¿A las urnas, catalanes?
Un adelanto electoral tras comicios de alta participación como los del 27-S acentúa la abstención y la dispersión del voto
Votar o no votar; esa es siempre la cuestión. Lo es para los electores (dominados con frecuencia por la perplejidad), pero también para quienes ponen fecha a la cita con las urnas. Y para estos últimos, el cálculo electoral puede convertirse en un dilema tortuoso. Sobre todo cuando las circunstancias dificultan la gobernabilidad y conducen a un punto muerto que sólo el veredicto de los electores puede soslayar… o no. Catalunya se encuentra en uno de esos callejones sin salida (aunque la hoja de ruta esté perfectamente señalizada), y de ahí que el adelanto electoral sobrevuele permanentemente el escenario político. El problema es que la incertidumbre sobre el desenlace es mayor cuando se adelantan los comicios, y mucho mayor aún cuando esa nueva cita con las urnas se produce inmediatamente después de unas elecciones marcadas por la hipermovilización y la polarización (que, con frecuencia, dejan literalmente exhaustos a buena parte de los votantes). Y esos fueron justamente los rasgos que caracterizaron las últimas autonómicas de septiembre del 2015.
De los insospechados efectos del adelanto electoral es protagonista directo el expresidente Artur Mas que, en el 2012, perdió un 20% de su mayoría parlamentaria y, en el 2015, la propia presidencia de la Generalitat. Sin embargo, hay más ejemplos de lo que suele ocurrir cuando se produce un adelanto electoral o cuando la anterior cita con las urnas exigió un sobreesfuerzo excepcional a un electorado sometido a una tensión inusitada. En este sentido, los comicios vascos del 2001, marcados por un feroz antagonismo entre bloques, registraron una participación récord, de casi el 80%. Y sacaron a la luz la correlación real de Euskadi: las fuerzas nacionalistas (PNV-EA y EH) se impusieron con casi el 53% de las papeletas. Sin embargo, y aunque celebrados dentro del calendario previsto, los siguientes comicios condujeron a la dispersión y el desfallecimiento del bloque nacionalista que, finalmente, acabó por perder la mayoría y el gobierno autonómico en los comicios del 2009.
Como ejemplo de un adelanto electoral que sólo fue achacable a la incompetencia y las malas artes de la clase política, figuran las autonómicas del 2003 en la Comunidad de Madrid. Tras el episodio de transfuguismo que obligó a repetir los comicios, la participación cayó siete puntos y el Partido Popular recuperó la mayoría absoluta frente al PSOE e IU.
Andalucía es otro ejemplo de la enorme mutación que puede sufrir el mapa electoral tras unas elecciones muy polarizadas y que, además, conducen a la frustración de las expectativas de una parte del electorado. En los comicios del 2004 y el 2008, el PSOE mantuvo una cuota de voto del 50% frente al PP, con índices de participación cercanos al 75%. Cuatro años (y algunas promesas incumplidas) después, la participación cayó doce puntos, los socialistas perdieron casi diez de cuota electoral y los populares ganaron por primera vez las autonómicas.
Un ejemplo menos cataclísmico, pero que ilustra igualmente la fatiga electoral tras unos comicios extraordinarios, es el que se produjo entre 1982 y 1986. Tras las elecciones del cambio, con una participación del 80%, la siguiente cita con las urnas registró una abstención casi diez puntos superior, un retroceso de cuatro puntos del partido ganador y una mayor dispersión del mapa político. Y algo parecido, aunque en un sentido distinto, se produjo tras el sobreesfuerzo que implicaron los comicios de 1996, que el PP ganó al PSOE por 1,2 puntos. La participación rozó entonces el 78%, pero cayó casi diez puntos cuatro años después. Y aunque en el 2000 el PP ganó casi seis puntos de cuota electoral, la izquierda en su conjunto se desplomó y propició una mayor fragmentación del voto.
Finalmente, y aunque con índices de participación menores, las elecciones catalanas de 1995 registraron también una notable movilización (la segunda más alta desde 1980), que se vio acompañada de una cifra récord del voto nacionalista: 1.626.000 papeletas entre CiU y ERC. Cuatro años después, la participación cayó por debajo del 60% (la segunda más baja desde 1980), CiU perdió casi 150.000 votos y el bloque nacionalista salvó la mayoría absoluta por los pelos. Y, por primera vez, los
LA EXPERIENCIA VASCA El PNV, ganador en los comicios de alta tensión del 2001, perdió el gobierno años después PRECEDENTES CATALANES La movilización del 2015 podría dar paso a un reflujo nacionalista como en 1999 o el 2006
socialistas superaron en sufragios a la coalición liderada por Pujol.
¿Qué podría ocurrir ahora en Catalunya con un adelanto electoral que, además, se produciría tras unos comicios de altísima tensión como los del 2015? La respuesta no es sencilla. El 27-S, la participación se acercó al de elecciones generales de alto voltaje, como las del 2004 o 1996. Y el resultado sacó a la luz una correlación ligeramente desfavorable para el independentismo de JxSí y la CUP, que reunió menos votos que el resto de formaciones. Ahora, la participación debería caer y el tópico sugiere que la mayor abstención beneficiaría a las fuerzas nacionalistas, con un electorado más fiel y movilizado en las autonómicas. Pero en 1999 o el 2006, con una participación mínima, las fuerzas de ámbito estatal sumaron muchos más votos que CiU y Esquerra. Y hoy, la falta de avances y expectativas del proceso soberanista podría llevar a la desmovilización paralela de ambos bloques. Es decir, al empate infinito y a la precaria y ortopédica mayoría absoluta soberanista que dibujan algunas encuestas.
LAS REFERENCIAS ESPAÑOLAS La participación cae siempre unos 10 puntos en la siguiente cita tras elecciones convulsas