Amélie Nothomb: en el nombre, a lo grande, del padre
La escritora firma una de sus obras más rotundas y redondas al evocar la figura paterna y la dura historia que acompaña su biografía
Vaya por delante la pasión de quien esto escribe por cada entrega anual de Nothomb. Confesada mi rendición absoluta, me atrevería a decir que esta es su «nouvelle» más pura, honesta y hermosa que ha escrito hasta ahora, y aquella en la que ha logrado reinterpretarse a sí misma a partir de la piedra roseta que nos faltaba: la figura de su padre. En este corto aliento narrativo al que nos tiene acostumbrados, cede la voz a su progenitor para edificar un luto de trampantojo. Conoceremos la vida de este diplomático criado en un entorno de aristócratas venidos a menos hasta el nacimiento de su hija, deteniéndose en su dura infancia marcada por la indiferencia de su madre, los mimos de unos abuelos y la tiranía del padre de su padre, o su fobia a la sangre, hasta la toma de rehenes en el Congo, donde casi pierde la vida delante de un pelotón de fusilamiento.
Armada de una sensibilidad mágica y un humor lleno del tacto que la distingue de otros narradores, Nothomb siempre es fiel a su estilo en esa búsqueda de la sencillez y, sobre todo, de la claridad que no resulta nada fácil, en tanto que es inseparable de una elevada exigencia moral. No nos miente cuando destila tanta elegancia como travesura en una historia de aprendizaje (se burlaría del término «bildungsroman») en la que nos sumerge en las contradicciones que rigen su propio clan. Con el humor por montera, hace las paces con su propia sangre cuando el círculo vital se cierra en una frase final donde anuncia el nacimiento de la propia Amélie. Maravillosa.