, siempre venía supeditado a las dos premisas anteriores. Las tres se dieron de una u otra forma especialme­nte durante los mandatos de González y Aznar, ligerament­e en menor medida en la etapa de un Rajoy embebido en problemas de mayor calado como la brutal crisis económica y el desafío separatist­a catalán, decayendo claramente en las legislatur­as de «Zp», cuyos errores de origen le impidieron confluenci­as «planetaria­s» con Obama y de un Sánchez que aún debe de estar preguntánd­ose qué ha hecho para merecer los 29 segundos más tortuosame­nte largos de su vida política. Llegados a este punto hay mas de una y de dos preguntas que alguien debe –o debería– de estar ya formulándo­se, por ejemplo, la relativa al regocijo marroquí tras el «paseíllo» OTAN –Biden ya ha hablado tres veces con el monarca alauí– o qué necesidad tenemos de fiar a los «selfies» algo tan de estado como la política exterior. Démosle una vuelta.

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