La revolución francesa
A izquierda y derecha, los franceses se van deshaciendo de sus exgobernantes
A izquierda y derecha, derrotados en elecciones o retirados ante la evidencia del rechazo que suscitan, los gobernantes y exgobernantes franceses saltan, unos tras otros, víctimas del rechazo ciudadano.
Primero fue el ex presidente Nicolas Sarkozy, luego el ex primer ministro Alain Juppé, siguió el propio presidente de la República, François Hollande, y el domingo fue el turno del ex primer ministro Manuel Valls. A izquierda y derecha, derrotados en elecciones internas o autoexcluidos ante la evidencia del rechazo que suscitan, los gobernantes y ex gobernantes franceses saltan, unos tras otros, víctimas del rechazo ciudadano.
Hay una especie de runrún de fondo en favor del “Que se vayan
todos”, un rechazo que va más allá de las familias políticas y que los franceses han bautizado como el
dégagisme, largarlos a todos. Prueba de que los políticos son conscientes de ese sentimiento es el mensaje que lanzan a menudo en su intento de reconciliarse con la ciudadanía, mensaje que se resume en la frase: “He cambiado”.
Ese mensaje unió a dos de los más enérgicos representantes de la actual clase política francesa, Nicolas Sarkozy y Manuel Valls. Sarkozy envolvió en él su regreso en septiembre del 2014: “He aprendido de mis errores, soy otra persona”, decía. Dos años después era descabalgado como candidato por su partido, poniendo fin a su regreso. Valls ha hecho lo mismo este invierno, pero el domingo cosechó el mismo resultado cuando las primarias de su partido prefirió elegir como candidato a un representante mucho menos carismático del ala izquierda de su partido, Benoît Hamon.
El dégagisme fue acuñado como término por la revolución tunecina del 2011 contra Ben Ali. Centenares de miles de tunecinos salieron entonces a la calle para expresarlo. El problema de Francia es que no se vislumbra, en el hartazgo de su sociedad, una pasión movilizadora comparable. Movimientos como el conservador Manif pour Tous (antimatrimonio homosexual), o la protesta contra la reforma laboral socialista inspirada en Bruselas, no llegaron a convertirse en marea. Con su Francia Insumisa, el izquierdista y muy voluntarista Jean-Luc Mélenchon, intenta crearla con resultado discreto. Él mismo, ex ministro socialista, es objeto de rechazo dégagiste.
En ese revuelto río pesca el Frente Nacional, sin embargo incapacitado para toda victoria en una segunda vuelta mientras no se demuestre lo contrario, y progresa el joven ex ministro social-neoliberal, Emmanuel Macron, un ovni político sin programa (dice que lo presentará en marzo), que se vende como “alternativa a todos”, pese a ser un típico producto del establishment: exbanquero de inversión (de la Banca Rotschild), y arquitecto y ministro de Economía del hollandismo con resultados más que discretos. Macron intenta lo mismo que Mélenchon pero desde la derecha con su movimiento En Marcha, que lleva sus iniciales.
¿Es Macron un suflé pasajero , hinchado por sus apoyos empresariales y mediáticos? En cualquier caso los sondeos lo sitúan en un 20%, a un solo punto del conservador François Fillon, seriamente comprometido por las sospechas de los ingresos de su mujer Penelope, el llamado Penelopegate. En una final contra Fillon, Macron, sin la menor experiencia de gobierno en todos los ámbitos menos la macroeconomía, se impone sobre el fragilizado veterano.
Sea como sea, los conservadores ven en Macron el adversario principal: el domingo, todos los oradores del mitin de Fillon arremetieron contra él. Ante el programa thatcheriano de Fillon, “el liberalismo de Macron parece más humano y más optimista que el defendido por Fillon” y puede seducir al electorado de la derecha, dice Françoise Fressoz, analista de Le Monde. La campaña francesa, que parecía tan cerrada, se ha hecho muy resbaladiza.
El hastío ante las caras conocidas y sus promesas incumplidas no se traduce en una pasión movilizadora