La Razón (Nacional)

Dos enfermeros hermanados por la zona cero

► María Ángeles y Alfonso, sanitarios del Summa 112, estuvieron en Atocha aquel día. Ya no trabajan juntos, pero cada 11M se acuerdan uno del otro

- J. V. Echagüe.

NadaNada más verse este pasado jueves en la base del Summa 112, en el madrileño barrio de los metales, Alfonso y María Ángeles se funden en un prolongado y profundo abrazo. Siguen siendo compañeros del Cuerpo sanitario madrileño, pero cada uno vive en una punta, y sus destinos laborales tampoco coinciden. «No nos vemos todo lo que nos gustaría», dice María Ángeles Almazán, hoy enfermera enfermera del Vehículo de Intervenci­ón Rápida (VIR) del Summa en la localidad de Valdemoro. Sin embargo, cada 11 de marzo, durante las dos últimas décadas, se escriben. Es algo casi instintivo. Hay muchas cosas que, cuando llegaron a la base aquella mañana de hace veinte años, sobre el papel una jornada más, desconocía­n que iban a suceder. Y una de ellas era que, al terminar el día, aquellos dos compañeros que se conocían de unos pocos meses acabarían hermanados. «Tengo a una hermana para el resto de mi vida, y ella me tiene de hermano», comenta por su parte Alfonso Chamarro, hoy enfermero en el Centro Coordinado­r del Summa.

Apenas eran unos veinteañer­os entonces. Unos «críos» de 25 y 26 años. Aunque, en el fondo, todos lo éramos aquel día. Los madrileños nos sentimos indefensos. Jamás nos habíamos enfrentado a semejante barbarie... y los profesiona­les sanitarios tampoco. Pero mientras nosotros estábamos pendientes de las television­es, radios y webs, ellos se adentraban en el epicentro histórico del terrorismo en España, aunque aún no lo supieran.

Algunos de los escasísimo­s chispazos de fortuna de la mañana fueron, primero, que en el Summa coincidier­on el turno entrante con el saliente, por lo que los efectivos estaban al máximo. Además, por localizaci­ón, tardaron poco más de cinco minutos en llegar a la estación de Atocha. Apenas dos kilómetros separaban la zona cero de los atentados de la base situada en la calle Antracita. La jornada de María Ángeles y Alfonso empezaba antes de las 8:00 horas. Si hubiera sido un día normal, habrían partido a su puesto habitual, en dirección al Centro del Summa en El Molar. Sin em

«Desde 2004 la tengo de hermana para el resto de mi vida. Y ella tiene a un hermano »

bargo, nada más llegar, vieron a sus compañeros corriendo de un lado para otro en el garaje. Mala señal. «Ha ocurrido algo en Atocha», les dijeron. Summa movilizó 18 UVIs móviles, siete vehículos de intervenci­ón rápida, los dos helicópter­os, ocho unidades de atención domiciliar­ia y cinco vehículos con material extra.

«No sabían si era una colisión o una explosión. Tampoco sabíamos el número de heridos. No estaba claro. Sí que nos dijeron que nos dirigiéram­os a Atocha y que subiésemos por Méndez Álvaro, porque la Policía nos había abierto un camino», dice María Ángeles. Alfonso recuerda un detalle que le indicó que, fuese lo que fuese lo que había ocurrido, era algo grande. Un policía les preguntó si se dirigían a Atocha o a Santa Eugenia. Los enfermeros desconocía­n que se hubiera producido allí otra explosión. «Ni siquiera eran dos puntos que estuvieran cerca. Ahí entendimos que no solo se había dado una situación. Había más».

Lo primero que le llamó la atención a María Ángeles fue encontrar el vestíbulo de la estación del AVE de Atocha absolutame­nte vacío. Sin vida. Los hilos musicales de las tiendas aún sonaban, los cafés de las cafeterías estaban a medio beber sobre las mesas... «Era como una película de miedo. Todo era silencio. Había policías al fondo que te decían: ‘‘¡Por aquí!’.’ Cogimos todo lo que pudimos: la mochila pediátrica, el respirador...». «El camino que recorrimos entre la estación del AVE y la del Cercanías, que es donde ocurrió el atentado, fue lo más impactante. Estábamos solos. Hubo sensación de miedo porque no sabíamos a lo que nos estábamos enfrentand­o», apunta Alfonso.

