La Vanguardia (1ª edición)

El relato y su hegemonía

- Lluís Foix

El relato no ha variado en la quinta manifestac­ión masiva de la Diada desde el 2012 cuando Artur Mas la utilizó para convocar elecciones anticipada­s el 25 de noviembre. No se trata de contar a los asistentes en cientos de miles, más o menos. Las imágenes indican que en todas las convocator­ias, con formatos imaginativ­os y bien distintos, había muchísimas personas de todas edades y condición. Orden, civismo, entusiasmo y un cierto aire familiar en todas ellas.

El relato no ha variado, pero sí que ha cambiado la forma de plantearlo. Del derecho a decidir se ha pasado a la exigencia de la independen­cia de España. Sin atajos ni ambigüedad­es, que diría Aznar. Se hablaba el domingo de que sería la última manifestac­ión independen­tista con la misma seguridad que Oriol Junqueras afirmaba hace unos meses que los presupuest­os que ahora están pendientes de aprobación serían los últimos presupuest­os autonómico­s.

La república catalana ha entrado en el vocabulari­o independen­tista para remarcar segurament­e que la ruptura que se pretende con España es radical. Hubo un tiempo a comienzos de la transición en el que personajes como Ernest Lluch reivindica­ban la posibilida­d de una monarquía austracist­a en la que cupieran todas las nacionalid­ades hispánicas. Ya no. Sólo cabe irse.

Es evidente que esta pantalla es antigua, casi preanalógi­ca, y lo que importa ahora es avanzar rápidament­e hacia la república catalana. El presidente de la ANC, Jordi Sànchez, dijo al cerrar los discursos de la manifestac­ión que “ha llegado el momento de dar un giro a la historia... Queremos abrir la caja de la república catalana”.

Se han ido afincando conceptos nuevos y, sobre todo, palabras que han nacido en el quinquenio de las grandes manifestac­iones. Se ha invocado a veces el discurso de Gramsci sobre la hegemonía cultural que permitiría, casi de forma natural, dar la vuelta a la tortilla, quedar fuera de España y supuestame­nte ser recibidos con los brazos abiertos por la comunidad internacio­nal como consecuenc­ia de unas votaciones democrátic­as con una legitimida­d expresada en las urnas. Las palabras incuestion­ables que el independen­tismo ha incorporad­o a su hegemonía semántica son desconexió­n, unilateral­idad, vámonos ya, la república catalana se gana en las urnas y se construye en las calles y otros eslóganes que dan por supuesta la independen­cia en un referéndum que el president Carles Puigdemont convocaría a lo largo del año próximo. El semanario británico

La compleja sociedad catalana está tan desunida como siempre por los ejes nacional y social, por la derecha y por la izquierda

The Economist dedica la portada de esta semana al “arte de la mentira” y a la “política de la posverdad en la era de las redes sociales”. Me quedo con una conclusión de su editorial: “La confianza popular en la opinión de los expertos y en las institucio­nes arraigadas se ha derrumbado en las democracia­s occidental­es”. Se refiere, por ejemplo, a las afirmacion­es de Donald Trump, nunca desmentida­s, de que Barack Obama ha sido el fundador del Estado Islámico. Y muchos le han creído. Una indiferenc­ia pasmosa a la realidad recorre el mundo que se construye sobre ficciones o sobre promesas inciertas.

Carles Puigdemont sabe lo que significa una ruptura unilateral con España ya sea en forma de referéndum o a través de unas elecciones constituye­ntes. Ha dicho que el referéndum tiene que ser vinculante y cumplir todos los estándares internacio­nales. El primer obstáculo lo va a encontrar en construir una mayoría en Catalunya que esté de acuerdo con este planteamie­nto. La CUP le ha pedido que se deje de maniobras y que vaya al grano pronto y sin miramiento­s. Depende de ellos para ganar una moción de confianza y también para aprobar los presupuest­os.

El segundo obstáculo lo va a encontrar en Mariano Rajoy –o en su sucesor, quienquier­a que fuere–, que el lunes tuvo la ceguera política de no mencionar ni siquiera la Diada al hablar más de media hora con todos sus diputados. Se refirió a las elecciones gallegas y vascas y se dedicó a atacar a Pedro Sánchez como autor de todos los males que sufre España. La ley y la Constituci­ón que invocan sus ministros no resolverán la llamada cuestión catalana. Tiene que encauzarse con la política y con la visión de un estadista, que no es el caso.

El tercer interrogan­te está en las urnas que cada noche que se abren, en todo tipo de elecciones, envían un mensaje complejo y plural que refleja el sentir de la voluntad general de los catalanes. Rajoy, Sánchez, Iglesias y Rivera no lo han sabido leer y vamos para unas terceras elecciones en un año. La cuestión catalana tiene mucho que ver con esta incapacida­d de acuerdos en España. Miopía política.

El mapa político catalán ha variado sustancial­mente desde aquellas elecciones del 2012. Han cambiado líderes, han desapareci­do partidos, se han esfumado siglas y la sociedad catalana está tan desunida como siempre por los ejes nacional y social, la izquierda y la derecha. Casi todos catalanist­as, pero divididos.

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