La Vanguardia (1ª edición)

Cortina de acero en la frontera turco-armenia

- RICARDO GINÉS Ereván Enviado especial

Un pueblo armenio a escasos 200 o 300 metros de la frontera con Turquía, de nombre Anipemza, al mediodía. Cuando en el colegio local irrumpimos en la clase de lengua armenia, los niños cuelgan al traductor una flor como si fuera una medalla. Se trata de un símbolo de color morado con centro amarillo y encima un lema en la lengua natal que reza “Yo recuerdo, yo reclamo” y se refiere al genocidio armenio. La misma flor la veremos en Ereván, la capital, por doquier. Y una fecha omnipresen­te: 1915.

“Lo que pasó hace cien años es parte del currículum, todos los alumnos estudian esa época”, asevera la directora de la escuela, Hasmik Nazaryan. Y efectivame­nte, en el centro educativo, varios carteles en las paredes hacen memoria de 1915 entre fotos del presidente de la República de Armenia, Serge Sarkisian, de patriarcas armenios y otros líderes del país, amén de símbolos cristianos y mapas de Armenia.

“Es nuestro duelo. Recordamos y reclamamos. No dejaremos que pase de nuevo”, insiste Nazaryan. Turquía está a un paso, pero ella nunca ha estado allí “porque no se ha dado la oportunida­d”.

En la misma localidad, Kristina, de 32 años, debe atender a una familia de siete miembros en la que ninguno de ellos trabaja, por lo que subsisten con lo imprescind­ible gracias a la huerta y lo que salga. “En nuestra época, todo el mundo viene y se va. Pe- ro la frontera con Turquía nosotros no la podemos pasar. Así que la gente emigra a Rusia para trabajar, ganar dinero, alimentar a sus hijos y amueblar sus casas”, se lamenta. De hecho, también hay armenios de la diáspora que viven en Turquía: son unos 100.000 y muchos de ellos trabajan de forma ilegal, algo que Ankara conoce y permite.

A escasos minutos en coche de Anipemza se encuentra Yerazgavor­s, otro minúsculo enclave de apenas 1.700 habitantes, desde donde no es difícil divisar un minarete al otro lado. “El paso fronterizo no está abierto en este momento porque no tenemos relaciones diplomátic­as con Turquía. Cuando esté abierto, podremos comenzar el comercio”, apunta el alcalde la localidad, Artashes Mkhitaryan. ¿Los jóvenes? Hacen las maletas para buscar trabajo en Rusia.

A menos de tres kilómetros de Yerazgavor­s, se localiza el próximo pueblo turco. La situación a ambos lados de la frontera, cerrada desde 1993, refleja tanto la proximidad geográfica como la lejanía narrativa de ambos países acerca de lo que pasó hace un siglo concernien­te a las matanzas de cientos de miles de armenios en los estertores del imperio otomano.

Sin embargo, la gente a pie de calle en ambos lados de la frontera tiene cosas en común que reafirman más de mil años de una historia conjunta. Entre ellas, el convencimi­ento de que una vez abierta la kapi o demir perde (puerta, cortina de acero, como llaman a la frontera en turco), la situación mejoraría sustancial­mente para los pueblos fronterizo­s a ambos lados.

“Si la puerta se abriera, la economía iría en la dirección correcta en el este (de Turquía), con una mayor exportació­n e importació­n porque, por ejemplo, para la ganadería se necesita más nutrición y más desarrollo que ahora no se dan”, hace hincapié Miray Karabag, de 21 años, ciudadana azerí y panadera en el pueblo turco de Akyaka.

“Ahora mismo no hay ningún tipo de contacto con la otra parte. Antes no había problema, se podía hacer de todo. Ahora no se puede ir, no se puede pasar. Todo ha terminado”, se lamenta el alcalde, Muhammet Toptas.

Entre las razones más importante­s que Toptas enumera se halla el conflicto de Nagorno-Karabaj. En los tiempos todavía soviéticos este territorio azerbaiyan­o, de mayoría armenia, decidió unirse a la vecina Armenia, por lo que una cruenta guerra tuvo lugar. Causó más de 25.000 muertos, una cifra de fallecidos que todavía hoy –de forma más puntual– sigue aumentando.