«¡Corra más!»

Los peores temores se confirmaro­n poco después, tras una segunda explosión. «¡Corra más, señorita! ¡Corra más!», le dijo a María Ángeles un policía que iba detrás de ella. «Yo lo intentaba, pero no me daban las piernas, por mucho que quisiera. Llevaba mucho peso encima». No había tiempo para recuperars­e. Ya en el exterior, en la glorieta de Carlos V, comenzaron a tratar a los primeros heridos. En principio, eran los leves. Sin embargo, ya entonces, constataro­n que presentaba­n heridas graves. «Un policía municipal nos informó después de que la zona ya era segura y que podíamos bajar a las vías, que era donde estaban los pacientes más graves», señala Alfonso.

Fue ahí cuando bajaron al andén. En lo primero que repararon fue en los boquetes abiertos en los trenes. «Camine, camine, señorita. Aquí no hay nadie», le dijo un bombero a María Ángeles. «Mi labor era la de triaje, clasificar a los pacientes. Me hizo mucho más fácil mi trabajo», reconoce. La coordinaci­ón entre distintos cuerpos ante una situación inédita fue providenci­al aquellas horas. Además, la presencia tanto de la Policía como del Cuerpo de Bomberos dio a los sanitarios una tranquilid­ad difícil de canalizar en aquellos momentos críticos.

«Era como una zona de guerra. Había un número de pacientes graves tan elevado que no nos daba tiempo a visualizar demasiado el entorno. Íbamos de un paciente a otro, porque muchos gritaban pidiendo un médico», recuerda Alfonso.

De aquella incursión, María Ángeles recuerda caras, nombres, frases... «Son momentos en los que no sabes si tú estabas ayudando a los heridos, o ellos a ti. Había un señor que tenía toda la cara que mada. Y me dijo: ‘‘¡Y nos lo queríamos perder!’.’ También hizo algún comentario del tipo: ‘‘Y yo con estos pelos’.’ Me empecé a reír. Y era un señor que estaba grave. Espero que se recuperase».

El último herido al que trasladaro­n fue a las 10:20 horas. En algo más de dos horas, su trabajo había concluido. Fue otra de las contadísim­as lecturas positivas de aquel día. Madrid contaba con profesiona­les de primera línea capaces de responder con celeridad ante una desgracia de tal magnitud. Pero también reseñan la solidarida­d de los madrileños. «Había pacientes graves en hospitales que se fueron a su casa de alta voluntaria para dejar su espacio», dice Alfonso. «En la primera llamada, preguntand­o por las camas libres disponible­s, el número era pequeñito. Veinte minutos después, eran más del triple. Gente que estaba pendiente de operarse se fue a su casa. Todas las camas de UCI se vaciaron».

En algún punto de Atocha, María Ángeles y Alfonso perdieron el contacto. La enfermera recuerda que, cuando lo volvió a ver, en la base de la calle Antracita, «se me cayó absolutame­nte todo. Me abrazó, me dijo que estuviera tranquila, que no pasaba nada. Fue un momento muy complicado para mí». En realidad, el día acababa de empezar para ellos. Su labor continuaba lejos del horror de Atocha. Aunque hubo compañeros que les dijeron que se fueran a casa a descansar y que ya les cubrían ellos, María Ángeles y Alfonso fueron a El Molar a hacer su turno habitual. Como si nada hubiera ocurrido.

Durante aquellas horas que pasaron en Atocha, los sanitarios no tenían tiempo para pensar en nada, salvo en una cosa: reducir los tiempos de respuesta lo máximo posible. Fueron los días posteriore­s cuando empezaron a digerir lo ocurrido. Cada uno necesitó su tiempo. «Todas las personas que estuvimos trabajando ese día tuvimos repercusio­nes psicológic­as. Algunos más, otros menos. Tuve compañeras, por ejemplo, que no pudieron comer carne durante meses», dice María Ángeles.

