La Vanguardia (1ª edición)

La televisión no es bella

- Jordi Balló

Me decidí a seguir la retransmis­ión, vía internet, de los premios de la European Film Academy en Berlín, aunque sólo fuera por el placer de escuchar a Neus Ballús y a Pau Subirós, los autores de La plaga, en el caso de que su filme nominado hubiera ganado en la categoría de mejor primera película europea del año. He visto varias veces a estos dos jóvenes presentar esta película, y estoy seguro de que hubieran dicho algo sustancial pese al carácter disuasorio que tiene un espectácul­o de este tipo. De hecho, lo más caracterís­tico de estas ceremonias es que evidencian en su decorado y en su ritmo que se hacen directamen­te para la televisión, con lo cual los que aparecen en ellas, recogiendo premios por ejemplo, tienen la sensación no de estar en un teatro con gente interesada que les escucha, sino en un gran plató para una audiencia sin rostro. Pero pese a estas dificultad­es, que afectan a unos más que a otros, sé que Neus y Pau (y los cortometra­jistas presentes) hubieran encarnado perfectame­nte ese movimiento de jóvenes autores que se enfrentan a las dificultad­es con resultados excelentes, a los que Almodóvar aludió en su discurso al inicio de la ceremonia. Recibía el director manchego un premio honorífico de la mano de Noomi Rapace y muchos, demasiados, de sus actores habituales. Un gesto excesivo, guionizado de mala manera, que estuvo huérfano de toda emoción. Pero Almodóvar estaba contento porque está agradecido a la EFA, y con mucha razón, porque fue ahí donde se apreció de verdad una obra maestra como Hable con ella cuando en España había pasado casi desapercib­ida.

Blancaniev­es tampoco ganó en la categoría de mejor filme, algo que ya era de esperar ante la magnitud de sus rivales. El premio se lo llevó La grande bellezza, de Paolo Sorrentino, un filme muy interesant­e, que describe el lugar que ocupa lo bello en una sociedad romana sumida en la banalidad y los tópicos, sin rastro del esplendor de su añorada comunidad cultural. Quizás una de las cosas más significat­ivas del filme de Sorrentino es que, a diferencia de lo que hizo Fellini ante una dramaturgi­a parecida, ya no considera la televisión como enemigo principal de lo bello. En el filme casi no existe, ni como paradigma de la fealdad. Como si tras el abuso berlusconi­ano la televisión italiana hubiera quedado tan tocada de muerte que ya no sirve a los cineastas ni como reverso negativo del arte sublime.

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