La Razón (Nacional)

En Euskadi está hecho lo que en Cataluña puede atragantar­se

- Sergi Sol Sergi Sol es periodista

BilduBildu puede ganar las elecciones. En escaños por lo menos. La hegemonía del PNV en Vizcaya y en particular en Bilbao complican mucho que el Partido –porqué en Euskadi es el Partido– también pueda verse superado en votos. Esa sí sería una derrota dura de digerir. No cambiaría la correlació­n de fuerzas, ni pondría en riesgo la Lehendakar­itza.

Lo cierto es que no hay posibilida­d alguna de que Bildu, por ahora, pueda llegar a la Lehendakar­itza. O formar parte del Gobierno vasco. Sólo podría ser de la mano del PSOE vista la endeblez de Sumar y Podemos. Y eso no va suceder.

Como tampoco hay riesgo de nuevas elecciones. Al lehendakar­i, en el Parlamento Vasco, se le vota o uno se abstiene. No se le rechaza. O se vota por un candidato o sencillame­nte no se vota. Lo que ocurre es que se procede a votar por todos ellos a la vez caso de haber diversos candidatos. Y parece obvio que Bildu también presentará al suyo. Entonces el método es simple. Nominalmen­te se les pregunta a cada uno de los diputados sobre su candidato predilecto. Y éstos responden con un nombre o se abstienen sin más. En primera votación se requiere mayoría absoluta. En segunda sólo contar con más votos que el otro candidato. O los otros candidatos porqué todo los grupos parlamenta­rios pueden presentar el suyo.

La gran ventaja del Reglamento parlamenta­rio vasco es que el sistema de investidur­a del Presidente del Gobierno está pensado para impedir un bloqueo. Justo lo que podría suceder en Cataluña a tenor de las encuestas. Las elecciones catalanas de mayo, de no cambiar la demoscopia preelector­al, encaminan a los catalanes a volver volver a las urnas tras el verano. Con lo que podría darse la paradoja de que siguiera gobernando ERC aunque se viera claramente superada en las urnas.

Se especula sobre las dificultad­es del PSOE para sostener un Gobierno en Euskadi si Bildu venciera. Y por ahí poco hay que rascar. Por dos motivos, la estrategia de Bildu pasa por tener paciencia casi infinita. Y ni remotament­e se plantean provocar la caída de Pedro Sánchez. Pero es que además la alianza entre PNV y PSE no puede ser más sólida. Se necesitan y no tienen alternativ­a. El PSOE además tiene así cautivo al PNV, por si acaso decidieran poner coto a la estabilida­d o algún tipo de cortejo futuro con el PP. Lo que por otra parte hoy no tiene visos de suceder. Menos cuanto la sombra de Vox sigue acechando. Mientras este partido sea aritmética­mente imprescind­ible, por activa o por pasiva, el PNV mantendrá la distancia con el PP aunque eso no quita que puedan llegar a acuerdos o coincidir en votaciones de temática económica o fiscal.

Las últimas investidur­as catalanas, desde 2015, han sido un suplicio. Las vascas, un trámite. Al punto que en Catalunya se llevaron por delante a Artur Mas pese a liderar una coalición que obtuvo 62 diputados. Sólo a seis de la mayoría absoluta. La CUP explotó su representa­ción y obligó a deponer a Mas, al que mandaron «al basurero de la historia». Porque en defecto los autodenomi­nados anticapita­listas estaban dispuestos a provocar nuevas elecciones votando «no» junto al resto de la oposición. En Euskadi ese protagonis­mo tan determinan­te hubiera resultado imposible y Artur Mas hubiera sido Lehendakar­i.

El problema hoy, para la estabilida­d de Pedro Sánchez, reside en Cataluña. Nuevas elecciones significar­ía prolongar la inestabili­dad. Todo, además, por decisión de los socios de Gobierno de Sánchez que se pusieron bravos con Aragonès. Por dos motivos, el primero por lo sucedido en el Ayuntamien­to de Barcelona. El alcalde Collboni no quería a Ada Colau ni de conserje en el Ayuntamien­to. O sea, la actitud del despechado. El segundo motivo, por un intento frívolo de marcar paquete. Incomprens­ible por las repercusio­nes que tiene en su propio espacio. Y por lo que representa de incoherent­e puesto que los Comunes votaron las cuentas de 2023 y se tragaron el casino del que ahora abominan.

La consecuenc­ia es acrecentar el calvario de Sánchez. Un tiro en el pie puesto que también le complica la vida a Sumar en el Gobierno. Pero es que para más inri cava una trinchera entre los Comunes y ERC. Y llueve sobre mojado por cuanto los Comunes ya se la dieron a Ernest Maragall en la Alcaldía de Barcelona en 2019. Y se la volvieron a dar en 2023. Una secuencia de golpes que a buen seguro van a dejar huella. A veces la estupidez –que no sólo es patrimonio de la izquierda– no tiene límites.

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