«Los días posteriore­s no nos dio mucho tiempo a pensarlo», relata Alfonso. Yes que, de manera inmediata,el Su mm a 112 montó puestos de atención para los familiares de las víctimas en todos los tanatorios de Madrid. «Prolongamo­s nuestra asistencia sanitaria. En los entierros había crisis de ansiedad, mareos, situacione­s muy dramáticas», añade Alfonso. Así, «de cara al público, no podíamos mostrarnos demasiado afectados. Necesitaba­n una respuesta por nuestra parte. Teníamos que aguantar el tipo para atenderlos de la mejor manera posible. Parecer duros».

Una experienci­a así, ¿te reafirma en tu profesión o, por el contrario, te hace replantear­te tu trabajo? «Decidimos que este era nuestro pan de cada día. Y así lo hemos hecho en estos veinte años. Me gusta mucho mi trabajo. Es donde quiero estar», dice María Ángeles.

«Nos preparamos para esto»

«Hay pequeños momentos de crisis. Meses posteriore­s al atentado podías tener una llorera que no puedes controlar y de la cual no sabes el motivo», explica Alfonso. Las conversaci­ones con los compañeros sobre lo ocurrido fueron

«Todos tuvimos repercusio­nes psicológic­as. Pero estuvimos donde decidimos estar»

de mucha ayuda. «Al compartirl­o, veías que no eras el único. Pero es lo que dice mi compañera. En situacione­s como la que vivimos, te reafirmas. Elegimos ser enfermeros y cuidar a los pacientes en cualquier tipo de situación». De hecho, hay compañeros que no trabajaron aquel 11M, por turno, por vacaciones u otros compromiso­s, y que lamentan no haber podido estar. «Al final, nos preparamos para situacione­s como la que vivimos. Para ellos, era casi peor el pesar de no haber estado allí, que el que pudiéramos sentir nosotros por enfrentarn­os a lo ocurrido».

Este 11 de marzo toca mensajears­e de nuevo. «Es mi ángel de la guarda», dice María Ángeles. «Ahora la tengo de hermana para el resto de mi vida», se reafirma Alfonso. Como dice el sanitario, todos los 11M, «la primera imagen que se me viene a la cabeza es la de ella a mi lado. Si no he recibido ese mensaje, me lanzo y se lo digo: ‘‘María Ángeles, me alegro de haberte conocido hace veinte años’.’ Si hubiera podido elegir a alguien para estar allí, la habría elegido a ella».

FueFue condenado a diez años de prisión por poner en contacto a la célula yihadista del 11M con la trama asturiana que facilitó los explosivos. Tras salir de la cárcel, en 2014 fue expulsado a Marruecos, donde cumplió una nueva condena por tráfico de drogas. Rafa Zouhier (Casablanca, 1979) es padre dedos hijos, a los que no ve –se queja amargament­e– desde hace cinco años tras separarse de su mujer, de nacionalid­ad española. En conversaci­ón telefónica con LA RAZÓN desde Marrakech, sigue defendiend­o su inocencia y repite incansable que avisó de la venta de los explosivos. «No tengo miedo ni a la muerte ni a la cárcel», asegura con vehemencia.

Veinte años después de los atentados, ¿se arrepiente de algo?

Me arrepiento de no haber detenido a Trashorras yo mismo sin confiar en que la Benemérita hiciese su trabajo. Con veinte años, después de decirme que está todo controlado, confíe en que así era. Al final me di cuenta de que no era así y me arrepiento de no haberle detenido yo personalme­nte.

La sentencia considera que usted no sabía que la célula islamista planeaba cometer los atentados de Madrid, pero sí era consciente del «potencial terrorista» de Jamal Ahmidan, «El Chino», y de que los explosivos podían utilizarse en acciones terrorista­s. Usted lo niega pero, ¿para qué pensaba entonces iban a utilizarse los explosivos?

Al denunciar en su día los explosi vos a la Benemérita, pensaba que no se iban a utilizar para hacer el bien. Pero está claro también que si denuncias una y otra vez durante todo el año 2003, meses antes de que pasara la masacre, que los explosivos se van a vender, confías en que se detenga esa venta de explosivos. Yo era un delincuent­e, un vendedor de hachís y no quería que pasara nada, porque eso afecta a mi negocio, a la alarma social y a la gente, porque se matan inocentes. Está claro que no hacía falta.

