El hombre madrileño
Lo primero que te dice un madrileño al conocerte es: “Te amo”. Entonces intentas presentarte, hola, qué tal. Pero antes de que puedas pronunciar tu nombre, ya te está interrumpiendo: “Casémonos. Ahora. ¿Cuántos hijos quieres?”. Nada grave. A la mañana siguiente, no se acordará de ti.
Las mujeres de su vida son, por orden de importancia, tú (durante los cinco primeros minutos), él, él, y su perra. El hombre madrileño no se toma nada en serio, ni tampoco espera que nadie le tome en serio a él, porque ¿no resulta evidente que es incapaz de serlo? Desconoce el significado de conceptos como fidelidad, compromiso, prudencia, moderación, descanso, disciplina, orden, modestia o discreción, un vocabulario que considera propio de gente aburrida de provincias.
El síndrome de Peter Pan es endémico en Madrid. Para el hombre madrileño, la felicidad se halla “en las pastillas de éxtasis y el sexo sin protección”, según el testimonio de uno de ellos, quien reconoce que, como todo hombre moderno, el madrileño representa la principal amenaza para la perpetua-
A diferencia del hetero catalán, para el madrileño ninguna cualidad femenina es determinante
ción local de la especie. Vive en una ciudad donde la testosterona flota en el aire mezclada con la polución. Conozco a más de una barcelonesa que va a Madrid para hacer turismo sexual o, por lo menos, notar que la miran cuando entra en un bar y alimentar así su autoestima. A diferencia del hetero catalán, para el madrileño ninguna cualidad femenina es determinante. No importa si es alta o de estatura media, si viste con elegancia francesa, tiene tatuajes o un piercing, llevó ortodoncia de pequeña, viene de buena familia, es mona, rubia o morena. Le da igual a qué se dedica, porque total no piensa casarse con ella. He aquí la tolerancia de lo efímero. Donde hay una mujer, el hombre madrileño ve a una mujer.
El hombre madrileño respondería al cazador reproductor prehistórico, pero vivimos otros tiempos. No se adapta bien a la cautividad y presenta altos índices de depresión dentro de una relación estable. La paternidad le da urticaria. O lo que es peor: cuando no le queda más remedio que afrontarla, no modifica ni un ápice sus costumbres. De modo que, si su pareja decide hacerse cargo del bebé sin separase de él, también tendrá que hacerse cargo de sus resacas. Perdón, pareja es otro de esos conceptos que no registra su vocabulario.
El hombre madrileño vive al día, aunque lo haga de noche. Gana lo justo para gastárselo en cañas y su única ambición es pasárselo bien hasta que la muerte lo separe de sus amigos. Amigos que, en rarísimas ocasiones, desaparecen antes, cuando se enamoran. Si no te crees ni una palabra de lo que te diga el hombre madrileño, puedes divertirte mucho. Con él, la fiesta en la ciudad de Nunca Jamás no se acaba nunca jamás. Pero no esperes que te llame el fin de semana que viene. Eso tampoco ocurrirá nunca jamás. Próximamente: el hombre catalán.