Por qué el Rey
Ha llegado el séptimo aniversario real y a Su Majestad no se le han ahorrado disgustos, con esta idea de alguno/a de mezclarlo en el lodazal de los indultos. A nadie se le oculta que es misión de Don Felipe sancionar las leyes. Tan deber suyo es poner pie en pared cuando la Constitución es amenazada, como firmar el indulto de unos golpistas, que es exclusiva responsabilidad del Gobierno.
No conviene hacer del monarca una figura politizada. De hecho, ahora que está de moda ponerse de republicano, interesa recordar que la principal ventaja de la Corona es su carácter supra partididista. España tiene dos importantes fuerzas centrífugas: el excesivo enfrentamiento entre derechas e izquierdas (por anticuada que resulte ya la división) y la tensión territorial. El Rey es un cemento que contribuye a la cohesión. No es diestro ni siniestro, castellano ni catalán, externo ni mediopensionista. La Corona ampara a todos, porque no nace de la partitocracia. Se perpetúa además en el tiempo de una manera anormal, casi mágica, en una estirpe al albur, de padres a hijos, garantizando la asepsia con respecto a los intereses ideológicos y una estabilidad fabulosa en el tiempo. Se quejan Iglesias o Rufián de que no pueden ser reyes (¡gracias al cielo!) y de que es antidemocrático heredar el cargo. Como si democrático fuese sólo lo que se vota, como si la familia no fuese democrática, ni lo fuesen los jueces –que acceden por oposición–. Es perfectamente democrática una Constitución con una forma de Estado monárquica, como tienen los británicos, pero
en España es, por demás, extremadamente práctico que al menos haya una instancia en que no reine la batalla cainita.
La Monarquía, en fin, es barata, entre otras cosas porque evita la constante convocatoria de elecciones presidenciales. Si alguien alberga dudas sobre su conveniencia, limítese a imaginar como posibles presidentes españoles a los líderes del equipo contrario. Si es usted del PSOE, piense en Aznar o Rajoy. Si es del PP, a Iglesias o Zapatero, y así sucesivamente. ¡La de peleas y disgustos que nos estamos evitando con la Corona!
A Don Felipe hay que agradecerle una impagable labor diplomática por el mundo, donde saben que España tiene Rey y, en cambio, nadie sabe el nombre del presidente alemán. También un trabajo incesante de estímulo social: recepciones empresariales, eventos culturales, premios y constantes apretones de manos y sonrisas incansables. El Rey y la Reina trabajan en silencio, la mayor parte de las veces a la sombra, para que los españoles se ilusionen, sean reconocidos en sus esfuerzos, se vean amparados en las tragedias o experimenten la solidaridad del resto de españoles que no podemos ir a verlos en un terremoto o una inundación.
Ayer escuché al Monarca decir que «estos tiempos demandan gran responsabilidad, sentidodeldeberyfirmevoluntaddeservicio a la comunidad en bien del interés nacional». Él ha sido un ejemplo. Alabó el Estado de derecho y la Constitución, que tan bien defendió en el procés, y subrayó que los valores democráticos «son la mejor garantía contra la imposición o el enfrentamiento». Me quedo con esta frase: «Siempre avanzaremos máslejos,másseguros,másfuertes,sivamos juntos, si sumamos todos fortaleciendo de esa manera nuestra cohesión como país». Pues claro. A veces, lo grande es sencillo ¡Menudas ganas las de algunos, al poner en solfa algo que por fin nos funciona!