Una cierta pobreza mental
Lo que más molesta es que se dude de nuestra inteligencia. Más que de nuestra identidad y nos llamen Toni si somos Edu. Porque quien más quien menos es, más o menos, inteligente. Y digamos que la inteligencia en bloque ha avanzado desde los albores de la humanidad. Los filósofos decimos que la inteligencia es todavía poca, mientras que los científicos descubren lo maravillosa que es y sus muchas posibilidades. Pero unos y otros coincidimos en que, pese a los avances –estamos ya pisando Marte–, la inteligencia humana es limitada. Motivo por el cual los extraterrestres no se interesan por nosotros y nosotros sí por ellos.
La inteligencia interior bruta del planeta ha crecido exponencialmente. Somos cada vez más inteligentes. Pero la inteligencia parece estar creciendo en relación inversa a nuestro contenido mental. La riqueza mental presenta una curva descendente. Como humanidad nos hacemos más inteligentes, pero como individuos más pobres mentalmente. No es lo mismo inteligencia que calidad mental. El robot es inteligente y puede hacer una operación mejor que un cirujano. Pero el robot puede ser un zopenco a las órdenes de un humano zopenco y hacer un estropicio con nuestro cuerpo o nuestra mente.
Observamos pobreza mental cuando la gente lee pero no asimila lo que lee. Se ríe, pero se ríe sólo de tonterías. Vive en sociedad, pero es asocial. Se nota la pobreza mental en la poca curiosidad por el saber, la pérdida de la ironía, la escasez de cortesía y educación social. Un antiguo rector de la Complutense nos contaba preocupado que en las casas de sus colegas economistas veía cada vez menos libros. Formamos buenos economistas, y otros profesionales, pero a menudo poco diestros para aplicar su saber en el despacho o el laboratorio. Falta visión de las cosas, criterio para elegir, aptitudes de expresión y socialización. En el trabajo, como en la vida, hay que saber percibir y resolver situaciones imprevistas y/o complejas. Pero a nuestra inteligencia le va faltando riqueza mental para afrontarlas. Nos perdemos en las tres V: visualidad, virtualidad, velocidad. ¿Qué hay de lo profundo, lo sutil, lo coloquial?
Como profesor puedo atestiguar la inteligencia de los estudiantes, pero su dificultad para leer un libro entero o su asombro cuando se recomienda comprarlo. Nuestros adolescentes son listos, pero toda la sociedad nos estamos volviendo adolescentes. Adolecemos. Y adolecemos de cierta pobreza mental.