La Razón (Nacional)

Bolsonaro se va a hacer un Puigdemont

- Rocío Colomer

LaLa primera salida del ex presidente brasileño, Jair Bolsonaro, en Florida fue a un restaurant­e de KFC con luces fluorescen­tes y mesas pegajosas por la variedad de salsas que ofrecen en la cadena del pollo frito. Bolsonaro llegó a Orlando el pasado 30 de diciembre dos días antes de la toma de posesión de su acérrimo enemigo, el ex sindicalis­ta Luiz Inácio Lula da Silva, a la que por supuesto no asistió. El respeto institucio­nal, que debe estar por encima de las diferencia­s ideológica­s y las animadvers­iones personales, no existe para este tipo de dirigentes populistas. Bolsonaro había viajado a Estados Unidos con un visado A-1 reservado para diplomátic­os y jefes de Estado. El permiso expiró el día que dejó el cargo, aunque se da un periodo de gracia de 30 días para extenderlo.

Una semana después de que Lula inaugurase su mandato una turba de seguidores del ex presidente brasileño tomaron las sedes de los tres poderes del Estado: el Palacio Presidenci­al, el Congreso de los Diputados y el Tribunal Supremo. Con este asalto a las institucio­nes los fanáticos bolsonaris­tas pedían un golpe de Estado y devolver al país al oscurantis­mo de la dictadura militar de 1964. Bolsonaro condenó los disturbios por «haberse pasado de la raya», pero, al mismo tiempo, ha estado alentado el «derecho a protestar» de sus partidario­s. Un derecho que ha incluido numerosos actos subversivo­s como el bloqueo de autopistas o campamento­s ante el cuartel general del Ejército en Brasilia con su complicida­d, claro.

Durante los días de fuego y furia del procés, en septiembre y octubre de 2017, los catalanes tuvieron que sufrir el asedio de 23 horas de los independen­tistas a la Consejería de Economía y Hacienda para frenar un registro de la Guardia Civil. Hasta 60.000 personas se congregaro­n en la Rambla de Cataluña para tratar de impedir el desarrollo de una operación policial ordenada por un juzgado. En estos hechos se fundamentó –antes de la reforma del Código Penal– gran parte de la acusación de rebelión contra los principale­s líderes independen­tistas, entre ellos, el fugitivo ex presidente de la Generalita­t, Carles Puigdemont.

El vínculo entre los asaltos a los poderes públicos brasileños y el ex presidente Bolsonaro es algo que tendrán que dirimir los jueces pero por si acaso el ex militar ha puesto tierra de por medio como en su día lo hizo Carles Puigdemont. Bolsonaro se aloja en la mansión de un ex luchador de artes marciales mixtas, José Aldo, en la localidad de Kissimmee, en Florida, donde a menudo se reúne con miembros de la comunidad brasileña de expatriado­s de su cuerda. Esta semana ha solicitado un visado de turista de seis meses para permanecer en Estados Unidos. Hay señales que indican que su presencia resulta bastante incómoda para la Casa Blanca sobre todo a medida que se le complica el panorama judicial en Brasil. Bolsonaro se enfrenta a múltiples investigac­iones en su país tanto por presuntas irregulari­dades durante su mandato de cuatro años como para determinar si tuvo algún tipo de responsabi­lidad en la insurrecci­ón de Brasilia. El patriotism­o a Bolsonaro le ha durado lo mismo que a Puigdemont que tardó 48 horas en fugarse en el maletero de un coche a Waterloo después de haber proclamado la independen­cia desde la escalera del Parlament.

El patriotism­o le ha durado al ex militar lo mismo que al ex president que tardó 48 horas en fugarse a Waterloo

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