Aunque como confidente avisó a la Guardia Civil en marzo de 2003 de que Suárez Trashorras y Antonio Toro querían vender 150 kg de Goma 2, ni una sola vez antes del 11M alertó de sus contactos con «el Chino».

No me considero un confidente de la Guardia Civil. Yo avisé de los explosivos explosivos y veinte años después no hay nadie que diga lo contrario.

Insisto: avisó de los explosivos, pero no de su relación con Jamal Ahmidan.

El juez dijo que yo había engañado a la Guardia Civil deliberada­mente, que me había infiltrado para jugar a dos bandas. Se han dicho un montón de cosas... Pero en caso de que yo presentase a la célula a Trashorras, sería un traidor porque en mi mente Trashorras y Toro estaban controlado­s. Es meter a mis amigos en «el infierno». Veinte años después, y estando tan lejos de España, no tengo necesidad de mentir ni de engañar a nadie. Sigo diciendo que soy inocente y voy a defender mi inocencia hasta la muerte. No tuve ninguna relación con los atentados. Estoy en contra de que se mate a inocentes.

Lo que le pregunto es por qué ni una sola vez alerta a los agentes de sus contactos con «el Chino» hasta después del 11M.

No hablé de« el Chino» ni de ningún traficante porque no me considero un chivato. Para mí, era un traficante y la prueba de que vendía hachís a la trama de Asturias son los niños que transporta­ban ese hachís desde Asturias hasta Madrid. Está claro que entre ellos hay una deuda de hachís y por eso no avisé.

Sin embargo, después sí se refiere a esa persona.

Efectivame­nte, pero a mí me alertan ellos de que ha pasado algo. Me entero de que algo no va bien, que los explosivos de Asturias no estaban controlado­s como a mí me habían dicho, que algo se ha vendido.

Pero como todo el mundo se ha

bría enterado de los atentados.

Por supuesto. Llamé a mi familia para ver si estaban bien, porque era un ciudadano más. No tenía ni idea de que los explosivos que había denunciado eran los mismos que explotaron en Atocha.

En esos meses previos al atentado a usted le estalla un detonador que estaba manipuland­o y se ve dos veces con Suárez Tras horras y Jamal Ahmidan. Pero no dice ni una palabra a la UCO. ¿Tampoco le pareció relevante esa informació­n?

Está claro que me explotó un detonador. Yo estaba jugando con él, estaba de fiesta y no lo de daba importanci­a. Lo reconozco.

¿Estando de fiesta se dedica uno a manipular un detonador?

Que sí, que sí. Es un cable azul y rojo, no es nada. Es un cable que me habían dado los asturianos. Reconozco que estaba jugando con esto y que explotó, pero es un cable, no es nada, no le di importanci­a.

Pero ¿por qué no avisó de esas reuniones en el McDonalds?

En ese momento Trashorras debía dinero a ese grupo, que ya se había reunido con él. Yo no los presenté. Ya eran amigos, se conocían, le habían vendido hachís que no les había pagado. Esas reuniones se celebraron antes de que los niños viajaran desde Asturias con las mochilas con el hachís para entregárse­lo de vuelta a «el Chino».

Pero también viaja ron con explosivos. Hubo tres condenas por este motivo.

No, viajaron con hachís, porque si no «el Chino» no le habría robado a uno la cartera y le habría pegado. Traía solamente hachís. ¿Cómo va a mandar una mochila con explosivos? Se transporta­ron todos juntos en febrero.

Entonces ¿usted niega que pusiera en contacto a Trashorras con «el Chino»?

Sí, porque se conocían de antes. Estuve en las dos reuniones para hablar de la deuda entre ellos. Pero le digo una cosa para la historia y las nuevas generacion­es :« el Chino» no tenía ningún signo de radicaliza­ción. No tenía barba, hablaba normal, un tío taleguero. Un tío que vende hachís y quiere cobrarlo. Eso para mí no es radical. Que después se convierta o haya hecho lo que hizo, eso es otra cosa. Si no se dieron cuenta de su radicaliza­ción ni los servicios secretos, ¿cómo voy a darme cuenta yo? No había signos de radicalism­o en él, y si los había los tenía bien escondidos.

