La cara oculta de la red
Las empresas vinculadas con las nuevas tecnologías de la información mueven el mundo. La galáctica compra esta semana de WhatsApp por Facebook lo ha vuelto a poner de manifiesto. Más allá de los fuegos artificiales lanzados a cuenta de las virtudes de una operación que ha dejado boquiabiertos a los aficionados a los grandes números, también merece la pena poner de manifiesto sus aristas menos glamurosas.
EE.UU. mantiene una posición de dominio absoluto en este ámbito tan sensible de la actividad económica. Y ahora, también social. La gestión y la evolución de internet, herramienta universal de comunicación, la producción de software, el comercio electrónico, cada vez mayor, la tecnología de la comunicación móvil o las redes sociales están lideradas por empresas estadounidenses: Google, Microsoft, Apple, Amazon, Facebook, Twitter...
Son empresas más grandes cada día que pasa, tanto en términos de capitalización bursátil como de capacidad financiera para asumir los costes de investigación y desarrollos, que, pese a excepciones como la de la ya engullida WhatsApp, reclaman siempre más recursos económicos. Europa, como contrapunto, es un perfecto enano en este terreno. Los casi tres lustros de moneda única no han conseguido generar alternativas solventes a esos gigantes.
El modus operandi de esas grandes multinacionales estadounidenses del tratamiento de datos e información de sus usuarios también destaca por sus similitudes. Tan deslocalizables son sus actividades y los datos con los que trabajan como los impuestos que pagan. En todos los mercados en los que operan aplican una estrategia parasitaria, el máximo de rendimiento económico, in-
¿Podría EE.UU. reeditar la lucha antimonopolio que llevó a la desmembración de Rockefeller o ATT?
virtiendo el mínimo de recursos y con impuestos de risa. Es una de las paradojas de las empresas de esta nueva economía, ahora de verdad se puede utilizar este calificativo, y que se suma a otra no menor, la que supone que gozan del privilegio de que una gran parte del trabajo que les correspondería hacer a ellas recae en muchos casos, incluso con infantil entusiasmo, sobre sus propios usuarios a través de cada llamada telefónica, mensaje o compra que realizan en internet o en el teléfono móvil.
El tercer rasgo común es que, gracias a sus enormes dimensiones, disponen de una potencia de fuego económico sin parangón. Cuando su empuje tecnológico o su atractivo sobre los potenciales usuarios pierde lustre, tiran mano de la chequera y se comen al operador más exitoso, sea o no un competidor directo. De nuevo, la compra de WhatsApp viene inmediatamente a la cabeza.
A la precoz empresa de mensajería le han inflado el hígado como una oca, en este caso con masas ingentes de dinero, hasta que ha dicho basta y se ha dejado engullir por Mark Zuckerberg, el patrón de Facebook. Es evidente que este busca el listín telefónico que WhatsApp atesora en su interior, y que se acrecienta al ritmo de un millón más cada día, para hacer más dinero. Pero no lo es menos que la adquisición podría ser simplemente un movimiento preventi- vo: la amenaza potencial queda desactivada al quedar en la órbita de la casa, y el futuro ya dirá cómo se le puede sacar partido.
Pese a las astronómicas cifras de la compra, 13.800 millones de euros entre efectivo (3.000) y acciones, que supone valorar WhatsApp por encima de 23 de los 35 valores del Ibex 35 español, conviene no olvidar que equivale sólo al 10% de la capitalización bursátil del comprador, Facebook. Otra nueva comparación servirá para ilustrar: es como si el Santander, uno de los primeros bancos del mundo y que capitaliza sólo la mitad que Facebook, se comprara Bankinter. En resumen, que Facebook, con una caja de casi 11.000 millones listos para el combate, no ha tenido que despeinarse para quedarse con la nueva estrella brillante de la galaxia de las redes sociales.
Y, precisamente, la liquidez es la otra característica común de la mayoría de los iconos de las nuevas tecnologías. Una industria que requiere una importante inversión inicial y que si crea un producto de éxito replica la factura cientos de millones de veces sin apenas inversión adicional. Todas ellas se sientan sobre montañas de liquidez.
Un estudio de Deloitte puso de manifiesto esa concentración, a la cabeza de la cual están Apple (106.000 millones), Microsoft (59.000) y Google (41.000). Así que ya saben quienes son candidatos a la próxima fumigación de un competidor. Asimismo, esta concentración empresarial supone un desafío para la seguridad de los datos de los usuarios, depositados en los servidores de empresas que cada vez acumulan más información a través de los diferentes ámbitos en los que operan y sometidos siempre a la legislación, y las agencias de espionaje, de Estados Unidos.
¿Podría la primera potencia mundial reeditar la lucha antimonopolio de principios del siglo XX que llevó a la desmembración del imperio petrolífero de Rockefeller (Standard Oil) o, en los años ochenta, de la telefónica ATT?