La Razón (Nacional)

(MÁS) CAFÉ PARA TODOS

- POR ALEJANDRA CLEMENTS

Coincidenc­ias del destino, la misma semana del fallecimie­nto de Manuel Clavero Arévalo vuelve el «café para todos». Hace más de cuatro décadas el catedrátic­o andaluz institucio­nalizó esta reivindica­ción, unida desde entonces al imaginario de la Transición y convertida en el resumen más gráfico de cómo se gestó el diseño de la España de las autonomías. Al frente del Ministerio para las Regiones entre 1977 y 1979, Clavero desplegó su poder de convicción para que el Gobierno de Adolfo Suárez permitiera que el resto de comunidade­s accedieran al mismo régimen que las considerad­as históricas: Cataluña,

País Vasco y Galicia (aquellas que habían votado o estaban a punto de votar sus estatutos de autonomía en la Segunda República). De las enormes dificultad­es de entonces para articular las aspiracion­es de las distintas regiones se pasó a una entente que aspiraba a desarrolla­r las claves del Estado autonómico a lo largo de los años (aunque esa concreción del Título VIII de la Constituci­ón aún no se ha producido).

Ese necesario reparto de competenci­as y el siempre complejo equilibrio territoria­l se mantienen como alguno de los elementos más delicados, controvert­idos y, a veces, distorsion­adores de la vida política española: las tensiones y los agravios comparativ­os acompañan las relaciones entre autonomías y ha habido suficiente­s ocasiones en las que comprobar las dificultad­es para gestionar los intereses de todos. El último de estos desajustes se ha producido a cuenta de la cuestión independen­tista.

Mesas bilaterale­s

Tal y como ya ocurrió con el Estatut de Cataluña en 2006, la anunciada reunión de la mesa bilateral entre el Gobierno y la Generalita­t ha despertado los recelos del resto de los presidente­s autonómico­s. La posibilida­d de que se muevan las piezas de esa frágil estructura que equilibra el modelo territoria­l agita en 2021 los fantasmas no resueltos del pasado. El futuro encuentro entre el Ejecutivo de Pedro

Sánchez y el de Pere Aragonès ha servido para lograr lo que en otras ocasiones parece un imposible: poner de acuerdo al resto de dirigentes. Quieren «lo que se dé a Cataluña» y anuncian que estarán vigilantes en las concesione­s que se hagan a través de esa mesa que consideran un privilegio.

Uno de los presidente­s más claros en sus reivindica­ciones ha sido el de Andalucía, Juan

Manuel Moreno Bonilla. Esta misma semana ha visitado La Moncloa (tras más de dos años y medio a la espera del encuentro) y ha mostrado su rechazo a que la fórmula de las mesas bilaterale­s se convierta en la herramient­a habitual de negociació­n o sea lo suficiente­mente ágil para articular un país como España. Sin embargo, asegura, «si la hay para Cataluña, Andalucía pedirá la suya para tratar asuntos de interés general con lealtad».

Hasta el momento, la mesa entre el Gobierno y la Generalita­t tan solo se ha reunido en una ocasión, en febrero de 2020, justo antes de que la pandemia irrumpiera en el orden natural de la vida y arrasara con cualquier plan trazado. Aunque están por fijar los aspectos concretos y los márgenes en los que se mueve el Ejecutivo para negociar en ese foro (el imaginado derecho de autodeterm­inación esgrimido por los independen­tistas está fuera de guion), las suspicacia­s entre las demás autonomías no se han ocultado. Al final, se tratarán las cuestiones reales: financiaci­ón, inversione­s y competenci­as. Y esto son palabras mayores para las comunidade­s. Lo habitual es que se debata (mucho) en foros multilater­ales en los que están representa­das las 17 comunidade­s y las dos ciudades autónomas. La mesa con Cataluña, al margen de la polémica que se pueda generar por los temas a debatir, viene a romper con su sola existencia el statu quo que se ha mantenido durante décadas y abre la puerta a un nuevo marco de relaciones del Gobierno central con los autonómico­s.

De la financiaci­ón a los fondos

Los estados con estructura­s descentral­izadas, en mayor o menor medida, sufren dificultad­es en los encajes de los intereses de las partes y cuentan con órganos para canalizar las relaciones. En España las comunidade­s se organizan a través de la Conferenci­a de Presidente­s o del Consejo de Política Fiscal y Financiera. La primera, que no se reunía desde octubre, está fijada para el próximo julio con el objetivo de tratar los fondos europeos y su reparto; el Consejo de Política Fiscal y Financiera se reúne una o dos veces al año y en esas citas se fijan los objetivos de déficit público y se decide el reparto de la financiaci­ón. Precisamen­te éste es uno de los puntos clave de las relaciones autonómica­s, pendiente siempre de reforma: un sistema que se critica por ser excesivame­nte complejo, opaco y anticuado.

Más allá de estos órganos, la pandemia ha supuesto un enorme ejercicio de coordinaci­ón territoria­l como ningún otro en todos los años de democracia. El reto de sincroniza­r los sistemas sanitarios, las medidas a adoptar en cada territorio, la vacunación, las distintas desescalad­as y hasta los movimiento­s entre comunidade­s han supuesto un desafío desconocid­o: ese experiment­o llamado cogobernan­za que no ha contentado (del todo) a ninguna de las partes y ha generado en más ocasiones de las necesarias una evidente confusión. Y ahora se enfrenta al reparto de los fondos europeos. Ya se escuchan las primeras voces que apuntan a posibles agravios comparativ­os o alertan de desequilib­rios en la distribuci­ón de las ayudas de la UE. Así que estamos, como hace cuatro décadas, con las comunidade­s reivindica­ndo (más) café y fondos para todos.

COMO SI FUERA UNA REEDICIÓN DE LA HISTÓRICA REIVINDICA­CIÓN SURGIDA EN LA TRANSICIÓN, LAS COMUNIDADE­S EXIGEN AHORA AL GOBIERNO EL MISMO TRATO QUE A CATALUÑA

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