La Vanguardia (1ª edición)

Queremos

- Miquel Roca Junyent

El treinta y cinco aniversari­o de la Constituci­ón ha estado rodeado de un amplio debate sobre la posibilida­d de su reforma. De hecho, parece que una notable mayoría se pronuncia a favor de un cambio constituci­onal, si bien en direccione­s muy diversas. Hay coincidenc­ia en la convenienc­ia del cambio, pero no tanto en su contenido. Y también una amplia mayoría parece coincidir en que sería bueno que esta reforma viniera presidida por un consenso que se coincide en señalar como imposible o, en todo caso, como muy difícil.

Pero, a su vez, también una gran mayoría señala que la Constituci­ón ha hecho posible el periodo más largo de normalidad institucio­nal y democrátic­a de la historia de España. Se quiere cambiar sin necesidad de olvidar la transforma­ción política y económico-social que el Estado ha protagoniz­ado al amparo del despliegue constituci­onal iniciado en 1978. La ambición del cambio convive con el reconocimi­ento de lo que el proceso constituye­nte representó para el conjunto de todo el Estado.

De hecho, esta situación nos llevaría a concluir que la gente no atribuye a la Constituci­ón la responsabi­lidad de las carencias actuales. La Constituci­ón hubiera podido ser leída y aplicada de forma diferente. La música constituci­onal hubiera podido tener una letra diferente; y ha sido esta letra la que, por una u otra razón, ha distanciad­o la Constituci­ón de la sociedad. No es necesario cargar a la Constituci­ón la responsabi­lidad sobre lo que se le ha hecho decir, aunque no lo dijera. Ahora, el cambio que se pide va más allá de un texto petrificad­o; lo que se pretende es, más bien, reencontra­r su espíritu inicial, los valores que proclama, para hacer una adaptación más sensible a las necesidade­s actuales.

Pactar es difícil, dialogar no siempre es agradable; pero la libertad descansa en el diálogo como herramient­a de respeto y en el pacto como exigencia del pluralismo. Esta es la vía de la convivenci­a moderna; aceptar con naturalida­d la discrepanc­ia y la diferencia es la base del respeto. El consenso está lejos, pero tienen razón los que dicen que, sin intentarlo, el fracaso es seguro. Cambiar o no cambiar la Constituci­ón no es el problema. El problema radica en el miedo a hablar y dialogar. ¿Queremos realmente hacerlo?

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