Pero la razón principal, según Toptas, es otra: “Todos los años desde Estados Unidos y Francia perpetran esas declaracio­nes ha-

LA MEMORIA ARMENIA “Yo recuerdo, yo reclamo”, rezan los carteles colgados en un pueblo fronterizo

EL OLVIDO TURCO Ankara, y también la gente de a pie, niega que las matanzas fueran intenciona­les

PUEBLOS MARCHITOS “No podemos cruzar a Turquía, así que la gente emigra a Rusia”, explica una armenia

DE ESPALDAS “Ahora no hay ningún contacto con la otra parte”, lamenta un alcalde turco

blando del genocidio armenio, algo que no hemos cometido. Y la diáspora armenia ejerce presión”.

Mientras en Armenia la identidad de todo un país se ha unido indisolubl­emente al holocausto armenio, en Turquía se niega de forma rotunda la mayor, a saber, que las matanzas fueran intenciona­les y dirigidas con cálculo desde el centro político otomano de 1915. Aunque para Ankara la palabra genocidio sigue siendo un tabú, admite, eso sí, la muerte de cientos de miles de armenios, aunque las cifras barajadas –de 300.000 a 600.000 personas– no llegan ni de lejos al millón y medio que proclama Ereván.

Hoy en día, la política oficial de Ankara sigue con la misma narrativa del Comité de Unión y Progreso (CUP) hace cien años: no hubo un asesinato masivo y planeado de forma estatal, sino cientos de miles de muertes en marchas hacia el exilio.

Para reafirmarl­o, la dirección general de Archivos Estatales turca ha abierto una cuenta en la red social Twitter en la que hace públicos los documentos sobre la tragedia. Según Ankara –que hace oídos sordos a Bruselas, una veintena de países, numerosos historiado­res, amén del Papa–, nunca existió una operación planeada de forma central. “Para Turquía nunca será posible admitir ese pecado, esa culpa”, declaró recienteme­nte el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan.

Para el CUP la cuestión armenia estaba unida a la integridad territoria­l del imperio otomano, que entre 1878 y 1918 llegó a perder un 85% de su territorio. Es decir, se trataba de una cuestión de vida o muerte, puesto que milicias armenias (Hunchak), ar- madas y apoyadas por Rusia, exigían la partición del imperio para un nuevo Estado armenio –Cilicia, Çukurova en turco– en el sudeste de lo que hoy es conocido como Turquía.

En aras de conseguirl­o, aplicaban métodos terrorista­s que hoy son conocidos como “socializac­ión de la violencia”: atacar pueblos turcos y masacrar a su población para que la respuesta otomana con los civiles armenios en suelo turco fuera todavía más cruenta y así acudir a los estados europeos, y en especial Rusia, para que intercedie­ran en el conflicto. En suelo turco, cerca de pueblos como Akyaka, se hallan mausoleos y monumentos dedicados precisamen­te al recuerdo de los musulmanes muertos en estas masacres.

En 1913, con la creación de los cuerpos paramilita­res bautizados como Teskilat-i-Mahsusa (Organizaci­ón Especial), bajo órdenes del Ministerio de Interior otomano, se dio un paso hacia lo intenciona­l de las masacres de los armenios que fue corroborad­o por testigos y cientos de testimonio­s de representa­ntes diplomátic­os.

Para Taner Akcam, un historiado­r especializ­ado en el genocidio armenio, son precisamen­te los tribunales militares otomanos los que proveen las evidencias más importante­s a la hora de establecer la responsabi­lidad de las masacres del pueblo armenio en 1915. El quid de la cuestión radica, según Akcam, de origen turco, en un sistema de doble telegrama que era usual en el declive del imperio otomano: el segundo anulaba las órdenes incluidas en el primero, un método que deseaba de forma consciente borrar ciertas directrice­s, sobre todo las referidas a la aniquilaci­ón.

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