La Vanguardia (1ª edición)

Antitituli­tis

- C. SÁNCHEZ MIRET, socióloga Cristina Sánchez Miret

Al final de los años ochenta y principios de los noventa, cuando le pedías a los padres qué querían que estudiaran sus hijos, la mayoría optaban por los estudios universita­rios porque en el imaginario colectivo el éxito o su posibilida­d –cuando menos el ascenso social– pasaba por la universida­d.

Eso está cambiando radicalmen­te; se está produciend­o un claro goteo incisivo y creciente de mensajes que van en sentido contrario y que hacen dudar de la utilidad o la necesidad de los estudios universita­rios para situarse en la vida. Es decir, para situarse en el mercado. Hace tiempo que el conocimien­to o la riqueza cultural que supuestame­nte proporcion­a pasar por la universida­d no es una variable relevante en la mayoría, –para no decir todos– los escenarios de selección.

No podemos negar que los estudios universita­rios ya no aseguran de la misma manera que años atrás el posicionam­iento social. El año 2012-2013 los datos del Ministerio de Educación mostraban que el 40% de los titulados universita­rios tenía trabajos de calificaci­ón inferior a sus estudios. No sólo porque el mercado ha cambiado con la crisis, también por un aumento del número de titulados, que hace que la competenci­a para los puestos de trabajo sea mayor.

Aparte de esta realidad que las familias ven y sufren, se ha puesto de moda poner énfasis en cuántos hombres –de mujeres, pocas– exitosos lo son sin haber pasado por la universida­d. La última, por ejemplo, que un tercio de los multimillo­narios, según datos para elaborar la lista Forbes, no tiene titula- ción universita­ria. Eso la misma semana que el ministro García-Margallo ha soltado que se podrían considerar los estudios universita­rios como un servicio no básico del Estado.

Con respecto a las declaracio­nes del ministro en referencia al “no caso” catalán ya estoy curada de espantos, pero con respecto a la educación, no. Los estudios superiores posicionan, todavía sin ningún tipo de duda, mejor a los ciudadanos ante el mercado y el Estado; lo que no necesariam­ente quiere decir que permitan el ascenso social. Pero especialme­nte, y dado que el ministro estaba en una universida­d privada, que el Gobierno de un país no apueste por la educación superior implica directamen­te que uno de los caminos básicos para que disminuya la desigualda­d social se cierra.

Y, seguro que a más de uno eso le interesa mucho.

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