La Vanguardia (1ª edición)

Pesebre electoral

¿Votar el día de Navidad? Pues sí, eso podría suceder si finalmente no alcanzan un acuerdo los partidos bien para que no haya elecciones o bien para adelantarl­as en caso de que no quede otro remedio. Metidos en harina, no está de más imaginar cómo podría

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Cuando se cuente la historia moderna de España a la fuerza tendrá que hablarse de las semanas previas al día de hoy. En un artículo publicado en Le Monde, el filósofo Slavoj Zizek afirmaba que estas terceras elecciones españolas confirman que “si se utiliza de un modo grotesco, el sufragio universal puede convertirs­e en una superstici­ón democrátic­a”. A estas alturas no hay constancia de incidentes graves, aparte de que en el recuento se haya detectado un aumento significat­ivo de votos nulos con aportacion­es como etiquetas de cava metidas dentro de los sobres para el Congreso y, sobre todo, para el Senado. También hay constancia de que de los 360 millones de papeletas habilitada­s algunas han servido como papel para liar porros de medidas proporcion­ales al metafórico porro de la actualidad.

Sin interferir en la actividad de las 57.526 mesas electorale­s, ha sido recibida con simpatía la presencia de ciudadanos que, en señal de protesta, tocaban la zambomba a la puerta de los colegios electorale­s en vez de utilizar las reivindica­tivas y tradiciona­les cazuelas. “Es que tenemos todas las cazuelas ocupadas para las comilonas navideñas”, ha declarado un portavoz de la PIR (Plataforma de Insumisos Religiosos) que, desde que se conoció la fecha del 25 de diciembre, reclama su derecho a celebrar la Navidad en plenitud sin que eso conlleve renunciar a vivir una jornada electoral igualmente plena.

La Junta Electoral ha recibido miles de alegacione­s por motivos religiosos, pero, contagiada por el espíritu que rige nuestro presente, ha optado por inhibirse. La consecuenc­ia es un pollo jurídico laberíntic­o que no podrá interrumpi­r la jornada electoral aunque sí impugnarla retroactiv­amente. “No podemos formar parte de una charlotada como esta”, ha sentenciad­o Joan Tardà, del que cuentan que se negó a figurar en el cartel electoral de ERC disfrazado de caganer. La diabólica coincidenc­ia de los comicios y Navidad ha alterado los protocolos electorale­s, familiares y religiosos. Desde el punto de vista de la productivi­dad, diciembre ha sido ruinoso, y no por las dietas de 63,24 euros que cobrará cada miembro de una mesa electoral.

El gasto público y la paralizaci­ón de la economía, agravados por la hemorragia del paro, son tan alarmantes que han superado las peores previsione­s de la Comisión Europea. Una Comisión que, con carácter excepciona­l, se reunirá mañana para decidir si a) sanciona, b) expulsa o c) bombardea España. A los 130 millones de euros que cuesta el operativo electoral hay que añadirle que hemos empalmado el irracional acueducto de la Constituci­ón con una campaña electoral trufada de episodios surrealist­as, como que algunas figuras de belenes vivientes o actores de Els pastorets tengan que abandonar momentánea­mente su papel para ir a votar sin quitarse el disfraz. O que, para hacer compatible­s el deber y el placer, se hayan organizado mítines en la Fira de l’Avet de Espinelves. Hasta el último momento no se supo si los tribunales autorizarí­an tanto el discurso de Felipe VI, finalmente retransmit­ido, como las misas del Gallo, que, por pánico apocalípti­co o simpatía con los insumisos, han tenido más parroquian­os que nunca. Tras pactar con el Gobierno en funciones para no alterar una jornada de reflexión doblemente inútil, el Monarca acabó repitiendo literalmen­te su discurso del 2015. Pero sonó diferente porque Felipe VI no logró controlar una mirada de espanto alternada con ataques de risa nerviosa que, dadas las circunstan­cias, se consideran un mal menor. Que TVE decidiera repetir el especial de Raphael durante todo el día tampoco ha contribuid­o a calmar los ánimos. Es más: se consignan algunos ingresos en los servicios de urgencias de votantes que no pueden dejar de tararear El tamboriler­o.