Pero después de los atentados sí habla a los agentes de «el Chino», aunque sin dar su nombre, como una persona radical.

Yo no tengo ni idea de quiénes fueron los autores del atentado. Les hablo tres días después cuando reúno informació­n. ¿Por qué voy a guardar esa informació­n? Lo dije cuando lo supe, cuando se empezó a correr la voz en Lavapiés y relaciono esto con lo otro. Les dije quei tenía alguna informació­n se la daría, pero antes no tenía ni idea de que fuera un radical. No la tenía nadie, ni su propia mujer, ni su primo ni su hermano.

El 17 de marzo sí recordó que le había comentado que «había que volar el Bernabéu» y dar «un escarmient­o a España», según declaró uno de sus controlado­res ¿Eso también lo había escuchado en Lavapiés?

Se corría la voz. Todo el mundo empezó a hablar... Eso del Bernabéu se empezó a decir por aquí y por allí, en charlas en las cafeterías, en la peluquería... Son cosas que no sabía antes. De todas formas, lo del Bernabéu se quedó en palabrería­s. Lo que yo había escuchado lo había transmitid­o. Si yo supiera antes del 11 M que iban a ponerlos explosivos en Atocha, ¿por qué no iba a avisar si avisé de los explosivos?

Algunas acusacione­s defendiero­n en el juicio que fue cooperador necesario de la célula islamista e incluso inductor del 11M. ¿Entiende la frustració­n de las víctimas tras su condena a diez años de cárcel cuando la Fiscalía pedía casi 39.000 años?

Las víctimas tienen todo mi respeto y pueden decir y pensar lo que les dé la gana. Tienen todo el derecho a defenderse. Pero otras asociacion­es de víctimas sí me retiraron la acusación porque me creyeron y vieron que había avisado antes. El juicio se politizó mucho. Yo fui una pieza llamativa. Me defendí a mi manera. Voy a defender mi inocencia hasta la muerte, dentro o fuera de España, dentro o fuera de la cárcel. Nunca haría daño a un país, como ningún marroquí o musulmán, que ahora mismo tiene una postura agresiva contra los israelitas por lo que están haciendo en Gaza o que sale a la calle todos los días para defender a las mujeres y los niños que están muriendo ahí y denunciand­o el genocidio. Si yo fuera terrorista, no haría daño a España ni antes ni hoy. España siempre ha sido un país amigo de los árabes. El atentado del 11M no se evitó no sé por qué; algo pasó, no voy a acusar a nadie. Hay que investigar a fondo a quién le interesaba que se cometiera, porque los avisos estaban ahí. Los españoles no se merecen lo que pasó el 11M. Lo digo de corazón.

Usted sigue insistiend­o en que su conciencia está limpia y que defenderá su inocencia hasta la muerte. ¿Es consciente de que eso genera indignació­n y más dolor a las víctimas?

¿Por qué voy a engañar a la historia ya las nuevas generacion­es? Tendré que decir la verdad. Yo les debo la verdad a las víctimas, a las que algún día me voy a encontrar cuando muera. No tengo miedo de nada ahora mismo, ni a la muerte ni a la cárcel. No me arrepiento de nada.

En prisión se carteaba con otros condenados, como Jamal Zougam y Rachid Aglif. También ellos se consideran inocentes. ¿De qué hablaban?

Yo considero inocente a Jamal Zougam y ese hombre tiene que estar libre ya. He leído los 90.000 folios del sumario y no tenía contactos ni con los vivos ni con los terrorista­s muertos del 11M que estaban en Leganés. Debe salir ya.

«Hay que investigar a fondo a quién le interesaba que se cometiera el 11M, porque los avisos estaban ahí»

Tres testigos lo sitúan en los trenes y dos de ellas lo ratificaro­n en el juicio.

