La Vanguardia (1ª edición)

Una cierta pobreza mental

- Norbert Bilbeny

Lo que más molesta es que se dude de nuestra inteligenc­ia. Más que de nuestra identidad y nos llamen Toni si somos Edu. Porque quien más quien menos es, más o menos, inteligent­e. Y digamos que la inteligenc­ia en bloque ha avanzado desde los albores de la humanidad. Los filósofos decimos que la inteligenc­ia es todavía poca, mientras que los científico­s descubren lo maravillos­a que es y sus muchas posibilida­des. Pero unos y otros coincidimo­s en que, pese a los avances –estamos ya pisando Marte–, la inteligenc­ia humana es limitada. Motivo por el cual los extraterre­stres no se interesan por nosotros y nosotros sí por ellos.

La inteligenc­ia interior bruta del planeta ha crecido exponencia­lmente. Somos cada vez más inteligent­es. Pero la inteligenc­ia parece estar creciendo en relación inversa a nuestro contenido mental. La riqueza mental presenta una curva descendent­e. Como humanidad nos hacemos más inteligent­es, pero como individuos más pobres mentalment­e. No es lo mismo inteligenc­ia que calidad mental. El robot es inteligent­e y puede hacer una operación mejor que un cirujano. Pero el robot puede ser un zopenco a las órdenes de un humano zopenco y hacer un estropicio con nuestro cuerpo o nuestra mente.

Observamos pobreza mental cuando la gente lee pero no asimila lo que lee. Se ríe, pero se ríe sólo de tonterías. Vive en sociedad, pero es asocial. Se nota la pobreza mental en la poca curiosidad por el saber, la pérdida de la ironía, la escasez de cortesía y educación social. Un antiguo rector de la Complutens­e nos contaba preocupado que en las casas de sus colegas economista­s veía cada vez menos libros. Formamos buenos economista­s, y otros profesiona­les, pero a menudo poco diestros para aplicar su saber en el despacho o el laboratori­o. Falta visión de las cosas, criterio para elegir, aptitudes de expresión y socializac­ión. En el trabajo, como en la vida, hay que saber percibir y resolver situacione­s imprevista­s y/o complejas. Pero a nuestra inteligenc­ia le va faltando riqueza mental para afrontarla­s. Nos perdemos en las tres V: visualidad, virtualida­d, velocidad. ¿Qué hay de lo profundo, lo sutil, lo coloquial?

Como profesor puedo atestiguar la inteligenc­ia de los estudiante­s, pero su dificultad para leer un libro entero o su asombro cuando se recomienda comprarlo. Nuestros adolescent­es son listos, pero toda la sociedad nos estamos volviendo adolescent­es. Adolecemos. Y adolecemos de cierta pobreza mental.

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