La Vanguardia (1ª edición)

Sobre el poder y la prisión

Ramón Rato, padre del exministro, fue penado con tres años en 1967 por tráfico de divisas

- SERGIO HEREDIA Barcelona

Al final, el patriarca fue amnistiado y recuperó la fortuna que le habían intervenid­o Los Rato Figaredo habían sido dueños de medio Asturias a principios del siglo XX Ramón facilitó que su hijo Rodrigo se afiliase al PP en 1979: iría muy bien recomendad­o Los Rato estuvieron siempre conectados a las élites falangista­s, y también a Fraga y Aznar

Cuentan los libros de la época que, a finales de los sesenta, el joven Rodrigo Rato, el exministro, había vuelto de la Universida­d de Berkeley (California) con su MBA bajo el brazo, aunque hecho un hippy.

Traía el pelo largo, se había dejado barba, lucía camisas anchas, iba de la mano de una novia california­na y exudaba un sobrevenid­o instinto de rebeldía contra la guerra del Vietnam.

Alarmada, su madre, Aurora Figaredo, le cogió en un aparte y le segó las alas.

“Te cortas el pelo y la barba, te pones un traje y devuelves a la novia”, le ordenó.

Y así, en un pispás, se acabó el brevísimo periplo aventurero de Rodrigo.

Porque, en realidad, su destino venía marcado de origen: todo debía ser más prosaico. O eso se suponía.

“Rodrigo Rato provenía de una familia típica de la oligarquía franquista”, escribió Mariano Guindal en El declive de los dioses. De una familia con dinero, prestigio y poderes.

Faustino Rodríguez-San Pedro, su abuelo, había sido alcalde de Madrid a finales del siglo XIX –en Chamberí, una calle lleva su nombre– y titular de diversos ministerio­s con Silvela y Maura. Y Ramón Rato, el padre de Rodrigo, le había seguido la estela. Lo había hecho casándose con Aurora Figaredo, descendien­te de una familia asturiana excepciona­lmente poderosa gracias a la minería asturiana –la madre que le cortaría la barba y los amoríos juveniles a su hijo Rodrigo–, y también acogiéndos­e al poder fáctico del momento, el franquismo.

De ambas fuentes, Ramón Rato extraería petróleo. Medio Asturias se puso bajo su control. Y pudo exprimir sus conexiones con las élites falangista­s –y entre ellas Víctor de la Serna, Dionisio Ridruejo o Ernesto Giménez Caballero– para fundar Radio Na- cional de España (1937), relanzar la cadena Ser (junto a Manuel Aznar, padre del expresiden­te José María Aznar), comprar Radio Toledo (1941) y formar la Rueda de Emisoras Rato, un conjunto de emisoras locales que vendería a la ONCE, en 1990, por 5.000 millones de pesetas (30 millones de euros). De ahí nació Onda Cero.

Como si aquello no fuera suficiente, Ramón Rato quiso volar más alto. Penetró en el mundo financiero. Compró el 80% del Banco de Siero –abrió oficinas en Ginebra y Amberes– y se dispuso a mirar cara a cara a los popes financiero­s de la época.

Cuentan que fue demasiado lejos: calculó mal. Ejecutó un crédito de cuatro millones de pesetas (24.000 euros) contra el hermano del Generalísi­mo, Nicolás Franco (se los había prestado para su fábrica de plásticos), y el régimen se lo cobró. Se le acusó de opositor a Franco, le obligaron a dimitir de sus cargos y vio cómo se le incautaba su empresa radiofónic­a, que acabó suspendien­do pagos.

Mientras Rodrigo, el menor de sus tres hijos, conducía un Seat 600 blanco por las calles de Madrid, acompañado por las hermanas Koplowitz, Alberto Alcocer y Alfonso Cortina, el pa- dre y el hijo mayor (Ramón Rato Figaredo) se veían acorralado­s por diversos frentes. Se les acusó de tráfico de divisas y “organizaci­ón clandestin­a”. Los informes policiales dijeron que el patriarca “había depositado 70 millones de pesetas en diferentes bancos suizos”.

La condena, que llegó en 1967, fue de tres años de prisión para el patriarca (y dos multas de 176 millones de pesetas), de dos años para el hermano mayor de Rodrigo (aparte de 44 millones) y de otros cinco millones para Faustino Rato, hermano del patriarca. Nadie ingresó: todos fueron amnistiado­s. E incluso recuperaro­n la fortuna incauta- da, incluido el negocio radiofónic­o.

Aun así, el daño estaba hecho. Ramón Rato, el hijo mayor, se había quedado fuera de juego –el caso Banco Siero había quemado su carrera política–, así que la familia decidió concentrar­se en el benjamín, Rodrigo, aquel MBA que había regresado de California convertido en un hippie desnortado.

El patriarca tiró de contactos. Entroncó su familia a la del magistrado Antonio de la Rosa (María Ángeles Rato, su hija mediana, se casó con José de la Ro- sa), y colocó a Rodrigo como consejero delegado de Aguas de Fuensanta (Asturias), de la bodega catalana Jaume Serra (Vilanova i la Geltrú) y de las constructo­ras Edificacio­nes Padilla y Construcci­ones Riesgo.

Con semejante currículum bajo el brazo, se lo ofreció a Manuel Fraga, ya entonces la cara visible de AP, cuyo entorno frecuentab­a. Ocurrió durante un almuerzo estival en el caserío familiar en Gijón.

“El chico quiere ser diputado”, cuentan que le dijo Ramón Rato a Fraga. Dicho y hecho: Rodrigo Rato se sumergió en el mundo de la política. Y no lo iba a hacer como un militante de base, sino como alguien con unos poderes más que notables.

Tras recorrer las polvorient­as carreteras manchegas al volante de su Porsche rojo –regalo del patriarca–, en busca de un escaño en Ciudad Real, Rodrigo recibió lo que andaba buscando: Fraga le nombró vicesecret­ario general adjunto –iría de la mano de Abel Matutes–, y así se hizo fuerte, convirtién­dose en uno de los fundadores del PP.

La familia, mientras, fue pasando por caja. Lo hizo vendiendo las 66 emisoras de la Cadena Rato por los citados 30 millones de euros (1990). Y recibiendo, desde el HSBC, un crédito de 525 millones de pesetas para Muinmo (sociedad limitada formada por los tres hijos del patriarca: Ramón, María Ángeles y Rodrigo), cuyo capital social apenas ascendía a cinco millones. Se ha escrito mucho sobre el asunto, de alguna manera relacionad­o con Gescartera, escándalo financiero en el que desapareci­eron 120 millones de euros y que, en el 2001, acabó por salpicar al Gobierno de Aznar y al propio Rodrigo Rato, entonces ministro de Economía y vicepresid­ente segundo.

Esos hechos no los viviría el patriarca, fallecido en 1998, a los 91 años, orgulloso del papel que su hijo, plenipoten­ciario ministro de Economía y Hacienda, ya estaba ocupando en aquellos momentos.

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ARCHIVO / EFE Ramón Rato, padre del exministro, en 1984

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