La Vanguardia (1ª edición)

Los aromas imaginario­s

- IGNASI VILADEVALL

La falsa acacia está cayendo en el olvido. Qué pena, es un árbol con flores de olor intenso y agradable. En 1999 había más de siete mil ejemplares en Barcelona. Marià Manent lo admiraba. “Hem sentit tremolar la vida / d’aquestes flors que el vent desfà”, declara en el año 1920. Transforme­mos los materiales del mundo real en elementos del mundo ficticio. Entreveamo­s en su floración una nevada. Mezclando lo maravillos­o y lo trivial, se confirma una hegemonía de lo imaginario. ¿Por qué prescindir de un árbol cuyos aromáticos pétalos no hacen sino perfumar aceras, tras caer suavemente, como copos intempesti­vos? ¿Verdad que echándolo en el olvido deja de evocarnos las primeras nieves? Esta imagen ausente puede explicar el reca- lentamient­o que se observa en Europa. Ah, el cambio de clima.

La falsa acacia llena el aire de los parques de una lluvia floral inverosími­l. Presenta este árbol americano (se introdujo en Europa en 1636) una forma irregular, tallos tortuosos, hojas alternas, compuestas de unos 19 foliolos ovales, y flores propensas

La poesía ya no se siente: el olor agradable ha desapareci­do de las ciudades

a lo maravillos­o. Aromáticos racimos de hasta 20 cm de largo crean una atmósfera que pasa a ser el constituti­vo esencial de la realidad ficticia. Se considera una buena planta melífera. Lo mágico alterna a veces con lo útil, una cosa no tiene en olvido a la otra. Pese a su elegancia, se desarrolla caprichosa­mente. En su indomable fronda se nota el dominio de una grandeza trasnochad­a. Hay especies con flores de color rosa vivo. En la mediana que había enfrente del colegio teresiano, en General Mitre, hubo acacias rosadas. Allí la nieve era naturalmen­te rosa. Se usa este árbol mayormente en parques históricos. Por ser quebradizo (sus ramas se desgajan con los vientos) y alergénico, se sustituye por la sófora de Japón, más resistente a las plagas y menos causante de alergias. Siendo longevo (vive 300 años), parece mentira que se haya torcido su destino. Que haya caído sobre él el manto del olvido.

No cortemos el vuelo a lo imaginario. En Les acàcies salvatges Manent mostraba cómo nace un mundo de ficción: en las copas de las acacias vislumbró un vuelo de cabelleras, y sombras dejando perfume. “El capvespre de maig exhala un aire fi / i la flor queia, lenta, amb l’aroma esvaïda”. Pero esa poesía ya no se siente: el olor agradable ha desapareci­do de la ciudad. ¡Ah, el dedo acusador del destino señala el escaparate barcelonés! Se concentran altos niveles de contaminac­ión: las obras, los gases de escape de los coches, las emisiones de productos maloliente. Se manifiesta con cierta fuerza lo real; a ratos se acentúa hasta lo insufrible. Sólo nos queda el gozo de imaginar el aroma de las cosas. Puesto que cada año hay menos acacias en Barcelona, el olor de la nada tiende a extenderse. Por todo ello, queremos salvarlas del olvido.

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IGNASI VILADEVALL Las aromáticas flores de color blanco perla se abren en racimos colgantes y ahusados

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