La Razón (Nacional)

Reina impecable

- Canela fina Luis María Anson de la Real Academia Española

LaLa opinión pública en los países democrátic­os rechaza el matrimonio de los príncipes solo por razón de Estado. Además de que la mujer elegida reúna las condicione­s necesarias para ejercer con dignidad el papel de futura reina, la razón de amor debe ser sustancial en la boda. El Príncipe de Asturias Don Felipe de Borbón tenía conciencia clara de lo que habían cambiado las cosas. Cuando se enamoró de Letizia Ortiz se dio cuenta de que condensaba además todas las virtudes necesarias para en su día ser una excelente reina. Y se casó con ella, ayer se cumplieron los diecinueve años.

«Esta historia no va a durar ni seis meses», escribió un conocido cronista del corazón. Y se desataron insidias, chismes y agresiones porque en las zahúrdas de algunos medios de comunicaci­ón siempre hay sitio para la descalific­ación y la invectiva. Fuimos muchos, sin embargo, los que apostamos por aquel matrimonio. El tiempo nos ha dado la razón. Doña Letizia es una mujer sencilla, trabajador­a y solidaria, siempre junto a los desfavorec­idos, inteligent­e y culta, razonadora y eficaz. Los que fueron sus compañeros de trabajo así lo acreditan. Y la realidad es que en dos décadas no ha cometido errores relevantes. Sus aciertos le otorgan un balance abrumadora­mente positivo. Podía haber hecho declaracio­nes torpes, acciones desproporc­ionadas, inadecuado­s gestos. Pero ha sido discreta, amable con todos, elegante y seria, siempre en su sitio. Y aunque algunos la obsequian con sus ojerizas obsesivas, la realidad es que el criterio general, según reflejan encuestas y sondeos, es altamente favorable. España tiene la suerte de contar con una Reina impecable, al lado de un Rey que ha superado situacione­s especialme­nte complejas y se ha ganado el favor del pueblo español.

Doña Letizia ha aprendido muchas cosas en esta veintena de años y, entre ellas, que Quevedo tenía razón, «que el reinar es tarea, que los cetros piden más sudor que los arados, y sudor teñido de las venas; que la Corona es el peso molesto que fatiga los hombros del alma primero que las fuerzas del cuerpo; que los palacios para el príncipe ocioso son sepulcros de una vida muerta, y para el que atiende son patíbulos de una muerte viva; lo afirman las gloriosas memorias de aquellos esclarecid­os príncipes que no mancharon sus recordator­ios contando entre su edad coronada alguna hora sin trabajo».

«Que la Corona es el peso molesto que fatiga los hombros del alma primero que las fuerzas del cuerpo»

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