Una mujer ejemplar
Mey Zamora Coincidí con Isa en el colegio. Formábamos parte de un grupo de alumnas que nos apuntábamos a todas las actividades y nunca veíamos el momento de irnos a casa. Estábamos tan a gusto allí que alargábamos las jornadas al máximo. La hermana María del Coro, directora del Orfeón, nos aglutinaba y con ella compartimos viajes inolvidables a Montserrat, El Brull, Loyola, Lyon o Roma. Ella detectó la voz prodigiosa de Isa, la guió espiritualmente y estaban muy unidas.
Isa era una buena persona, dulce, sencilla y muy guapa. Parecía que tanta brillantez la abrumaba. Intentaba siempre ponerse en segundo plano, dar paso a otras personas para que interpretaran un solo en el coro o asumieran una tarea de reconocimiento y visibilidad. En ocasiones la vi sonrojarse y llorar de timidez. Practicaba la modestia de los grandes.
Siendo adolescentes, viajamos en verano a Orihuela y Macael para colaborar en barrios desfavorecidos atendiendo a los niños. Hacíamos el largo trayecto en un tren nocturno. Empezábamos muy animadas pero a medida que pasaba el tiempo flaqueábamos, no podíamos dormir ni sabíamos cómo sentarnos. Entonces Isa desenfundaba su guitarra y empezaba a susurrar una canción. Acabábamos todas cantando un tema detrás de otro. El tren avanzaba, amanecía y llegábamos a Huércal-Overa, nuestra estación de destino, de nuevo eufóricas.
En Macael, el pueblo del mármol, el calor era intensísimo. Dormíamos en un piso con todas las ventanas abiertas y las persianas alzadas. Una noche oímos un ruido extraño. Descubrimos que una cabra nos observaba fijamente desde el exterior. Isa me miró con sus cristalinos ojos y nos reímos con ganas. Y, cuando tocaba recogimiento y silencio, ella era la primera en ponerse en situación. Su vocación religiosa fue temprana y firme.
En ella se cumplen todos los requisitos de la teoría de la ejemplaridad del filósofo Javier Gomá. Isa Solà es una heroína ejemplar porque su discurso y sus actuaciones han sido justas, buenas, útiles, santas, nobles y tremendamente humanas.