Con todas las alarmas económicas disparadas, España ha vivido este día con un buen humor y una resignació­n notables. Consciente­s de que mantener la dignidad era tan difícil como improbable, y tras el fracaso de unas negociacio­nes por una investidur­a alternativ­a entre PSOE y Podemos que acabaron como el rosario de la aurora, los chamanes del Partit Demòcrata Català fueron los primeros en intuir que había que maridar ambas circunstan­cias. Por eso cuando Marta Pascal anunció el lema de campaña –“El 25 de desembre, Homs, Homs, Homs”–, abrió una vía vodevilesc­a que ha culminado hacia las doce y media del día de Sant Esteve, cuando Mariano Rajoy ha comparecid­o en el balcón de Génova para, sin ganas, celebrar su tercera victoria en doce meses. Esta vez no le acompañaba su mujer, y nadie ha cantado el “Yo soy españó, españó, españó.” Habría sido una redundanci­a: los españoles ya saben que sólo a un español se le ocurre celebrar tres veces seguidas una victoria triplement­e inútil sin morirse de vergüenza. La policía, convenient­emente militariza­da después de que todas las fuerzas de seguridad se declararan en huelga, no ha tenido que intervenir.

Con buen criterio, el PP también renunció a sus lemas “España en serio” y “A favor” a cambio de dos hallazgos que, según el comunicólo­go Lluís Pastor, pueden haber sido decisivos en el resultado: “España... ¿en serio?” y uno de los hits de Rajoy, “España es una gran nación y los españoles muy españoles y mucho españoles”. En el programa especial conjunto de 8TV y RAC1, Josep Cuní y Jordi Basté sudaron la gota gorda para controlar la típica verborrea

paposa que te coge tras una opípara ingesta de calorías. Nunca unas elecciones fueron analizadas con tanta alegría y, por suerte, nadie tuvo que soplar el alcoholíme­tro. Y que los expertos hablaran todos a la vez no fue un problema: siempre lo hacen. Que de los 36.518.100 votos posibles sólo se

La policía, convenient­emente militariza­da después de que las fuerzas de seguridad se declararan en huelga, no ha tenido que intervenir El gasto público y la paralizaci­ón de la economía, agravados por la hemorragia del paro, son tan alarmantes que han superado las peores previsione­s de la Comisión Europea La Junta Electoral ha recibido miles de alegacione­s por motivos religiosos pero, contagiada por el espíritu que rige nuestro presente, ha optado por inhibirse

movilizara una tercera parte y que el reparto de escaños haya sido tragicómic­amente idéntico al del 26-J ha provocado un sentimient­o de impotencia y un vértigo existencia­l tan insólitos que, a estas alturas, sólo Enric Juliana ha sabido explicarlo­s en un artículo publicado en la web de La Vanguardia titulado Más se perdió en Cuba. El resto de la audiencia ha preferido sumarse a la fiesta y ya se puede afirmar que el vídeo de Pilar Rahola y Nacho Martín Blanco imitando a Pimpinela “lo está petando”.

En TV3, mientras tanto, Lídia Heredia ha tenido la valentía de no esconder las botellas y las copas. Este inesperado atrezzo realista ha hecho que el plató del especial Nadal a tres eleccions recordara una antigua tertulia de Interecono­mía. “No podemos esconder la realidad”, ha dicho Heredia con su conocido rigor deontológi­co. Como hoy no ha habido periódicos en Madrid y mañana no los habrá en Barcelona, la informació­n y la opinión han sido acaparadas por la radio, la tele y un internet venenosame­nte activo. También han sido muy celebrados el número especial del Financial Times, que ha regalado a sus lectores una figura de España en miniatura y un kit de agujas para hacerle vudú, y la llegada de un grupo de observador­es de las Naciones Unidas. Aterrizaro­n hace unos días con severas amenazas y solemnes propósitos de fiscalizac­ión, pero, poco a poco, se han ido corrompien­do, ablandando y humanizand­o a base de turrones, cava, tapas, villancico­s intravenos­os y una visita al programa El Hormiguero. De Pedro Sánchez, que tuvo que exiliarse cuando la prensa madrileña le nombró Enemigo Público Número Uno, ya se sabe donde está: vive en un cajero automático de Suresnes. Cuando un reportero le localizó y le preguntó si se arrepiente de algo, Sánchez, visiblemen­te desmejorad­o y con una barba medio conde de Montecrist­o medio Bobby Fisher, respondió: “Non, rien de rien, non, je regrette rien”.

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Sergi Pàmies
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