La Razón (Nacional)

La reconcilia­ción catalana

► Illa se encontrará con que destruir Cataluña para luego poder gobernarla ha sido mal negocio, para él y para todos los catalanes

- Sabino Méndez

EntreEntre Pedro Sánchez y Salvador Illa han destrozado Cataluña. Pero no se confundan: debo advertirle­s, antes de seguir leyendo, de que este no va a ser el típico artículo apocalípti­co acusando de todos los males del mundo a ambos protagonis­tas solo por el hecho de que pretendan ser de izquierdas.

La tesis que sigue es diferente. Sostengo que, si destrozan Cataluña, Sánchez e Illa lo hacen intentando que sea para bien. Para reconstrui­rla mejor. Puesto que la región no tiene remedio, han decidido destruir absolutame­nte su sociedad para así poder volver a edificarla correctame­nte desde cero. Destruir para construir, que decían los punks. Se les advirtió que la amnistía no redundaría en ninguna reconcilia­ción de un conflicto inexistent­e entre catalanes, sino en todo lo contrario. Crearía un abismo irreconcil­iable entre aquellos a quienes les conviene ser amnistiado­s y los que están en contra. Pero como necesitaba­n comprar los siete votos de los amnistiado­s para poder seguir reteniendo el poder, precisaban con urgencia una excusa con la que justificar su innoble transacció­n. No se les ocurrió ninguna más convincent­e que la supuesta y falsa reconcilia­ción buenista. Esa habitual hipocresía moderna de, cuanto más corrupto moralmente eres, más gustas de posar de bondadoso.

El efecto avisado se ha visto confirmado a los dos días de aprobarse la amnistía. Puigdemont se ha lanzado a presentars­e a las regionales proponiend­o a los catalanes el mismo ideario fuera de la ley: sostener que el resto de España nos roba, dar a entender que los españoles son una raza autoritari­a imposibili­tada intelectua­lmente para la democracia y el progreso y, consecuent­emente, separarse del resto de la península –aunque sea saltándose las leyes democrátic­as– porque automática­mente con ese simple paso burocrátic­o accederemo­s los catalanes a un paraíso regional de riqueza y tecnología sostenible donde se columpiará­n los cupidos gerundense­s.

Con ese ideario ha concitado en su torno al sector más exaltado y desinforma­do de la sociedad catalana, al que se ha unido parte de la clase media alta catalana más incompeten­te necesitada de un mecanismo proteccion­ista para sus empresas. Unas empresas que no son capaces de sacar adelante (con el beneficio que ellos querrían) en el libre mercado. El perfil del empresario que no es capaz de sacar adelante correctame­nte su empresa en el libre mercado (y que culpa de ello al libre mercado en lugar de a sí mismo) es un perfil muy de aquí, muy catalán. Por eso existen en nuestra región tantos empresario­s comunistas.

Pero a lo que íbamos. La propuesta de amnistía –que debía supuestame­nte reconcilia­r una región que no estaba peleada– ha abocado más que nunca a una división entre catalanes oportunist­as que desean ser insolidari­os fiscalment­e y segregarse (pero lavar su mala conciencia) y los que apuestan para la región por un futuro hermanados con España y con Europa con todas sus consecuenc­ias. Son dos proyectos tan antagónico­s, tan irreconcil­iables, que el abismo de la sociedad catalana va a ser profundísi­mo. No se puede tomar ni una sola medida (para los trenes, aeropuerto­s, carreteras…) que no vaya en contra de una u otra de las opciones y la irrite. La contienda será agotadora, la sociedad quedará exhausta y desalentad­a.

La idea de Sánchez es que, cuando esos dos bandos estén agotados y la sociedad catalana paralizada y destruida, llegue Salvador Illa como el mesías que viene a quitar razones a unos y otros e inaugurar supuestame­nte un nuevo proyecto. Por eso insisten tanto en que Cataluña ya no es la misma sociológic­amente que hace siete años. Pero, me temo, que eso no es así, sino, como casi todas las mentiras de nuestro presidente, un mero relato. Se basa en un «wishful thinking», es decir, un pensamient­o colmado de deseo.

Llevo sesenta años viviendo en Cataluña y ese sector insoluble, xenófobo, exclusivis­ta, no ha cambiado significat­ivamente en medio siglo. Tan solo cambian las cosas que se atreve a intentar en base a ese fundamento.

Al igual que Sánchez prefiere una España reducida a Madrid y cuatro provincias con tal de poder mandar él en ella, Illa se encontrará con que destruir Cataluña para poder gobernarla luego, ha sido un mal negocio. Tanto para él, como para todos los catalanes.

Sánchez y el exministro precisaban una excusa urgente con la que justificar su innoble transacció­n

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EFE El líder y candidato de los socialista­s catalanes, Salvador Illa, ayer, en Barcelona
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