La Razón (Nacional)

«Rocío Jurado era un personaje encantador con muchas aristas, perdida en sus contradicc­iones no asumidas, quizá por su propia sexualidad»

«Jesús por Mariñas, memorias desde el corazón», así se llama el libro que aparece el día 23 y en el que rememora 60 años de profesión. En este capítulo descubre a la Jurado y cómo vivió la relación de Rocío Carrasco y Antonio David

- Jesús MARIÑAS

Es marzo de 2020, han declarado el estado de alarma. No hay ningún evento al que asistir. Estoy encerrado en casa. A veces hasta me olvido de que no me he afeitado. Pero me acuerdo de otras cosas… Visitaba a menudo a Rocío Jurado. En la casa de La Moraleja nos sentábamos en unas clásicas sillas de mimbre blanco. Me recibía peinada y con un juego de brazos teatral y espléndido. Apenas pasados unos minutos, la estrella se deshacía en madre: lo que interesaba a Rocío Jurado no era que la asumiera como artista, que ya lo sentía, sino intervenir por su hija, igual que si rezara al Jesús del Gran Poder, de cuerpo presente. (...) Fue mi hermana. Es uno de esos personajes que enhebra los años setenta con el siglo XXI y que sigue viva después de muerta.

El rumor de un triángulo amoroso masculino

Rocío era un personaje aparenteme­nte encantador con muchas aristas, perdida en sus contradicc­iones no asumidas, quizá por su propia sexualidad. Las estimulaba, las alimentaba y las creaba, posiblemen­te porque no le interesaba dar a conocer cuál era su verdadero yo. Daba una imagen de mujer imponente, cuando realmente era tímida e insegura. Estábamos ante una figura con luces y sombras, sobre todo por las relaciones íntimas. Tanto ella como Pedro Carrasco se metieron en jardines. No digo que no se enamorasen, pero también les interesoci­al interesoci­al y profesiona­lmente estar juntos. No recuerdo todos los nombres que se le atribuían a Pedro, de manera tal vez ficticia. Es que no soy el Espasa, soy el espeso. Hay episodios que en su día conocí, me importaron y los archivé. Se llegó a hablar entre los periodista­s de un triángulo amoroso masculino… Cotorreos al cabo. Al final, Rocío y Pedro se separaron porque lo que no puede ser es imposible y lo que es imposible no puede ser. No lo precipitó ninguna infidelida­d, la convivenci­a se les hizo insoportab­le. Soportable de cara al público, pero íntimament­e imposible. Por una infidelida­d no se suele romper. Si interesa la otra persona, acabas echándotel­a a la espalda, dices: «Bueno, ha sido un desliz, un tropezón lo tiene cualsó Aunque el amor de la vida de Rocío fue Pedro, a pesar de todo.

A Ortega Cano le impuso la boda porque sabía que al torero le apetecía casarse con ella para presumir y alardear de estar unido a la más grande. Estaba bastante harta de ser objetivo de críticas y elogios, se encogió de hombros y dijo: «Qué más da, voy a hacerlo feliz». Le dio esa satisfacci­ón. Ortega estaba deslumbrad­o por la estrella, como lo estábamos todos. También se les acabó el amor de poco usarlo. Iban a separarse poco antes de que supiera que estaba malita. Al final, no fueron ellos, se encargó la enfermedad y la muerte.

–Me da igual lo que esté pasando. A esa no, que la he parío yo. Y venga y venga con lo de «la he parío yo».

–Pues bueno, la has parido tú y mira cómo ha salido –no pude contenerme–. Pero, ¿no te das cuenta de lo que está pasando? Hablaba de su hija Rocío Carrasco y del que fue su marido, Antonio David Flores. El tiempo, que siempre tiene la razón, me la ha dado, claro. Ya me hubiera gustado contar maravillas de aquel matrimonio, yo no exageraba ni deformaba, me limitaba a contar lo que había. Rocío Jurado, aparte de personaje, fue una amiga muy querida con la que acabé a matar por culpa de lo que escribía sobre el que fue su yerno. Veía el aprovecham­iento que le sacó él a aquel emparejami­ento: empezó a colaborar en las television­es y a ser noticia. Ya convivían de novios, algo que, en aquel momento, siendo hija de quien era, resultó sorprenden­te, casi una afrenta para la familia. Porque la Jurado presumía de «mi Virgen de Regla», cogiéndose la imagen de una medalla que colgaba de su cuello. (...) Pero a lo que iba, a ella le produjo picores aquella convivenci­a prenupcial. Antonio David supo encandilar a Rocío Carrasco y su madre no lo entendió ni, sobre todo, la abuela Rosario, que como era mujer experiment­ada y curtida, veía más allá de lo que alcanquier­a».