Por favor, pueden engañar a muchos, pero no pueden engañar a la lógica ni a la verdad. Estaba con su mujer, con su familia, el día de los atentados. A mí dos rumanas que han cogido la nacionalid­ad española después de haber declarado, solo ellas, que este hombre estaba ahí, sin pruebas, sin ADN, sin huellas, sin contacto con los vivos ni con los muertos ni nada más que le implique... Es una vergüenza. Hay un montón de españoles, y también muchas víctimas, que saben que Zougam es inocente. Al Estado español debería darle vergüenza tener a un hombre en la cárcel a sabiendas de que es inocente. Lo tengo clarísimo.

«No tengo contacto con los demás condenados, pero defiendo a Jamal Zougam. Debería salir a la calle»

¿Sigue en contacto con él o con algún otro de los condenados?

No tengo contacto con nadie. Han pasado muchos años. Tampoco me interesa. Pero sí defiendo a Jamal Zougam. Debería salir ya a la calle.

La sentencia descarta cualquier participac­ión de ETA. Aunque en el juicio negó que vinculara a ETA con el 11-M, en alguna entrevista previa al juicio sí se refirió a la supuesta relación de Antonio Toro con presos etarras en prisión. ¿Puede aclararlo?

No hablamos de política. Hablamos de terrorismo.

Son asuntos internos de España de los que no tengo mucha idea. No estoy aquí para acusar a ETA de haber actuado ni tengo ni idea. Como todo el mundo, Toro hablaba con otras personas que estaban implicadas en terrorismo nacional. Es lo único que dije, pero eso no relaciona a ETA con los atentados.

Pero ¿usted dijo que en prisión Antonio Toro se relacionab­a con presos de ETA?

Como todo el mundo. Yo también me relacioné con ellos en esos diez años y hablé con ellos. Es normal. Estás metido en un patio y es normal que hables con unos y otros.

Tras salir en libertad en 2014, el Gobierno le expulsó a Marruecos al considerar­le una amenaza para el orden público y por su «nula intención de integració­n». Llegó a España con doce años y en prisión se casó con una mujer española. ¿Le hubiera gustado seguir en España?

Yo no me olvido de los amigos españoles que tengo ahí ni de que cuando llegué de pequeño las monjas me cuidaban y me daban hasta comida, ni de las personas que donde trabajaba mi madre me compraban ropa... Con la mano en el corazón, tengo cariño a los españoles, no lo puedo evitar y yo intento devolver esos favores a los españoles que veo en Marruecos. Me duele en el corazón no poder estar ahí, porque he crecido allí, he crecido con españoles, me he casado con una española, mis hijos son españoles... Pero aquí estoy integrado en mi país, estoy trabajando, tengo facilidade­s de integració­n, no tengo problemas.

¿De qué trabaja ahora?

Soy profesor de español y hago traduccion­es, y soy entrenador personal, entreno «kickboxing» a chavales. Como estudié en España Psicología y estoy estudiando aquí, me gano la vida de esta manera.

Desde la cárcel escribió que su verdadera condena empezaría el día que recuperara la libertad. ¿En qué consiste esa condena a la que alude?

En ser expulsado de un país que tú querías, arrancarte de tus raíces, de donde has crecido, enfrentart­e a las personas que odian a España porque dicen que yo he avisado para que no mataran a los españoles, a los que me dicen: «Te mereces que te traten así porque has dado la cara por ellos». Es muy duro estar entre la espada de los malos y la pared de los buenos, pero he aprendido a vivir con ello. La condena es esa, aunque tengo la conciencia tranquila.

De vuelta a Marruecos tras cumplir su condena en España fue de nuevo condenado por tráfico de drogas y volvió a prisión. ¿Considera también que esta condena fue injusta?

Está claro que fue injusta. Cuando me ingresan en prisión le pido a mi padre que me traiga el sumario y veo sorprendid­o que el coche con el que a mí me han condenado, que entró a Marruecos desde España el 1 de junio de 2017 con tres personas dentro que empiezan a vender cocaína, es el mismo que el de mi mujer. Cuando me preguntan si tengo un Audi A3 azul les digo que sí. Pero era un duplicado del coche de mi mujer, que además volvió a España un día antes de que me detuvieran y no ha vuelto a entrar a Marruecos. Descubro que España había dado un visado de un año al hombre que me implica pese a que aquí tiene 17 condenas por violacione­s de niñas y también por tráfico de drogas, falsificac­iones y robos con fuerza e intimidaci­ón. Y pese a todo se le dio el visado para que me implicara y me condenaran a cuatro años y medio. La Fiscalía está investigan­do aquí este tema y lo he denunciado en España.

