La Razón (Nacional)

La pasión Gala

Toca despedir a un monumento del siglo XX español. Hacía años que el cáncer le retiró de la escena pública, de la que se fue tras una entrevista de su periodista fetiche, Jesús Quintero. Atrás queda su poesía, su teatro y sus libros

- Pepe Lugo.

LaLa muerte le ha llegado a Antonio Gala (Braza-tortas, (Braza-tortas, 1930) casi en-vuelto en-vuelto en las brumas del olvido. Ya hacía va-rios va-rios años que el cáncer le retiró de la escena pública y se despidió de la vida con una memorable entre-vista entre-vista realizada por su periodista fetiche, Jesús Quintero. Un docu-mento docu-mento mordaz, con cierto cinis-mo, cinis-mo, la verdad, pero cargado de esa ironía tan andaluza con la que en-frentarse en-frentarse a la muerte en el sur. En « No os preocupéis conozco la sa-lida», sa-lida», que así se llamó el largo diá-logo diá-logo emitido por Canal Sur, con-firmó con-firmó que no le temía a la muerte porque cuando esta llegaba el ser humano ya se había marchado antes. Ingenioso y profundame­n-te profundame­n-te atractivo cuando tenía que ha-blar, ha-blar, Gala se transformó durante esos minutos en aquel niño que en la Córdoba de los años treinta escribió su primera narración para que su padre le levantara el castigo por haberle hablado mal a su ama. Se trataba de la historia de un gatito, pero le sirvió para salir de la habitación donde estaba recluido y también para algo más útil. Entendió que la literatura ser-vía ser-vía para algo positivo.

El niño universita­rio

A los catorce años pronunció su primera conferenci­a y siendo solo un adolescent­e ingresó en la Universida­d Universida­d de Sevilla, donde sus compañeros mayores que él lo adoptaron como una especie de mascota parlanchin­a. Por contentar contentar a su padre estudió las carreras carreras de Derecho, Filosofía y Letras, Ciencias Políticas y Económicas, Económicas, para luego presentars­e a las oposicione­s a Abogado del Estado. Exhausto por vivir «una vida que no era la suya», decidió entrar como novicio en la Cartuja de Jerez donde permaneció unos meses hasta que el prior le conminó conminó a marcharse: «Tu voz no puede ser nuestro silencio», contó contó que le dijeron en el monasterio. Desde entonces decidió dedicarse dedicarse por entero a la escritura.

Arrancaban los años sesenta y logró hacerse un hueco en la escena escena española con « Los verdes campos campos del edén» (1963), Premio Calderón Calderón de la Barca; « Los buenos días perdidos» (1972), Premio Nacional Nacional de Literatura; « Las cítaras colgadas de los árboles» (1974), «¿Por qué corres Ulises?» (1975) o Petra Regalada (1980). Durante ese tiempo se convirtió en el principal principal dramaturgo, aclamado por la crítica y aplaudido por los pro

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EFE Antonio Gala fue un cordobés de corazón y universal en sus palabras
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