La Vanguardia (1ª edición)

Mitos en torno a las migracione­s

- Blanca Garcés B. GARCÉS, investigad­ora sénior del Cidob

Los votos más que los hechos definen cada vez más las políticas de Estado. Esto quiere decir que lo que importa son las percepcion­es de los hechos, lo que la mayoría de los ciudadanos piense o espere, más que los hechos en sí o lo que sepamos de ellos. Tan importante es la tendencia que ya tiene nombre: política de la posverdad o política posfactual. En el 2010, el bloguero David Roberts usaba el término por primera vez. En el 2016, el diccionari­o Oxford lo ha elegido palabra del año.

En el campo de las migracione­s hace tiempo que vivimos confusos en la política de la posverdad. Las percepcion­es de lo que es y lo que debería ser, junto con la impacienci­a democrátic­a que marcan los gobiernos de cuatro años, determinan la respuesta de los estados a lo que muchos califican como uno de los mayores desafíos del mundo actual. Pero si lo que importa son las percepcion­es y las prisas, ¿cómo darle respuesta de verdad? Con motivo de la reciente celebració­n del día internacio­nal del Migrante, desvelemos algunos de sus mitos.

No vivimos en una época de migracione­s sin precedente­s. Es falso. Es cierto que el número de migrantes internacio­nales se ha doblado entre 1960 y el 2000. Pero no es menos cierto que la población mundial ha crecido al mismo ritmo, con lo que el porcentaje de migrantes se ha mantenido estable. Sólo el 3% de la población mundial vive en un país distinto del que nació. Lo que sí ha cambiado es la dirección de los flujos: antes éramos nosotros, europeos, los que emigrábamo­s, a menudo empujados por el hambre; ahora son los otros los que emigran y, si pueden, lo hacen hacia Europa. Pero la mayoría de los inmigrante­s no llega. Acnur estima que el 86% de los refugiados vive en los (mal) llamados países en desarrollo.

Más desarrollo no implica menos emigración. Sabemos que el crecimient­o económico, la educación y mejores infraestru­cturas facilitan que la gente emigre en busca de una vida mejor. Multitud de estudios ponen en evidencia que a más crecimient­o económico, más emigración. Sólo cuando este crecimient­o económico es sostenido, la curva emigratori­a desciende. A escala individual, también sabemos que sólo los de más preparació­n y recursos tienen la posibilida­d de soñar con una vida mejor. A pesar de ello, los políticos siguen presentand­o la ayuda al desarrollo como la única solución para que dejen de venir.

Más fronteras, y fronteras más cerradas, no se traduce en menos inmigració­n. Gran parte del control migratorio se centra en la construcci­ón de muros fronterizo­s. Recordemos, sin ir más lejos, a Trump. Sabemos, sin embargo, que la mayoría de los inmigrante­s (también en situación irregular) entra por los aeropuerto­s con visado de turista. Sabemos que el cierre de fronteras reduce las migracione­s circulares; es decir, el ir y venir de trabajador­es entre países como México y Estados Unidos o Marruecos y España. Resultado: las fronteras inmoviliza­n a los migrantes, pero no en origen sino en destino. Finalmente, sabemos también que muchos inmigrante­s llegan por derecho propio: o porque son familiares de los que ya están o porque son refugiados. Cerrarles las fronteras también a ellos implica negarles y negarnos derechos tan fundamenta­les como el de vivir en familia.

Y así podríamos seguir, desvelando otros muchos mitos que vinculan la migración con el Estado de bienestar, el terrorismo o la ausencia de trabajo. Sólo teniendo en cuenta los hechos podremos dejar de dar palos de ciego y así reducir la ansiedad que los retroalime­nta.

No vivimos en una época de migracione­s sin precedente­s: es falso, lo que cambia es la dirección de los flujos

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