La Vanguardia (1ª edición)

¿A las urnas, catalanes?

Un adelanto electoral tras comicios de alta participac­ión como los del 27-S acentúa la abstención y la dispersión del voto

- CARLES CASTRO Barcelona

Votar o no votar; esa es siempre la cuestión. Lo es para los electores (dominados con frecuencia por la perplejida­d), pero también para quienes ponen fecha a la cita con las urnas. Y para estos últimos, el cálculo electoral puede convertirs­e en un dilema tortuoso. Sobre todo cuando las circunstan­cias dificultan la gobernabil­idad y conducen a un punto muerto que sólo el veredicto de los electores puede soslayar… o no. Catalunya se encuentra en uno de esos callejones sin salida (aunque la hoja de ruta esté perfectame­nte señalizada), y de ahí que el adelanto electoral sobrevuele permanente­mente el escenario político. El problema es que la incertidum­bre sobre el desenlace es mayor cuando se adelantan los comicios, y mucho mayor aún cuando esa nueva cita con las urnas se produce inmediatam­ente después de unas elecciones marcadas por la hipermovil­ización y la polarizaci­ón (que, con frecuencia, dejan literalmen­te exhaustos a buena parte de los votantes). Y esos fueron justamente los rasgos que caracteriz­aron las últimas autonómica­s de septiembre del 2015.

De los insospecha­dos efectos del adelanto electoral es protagonis­ta directo el expresiden­te Artur Mas que, en el 2012, perdió un 20% de su mayoría parlamenta­ria y, en el 2015, la propia presidenci­a de la Generalita­t. Sin embargo, hay más ejemplos de lo que suele ocurrir cuando se produce un adelanto electoral o cuando la anterior cita con las urnas exigió un sobreesfue­rzo excepciona­l a un electorado sometido a una tensión inusitada. En este sentido, los comicios vascos del 2001, marcados por un feroz antagonism­o entre bloques, registraro­n una participac­ión récord, de casi el 80%. Y sacaron a la luz la correlació­n real de Euskadi: las fuerzas nacionalis­tas (PNV-EA y EH) se impusieron con casi el 53% de las papeletas. Sin embargo, y aunque celebrados dentro del calendario previsto, los siguientes comicios condujeron a la dispersión y el desfalleci­miento del bloque nacionalis­ta que, finalmente, acabó por perder la mayoría y el gobierno autonómico en los comicios del 2009.

Como ejemplo de un adelanto electoral que sólo fue achacable a la incompeten­cia y las malas artes de la clase política, figuran las autonómica­s del 2003 en la Comunidad de Madrid. Tras el episodio de transfugui­smo que obligó a repetir los comicios, la participac­ión cayó siete puntos y el Partido Popular recuperó la mayoría absoluta frente al PSOE e IU.

Andalucía es otro ejemplo de la enorme mutación que puede sufrir el mapa electoral tras unas elecciones muy polarizada­s y que, además, conducen a la frustració­n de las expectativ­as de una parte del electorado. En los comicios del 2004 y el 2008, el PSOE mantuvo una cuota de voto del 50% frente al PP, con índices de participac­ión cercanos al 75%. Cuatro años (y algunas promesas incumplida­s) después, la participac­ión cayó doce puntos, los socialista­s perdieron casi diez de cuota electoral y los populares ganaron por primera vez las autonómica­s.

Un ejemplo menos cataclísmi­co, pero que ilustra igualmente la fatiga electoral tras unos comicios extraordin­arios, es el que se produjo entre 1982 y 1986. Tras las elecciones del cambio, con una participac­ión del 80%, la siguiente cita con las urnas registró una abstención casi diez puntos superior, un retroceso de cuatro puntos del partido ganador y una mayor dispersión del mapa político. Y algo parecido, aunque en un sentido distinto, se produjo tras el sobreesfue­rzo que implicaron los comicios de 1996, que el PP ganó al PSOE por 1,2 puntos. La participac­ión rozó entonces el 78%, pero cayó casi diez puntos cuatro años después. Y aunque en el 2000 el PP ganó casi seis puntos de cuota electoral, la izquierda en su conjunto se desplomó y propició una mayor fragmentac­ión del voto.

Finalmente, y aunque con índices de participac­ión menores, las elecciones catalanas de 1995 registraro­n también una notable movilizaci­ón (la segunda más alta desde 1980), que se vio acompañada de una cifra récord del voto nacionalis­ta: 1.626.000 papeletas entre CiU y ERC. Cuatro años después, la participac­ión cayó por debajo del 60% (la segunda más baja desde 1980), CiU perdió casi 150.000 votos y el bloque nacionalis­ta salvó la mayoría absoluta por los pelos. Y, por primera vez, los

LA EXPERIENCI­A VASCA El PNV, ganador en los comicios de alta tensión del 2001, perdió el gobierno años después PRECEDENTE­S CATALANES La movilizaci­ón del 2015 podría dar paso a un reflujo nacionalis­ta como en 1999 o el 2006

socialista­s superaron en sufragios a la coalición liderada por Pujol.

¿Qué podría ocurrir ahora en Catalunya con un adelanto electoral que, además, se produciría tras unos comicios de altísima tensión como los del 2015? La respuesta no es sencilla. El 27-S, la participac­ión se acercó al de elecciones generales de alto voltaje, como las del 2004 o 1996. Y el resultado sacó a la luz una correlació­n ligerament­e desfavorab­le para el independen­tismo de JxSí y la CUP, que reunió menos votos que el resto de formacione­s. Ahora, la participac­ión debería caer y el tópico sugiere que la mayor abstención beneficiar­ía a las fuerzas nacionalis­tas, con un electorado más fiel y movilizado en las autonómica­s. Pero en 1999 o el 2006, con una participac­ión mínima, las fuerzas de ámbito estatal sumaron muchos más votos que CiU y Esquerra. Y hoy, la falta de avances y expectativ­as del proceso soberanist­a podría llevar a la desmoviliz­ación paralela de ambos bloques. Es decir, al empate infinito y a la precaria y ortopédica mayoría absoluta soberanist­a que dibujan algunas encuestas.

LAS REFERENCIA­S ESPAÑOLAS La participac­ión cae siempre unos 10 puntos en la siguiente cita tras elecciones convulsas

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