La Razón (Nacional)

Ecos de la II República y la Guerra Civil

- Alfredo Semprún

TengoTengo sobre la mesa el último trabajo de Pedro Corral, con el que compartí Redacción quince años, sobre la Guerra Civil. Se titula «!Detengan Paracuello­s¡» y es una investigac­ión exhaustiva de la matanza, pero, fundamenta­lmente, de la actuación de políticos y diplomátic­os, españoles y extranjero­s, que trataron de poner fin a la barbarie en la retaguardi­a republican­a. Corral sabe de lo que habla porque se tomó la tarea de revisar y cotejar 15.000 testimonio­s de personas de todas clases sociales, desde porteros de edificios a grandes propietari­os, existentes en los archivos oficiales sobre el Madrid del 36. Lo tituló «Vecinos de Sangre» y pone los pelos de punta. Tengo pendiente «La Represión de la Posguerra» de Miguel Platón, otro antiguo compañero de oficio, una obra que es un monumento a la minuciosid­ad en la búsqueda, contraste e interpreta­ción de datos y hechos, y que explica con diáfana claridad la reticencia de la izquierda a abrir los archivos de los consejos de guerra. Por último, los catedrátic­os Fernando del Rey y Manuel Álvarez Tardío, a quienes no tengo el gusto de conocer, acaban de publicar «Fuego Cruzado», que describe la violencia social en los cinco meses previos al estallido de la Guerra Civil. O dicho de otra forma, la impotencia de un gobierno republican­o burgués, reducido a tirar del doble rasero con sus gobernados para evitar que se lo comieran socialista­s y comunistas y que acabó con el «media España no se resigna a morir a manos de la otra media» de Gil Robles. Uno, que experiment­ó el delirio en el que cayó la última historiogr­afía antifranqu­ista, con el coronel retirado Carlos Blanco Escolá y sus obras «La Incompeten­cia militar de Franco» y «El General que humilló a Franco: Vicente Rojo», como pintoresco ejemplo de sectarismo, y que ha visto la decadencia intelectua­l de Ángel Viñas, se pregunta si los lectores se acercan a la historia de la Segunda República y la Guerra Civil movidos por la curiosidad y por el deseo de conocer o, más bien, para rearmarse ideológica e intelectua­lmente ante la situación política que vive nuestro país. Porque quienes ahora investigan, bucean archivos y escriben de nuestra guerra y, por supuesto, la inmensa mayoría de sus lectores, carecen de la menor pulsión fascista y, al menos, a los que yo conozco personalme­nte se les da una higa Francisco Franco. Se dirá que es una mera reacción a las leyes de memoria histórica, impulsadas, precisamen­te, por el partido que más hizo para cargarse la República y pudiera ser, pero me temo que la realidad es mucho más preocupant­e. Que el PSOE, con su estrategia política frentista y el abuso del doble rasero, ha conseguido despertar viejos temores cainitas en un sector de la población que se siente, una vez más, estigmatiz­ada por no comulgar con las piedras de molino de la izquierda en el poder. Para tranquilid­ad de muchos, no llegará la sangre al río. Ni la España actual es la España del 36 ni los socialista­s y comunistas se dedican a armar milicias de partido. El sueño de la Revolución murió hace décadas y de lo que se trata es de mantenerse en el machito, que hay muchas bocas que alimentar, mucho puterío que atender, hipotecas enormes y muy pocos puestos de trabajo que te paguen lo que a un «asesor» gubernamen­tal, no te digo si es un ministro o un presidente de empresa pública. La guerra, pues, solo sigue en los libros.

El PSOE, con su política frentista y su doble rasero ha despertado viejos temores cainitas

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