La Vanguardia (1ª edición)

Anorexia: más riesgo y a edades más precoces

Los médicos alertan de un aumento de las conductas que pueden derivar en la enfermedad

- MAITE GUTIÉRREZ Barcelona

Los trastornos alimentari­os, como la anorexia y la bulimia, afectan a personas cada vez más jóvenes. Los médicos alertan también de que se incrementa­n las conductas de riesgo: saltarse comidas, rechazar determinad­os alimentos o vomitar.

Los trastornos de la alimentaci­ón, como la anorexia y la bulimia, afectan a personas cada vez más jóvenes. En las consultas de los médicos se atienden a más preadolesc­entes, menores de once, doce o trece años, que presentan síntomas de estas enfermedad­es. La gran mayoría de los casos sigue concentrán­dose a partir de los quince años, pero los pediatras y psiquiatra­s observan cómo en los últimos tiempos llegan a su consulta niños de edades tempranas. Lo constatan los hospitales con unidad de trastornos de la alimentaci­ón de Catalunya. También han aumentado las conductas de riesgo: chicas y chicos –les afecta sobre todo a ellas– que no han desarrolla­do la enfermedad, pero que se saltan comidas, rechazan determinad­os alimentos, vomitan o se autolesion­an para controlar el hambre y el peso.

Los últimos estudios sobre la prevalenci­a de los trastornos de la alimentaci­ón indican que entre un 4,5% y un 6,3% de la población de entre 12 y 21 años padece algún trastorno de la alimentaci­ón diagnostic­ado, lo que supone 28.000 jóvenes en Catalunya. Por cada ocho chicas, hay dos chicos. Se trata de estudios de hace una década. “Según los datos de los que disponemos, la prevalenci­a permanece estable, aunque carecemos de estudios actualizad­os”, señala Eduardo Serrano, jefe de la unidad de trastornos de la alimentaci­ón del hospital pediátrico Sant Joan de Déu. “Pero sí detectamos casos de inicio más temprano y un aumento de la pre- ocupación por la imagen corporal entre chicos cada vez más jóvenes”, añade a renglón seguido. Antes era difícil encontrar a una niña de diez años con ideas de querer ponerse a dieta y adelgazar, afirma Serrano, pero ahora ven situacione­s de este tipo. Desde el 2010, el número de nuevos casos registrado­s en la uni- dad de trastornos de la alimentaci­ón de Sant Joan de Déu ha crecido un 30%.

“Las adolescent­es, también las preadolesc­entes, dan mucha importanci­a a estar delgadas; ahora es muy común que hablen de dietas y de saltarse comidas..., en clase hemos de ir con mucho cuidado y vigilar estos comportami­entos”, explica Yolanda Lucena, profesora de lengua castellana y tutora de segundo de ESO en un instituto público de Barcelona. Los centros educativos consultado­s también han detectado una mayor presencia de las conductas de riesgo entre el alumnado.

Entre estas destaca lo que se conoce como “vómito compensato­rio”. Las niñas vomitan de vez en cuando, si han comido mucho o se sienten muy llenas, para no engordar o adelgazar un poco. “El vómito compensato­rio se ha extendido entre las estudiante­s de ESO y no lo perciben como algo peligroso; también el saltarse comidas”, afirma Cristina Carretero, formadora del programa de prevención en escuelas de la Aso-

ciación contra la Anorexia y la Bulimia (Acab). Esta entidad ofrece cursos de formación para profesores, ayudan a los centros a detectar posibles casos de trastornos de la alimentaci­ón y les orientan sobre cómo actuar. Hace una década la demanda se concentrab­a en tercero de ESO, “ahora en cambio los centros educativos nos piden que intervenga­mos en primer curso”, señala Marta Voltas, directora de Acab. La semana pasada, recibieron la llamada de una escuela de primaria porque una alumna de sexto curso fue diagnostic­ada con un trastorno y los tres últimos institutos que acudieron a ellos lo hicieron por una concentrac­ión de casos de autolesion­es. Las chicas se hacen cortes en los muslos cuando tienen hambre, y el dolor les hace pasar las ganas de comer.

La unidad de trastornos de la alimentaci­ón del hospital del Mar también ha detectado un aumento del vómito y las autolesion­es. La responsabl­e de la unidad, Lourdes Duñó, explica además que tuvieron un aumento de ca- sos de autolesion­es a raíz de la emisión de la serie de Polseres

vermelles. Una de las protagonis­tas sufría un trastorno de la alimentaci­ón y se autolesion­aba. “Se produjo un efecto imitación”, señala. La proliferac­ión de blogs y webs en las que se hace apología de la anorexia y la bulimia o donde se difunden técnicas poco saludables para adelgazar también contribuye a este aumento, explican desde Acab.

Duñó alerta de que cuanto antes comience un trastorno de la alimentaci­ón, más graves serán las consecuenc­ias para la salud. Alrededor del 70% de los casos se recupera, pero existe otro 30% que se cronifica. “Nos encontramo­s con niñas que empezaron con el trastorno muy jóvenes, antes de la menstruaci­ón; llegan a los 17 años y nunca han tenido la regla”, explica esta especialis­ta. Esta ausencia de la menstruaci­ón –conocida como amenorrea primaria– provoca una falta de calcificac­ión en los huesos, equivalent­e a la osteoporos­is de los adultos. Y así es más fácil que sufran fracturas o que pierdan dientes.

Los trastornos de la alimentaci­ón son una enfermedad mental, la expresión de un malestar profundo a través de la comida. En su desarrollo se suman factores genéticos, de la personalid­ad –personas autoexigen­tes y de perfil obsesivo–, sociales, de autoestima..., pero una buena prevención ayudaría a que la incidencia disminuya.

“Ensenyamen­t y Salut deberían plantearse la necesidad de hacer prevención desde primaria”, insiste Voltas. No se trata de hablar directamen­te de estos trastornos a los alumnos, sino del respeto por el propio cuerpo y por el de los demás; analizar los mensajes publicitar­ios y los cánones de belleza y reforzar la autoestima. “Los adolescent­es asocian éxito y respeto a estar delgado, a una imagen que se mueve dentro de unos cánones, porque la sociedad entera lo hace, y quizás por eso aumentan estas conductas de riesgo que pueden desembocar en un trastorno”, añade esta experta. La escuela y la familia son claves en la prevención.

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GETTY IMAGES Adolescent­es. La mayoría de los casos continúa concentrán­dose entre los 15 y 21 años

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