«A Ortega Cano le impuso la boda porque sabía que el torero quería casarse con ella para presumir de estar con la más grande»

zaba Jurado. (...) Rocío Jurado lo abominaba, no escondía el rechazo. Acabó tan cansada del asunto que un día, en presencia de María Teresa Campos, se arrodilló ante mí para pedirme que no hablara mal de su hija. La reina ante uno de sus súbditos. «Levántate y anda, Rocío», debí decirle. Recuperamo­s nuestra amistad. Y en eso llegó Fidel Albiac, un personaje que mueve sus hilos en la oscuridad e intenta tratarnos como la marioneta del cartel de «El padrino», y que no influyó a la hijísima para bien a mi entender. Me acostumbré, me rendí o me convencí, aunque no era partidario de ese hombre, para no romper con Rocío Carrasco, a la que idealizába­mos equivocada­mente. Al final, con Fidel o sin Fidel, el lazo que nos unía se rompió. Resulta increíble comprobar cómo viven de la teta de la matriarca. Todos. Seguirán explotando la leyenda, y a lo mejor la auténtica leyenda no es la que cuentan. ¿Qué ha hecho Rocío Carrasco? Bajo mi punto de vista, nada, mientras Amador Mohedano vende burras que luego se quedan en burritas. Nos preguntába­mos qué se podía esperar de Rocío Carrasco, una madre que no se hablaba con sus hijos. Me parece más increíble eso que un hijo no le hable a una madre. Una madre lo es caiga quien caiga. No existe un amor comparable. Me parece extraordin­aria la posibilida­d de la mujer de tener hijos, que no es poca cosa, joder, ya nos gustaría a nosotros. Ella ha contado su versión, aunque nos había prometido que «nunca jamás» hablaría de sus cosas. A Rociíto la conozco desde antes de nacer, la he visto crecer, multiplica­rse y desmadrars­e. Estamos en el «más madera que es la guerra» de los hermanos Marx: cuanta más leña se le echa al fuego, mejor para ellos.

Rocío Jurado y yo encontrába­mos cualquier pretexto para telefonear­nos tres o cuatro veces al día. Como a tantos otros, la conocí después de criticarla en varias ocasiones por sus desfases y exageracio­nes al actuar, que no al cantar. Tuvimos nuestras palabritas. Se considerab­a pluscuampe­rfecta, le molestaban mucho las objeciones, esperaba un «adoremos te Cristo» y «bendecimos te». Y hacía bien. A fin de cuentas, ella defendía lo suyo y yo lo mío. Pero nunca acabé de entender esa molestia si hacía algún comentario que me parecía razonable. (...) Fui de Barcelona a Madrid para asistir a su boda con Pedro Carrasco y también estuve en la de Chipiona, Shipiona, como ella decía. Su muerte fue una tragedia y lo que siguió, todo un drama.

Botellas de alcohol en la suite de Nueva York

La verdad es que lo repienso ahora y me animo por lo divertido que fue el viaje a Nueva York en el que acompañé al cuarteto formado por Rocío Jurado, Ortega Cano, Rocío Carrasco y Antonio David Flores. Me río todavía por sus comportami­entos, que parecían sacados de películas de Paco Martínez Soria. Rocío recogía un premio, estábamos en otoño y encontré una excusa perfecta para visitar una ciudad que me enamora, he llegado a ir hasta cinco veces en un año. Tanto el torero como el ex guardia civil encontraba­n todo muy llamativo, nuevo, sorprenden­te, ambos se descubrier­on muy catetorros. No estaban viajados. Su ruta se concentrab­a en Madrid, Sevilla y el Rocío. Les vino muy grande y eso facilitaba situacione­s descacharr­antes. Compartíam­os hotel. Yo iba siempre al mismo, frente al

Madison Square Garden, muy céntrico, enorme, con mil doscientas habitacion­es, de los años veinte. Me encantan los hoteles decadentes y aquel respiraba decadencia pura. A Antonio David no le gustó demasiado, hubiera preferido un Hilton, algo más modernito. Yo iba a mi bola, no estaba dispuesto a cargar con los novatos. El primer día me bajé caminando a las ocho de la mañana para llegar a tiempo a la apertura del Century, donde vendían ropa de marca a precios bajos, un outlet de cuando aún no se estilaban. Era una delicia pasearte por los percheros sin las aglomeraci­ones de las horas punta. Rocío apenas se dejó ver, estaba nerviosa, intranquil­a por si no gustaba como en España. Lo solía hacer cada vez que presentaba un espectácul­o. Necesitaba concentrac­ión, se encerraba en su cuarto y únicamente salía para los ensayos. Cuando vio el entusiasmo de la gente, se calmó al fin. Además, parecía enfadada e incómoda con Antonio David así que fue Ortega Cano el que hizo de protector del muchacho. Eso de que el torero tiró los tejos a su yerno alguien se lo ha inventado. Algo tenía que hacer para no dejarlo al margen, digo yo. Rocío Carrasco también estaba absorta en una ciudad que te envuelve y aumenta el estado de excitación si vas a esos tiendones con precios ridículos. Ortega llevaba un maletín negro donde guardaba el dinero, parecía un ejecutivo despistado. Pero, ¿dónde iba con ese maletín? La viva imagen de un paleto. Elio [mi marido] y yo fuimos a recoger a Rocío a la suite donde se quedaban todos, pasamos sin imaginar lo que nos encontrarí­amos: botellas de alcohol medio vacías repartidas por la estancia. No serían para ella, pensamos, aunque tomaba una copa de vez en cuando, o más de dos. Disfrutaba con los traguitos, no perdía ocasión de hacerlo, pero no esa cantidad de botellas. Alguien se las había bebido. Podemos imaginar quién. La resaca debe durarle todavía.

«En el viaje a Nueva York Rocío Jurado parecía enfadada con Antonio David, así que Ortega Cano hizo de protector»

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ELIO VALDERRAMA Jesús Mariñas junto a Antonio David y Rocío Carrasco en un viaje que hicieron a Nueva York
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Rocío Jurado no solo tenía una voz imponente sino también un físico extraordin­ario
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