¿A quién está usted acusando de esa condena en su país?

No tengo problemas con nadie, solo con la Benemérita. Claro que hay muchos interesado­s en hacerme daño. Yo estuve casado con una española y ella viajaba a Marruecos dos veces al mes desde 2014, desde que fui expulsado. Y por culpa de esa condena me he separado de mi mujer y llevo cinco años sin ver a mis hijos, de siete y cinco años. Yo acuso a los servicios secretos españoles o a la Guardia Civil de haberme hecho esto.

¿Cuándo salió de prisión por esta última condena?

En febrero de 2022. Hace un par de años justo ahora. Estuve tres años en la cárcel.

Si tuviera la oportunida­d de hablar cara a cara con los jueces que le condenaron, ¿qué les diría?

Con la presión a la que estaban sometidos para condenarme a mí y para condenar a Jamal Zougam, a sabiendas de que éramos inocentes, yo no les digo nada, se merecen todos mis respetos, no me hubiera gustado estar en su situación.

Usted dice que les respeta, pero les acusa de haberle condenado sabiendo que era inocente.

Estuvimos cuatro meses ahí y conozco la personalid­ad de Bermúdez y de los otros jueces. Para mí el juez Bermúdez estuvo sometido a una presión increíble para condenarme a mí y a Zougam y no le quedó otra que condenarno­s, porque estaba bajo presión de la opinión pública, de la política, de Rubalcaba...

El tribunal no tuvo dudas de que su intermedia­ción en el tráfico de explosivos estaba probada. El propio Gómez Bermúdez lo ha reiterado públicamen­te después en alguna entrevista.

¿Qué va a decir después de haberme condenado? A mí o me absuelves o me condenas a 40.000 años, si estoy metido de verdad, no a diez años.

O sea que usted considera veinte años después que el tribunal le condenó pese a saber que era inocente.

Me condenaron a sabiendas de que era inocente porque todas las pruebas apuntaban a lo mismo. Bajo mi punto de vista, o condenaban a los agentes o me condenaban a mí.

Ahora tiene 44 años y diez los ha pasado en prisión. Ya no es, como se definió usted mismo, el joven «fiestero» que se sentó en el banquillo y fue expulsado cinco veces de la sala durante el juicio. Con la perspectiv­a del tiempo transcurri­do, ¿qué le

«A mí o me absuelves o me condenas a 40.000 años si estoy metido de verdad, pero no a 10 años»

«El tribunal estuvo sometido a una presión increíble. No me hubiera gustado estar en su situación»

gustaría decir a las víctimas?

Hablando de víctimas me quito el sombrero y les muestro respeto y cariño. Solo les puedo decir que nunca les he visto con malos ojos, al revés. Yo a las víctimas no les puedo decir nada.

Pero ¿no les pediría perdón?

Yo les pido perdón, está claro, por no haberle pegado un tiro a Trashorras antes de que vendiera los explosivos. Les pediría disculpas por no haber hecho mucho más, pero tenía 22 años y enfrente de mí estaba la élite de las autoridade­s diciéndome que estaba todo controlado. Quiero que me entiendan las víctimas. Les pido perdón por haber confiado, por haber creído que no era para tanto, que estaban bromeando, pero nunca voy a pedir perdón por haberles hecho daño porque nunca les haría daño, ni antes ni tampoco ahora. Solo me puedo disculpar porque tenía que haber detenido yo a Trashorras.

 ?? ?? María Ángeles Almazán y Alfonso Chamarro, en la base del Summa de la que partieron el 11 de marzo de 2004
María Ángeles Almazán y Alfonso Chamarro, en la base del Summa de la que partieron el 11 de marzo de 2004
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JESÚS G. FERIA
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EFE
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LA RAZÓN

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