El Hubble espera su sucesor
El telescopio espacial cumple 25 años en órbita con incertidumbres sobre su futuro
No hay colegio al que vayas en el que no haya un póster del universo con una imagen obtenida por este telescopio. Nos ha regalado visiones hermosísimas del cosmos que forman ya parte del imaginario popular de la humanidad y que se usan en películas, en portadas de discos o en publicidad. Además de los muchos logros científicos, le debemos la popularización de la astronomía”, afirma Pedro García Lario, director del Observatorio Espacial Herschel de la Agencia Espacial Europea (ESA).
El 24 de abril de 1990, el transbordador Discovery partió desde Cabo Cañaveral hacia el espacio con un polizón en las entrañas, el Hubble. Se trataba de un instrumento muy distinto a los que se habían puesto en órbita hasta aquel momento; era el primero capaz de observar la luz visible, la que percibe el ojo humano, y podía ver lo mismo que desde la Tierra pero con mucha mayor nitidez y calidad, puesto que al estar dando vueltas alrededor de la Tierra evitaba el problema de la distorsión de la atmósfera. “Era mucho más versátil que cualquier otro instrumento al ser capaz de ver longitudes de onda que van del ultravioleta a cerca del infrarrojo”, destaca Ignasi Ribas, investigador del Institut de Ciències de l’Espai (IEECCSIC).
Su lanzamiento fue peculiar. “Iba metido dentro de la bodega de la nave y lo tuvieron que sa- car, literalmente, a mano. De ello se encargó el astronauta Steve Hawley, quien realizó las maniobras necesarias manejando una especie de brazo robótico que acabó poniendo el instrumento en órbita”, cuenta García. Y de eso hace un cuarto de siglo.
Y eso que el Hubble no comenzó con buen pie. Las primeras imágenes que envió a la Tierra hicieron saltar la alarma entre la comunidad científica: estaban emborronadas, por lo que segura- mente habría algún tipo de defecto en el espejo principal del telescopio. Tardaron más de dos años en estar seguros de cómo corregir el problema y en mandar astronautas a repararlo. “Le pusieron una especie de gafas ópticas”, cuenta García, de la ESA. Y no fue la única vez: hasta cuatro veces más se han tenido que enviar misiones para cambiar instrumentos, reparar piezas e instalar nuevas herramientas.
Sin esas revisiones y actualizaciones, Hubble no estaría operando en la actualidad ni tampoco hubiera podido cumplir las ambi- ciosas misiones para las que había sido diseñado: desde averiguar cómo evolucionaban las galaxias hasta medir la velocidad a la que se expande el universo. Y no sólo ha completado esos objetivos, sino que además ha permitido descubrimientos singulares, confirmado hipótesis e investigaciones y desmontado algunas ideas sobre el cosmos.
Quizás su principal logro es que gracias a sus observaciones de supernovas, estrellas que explotan muy lejanas, fuera del alcance de los telescopios terrestres, los astrofísicos pudieron corroborar una teoría de comienzos del siglo XX que aseguraba que el universo se estaba expandiendo y que, además, lo hacía de forma acelerada. Hubble permitió calcular esa velocidad y eso determinó el descubrimiento de la energía oscura. También ayudó a calcular con suma precisión la edad del cosmos: 13.700 millones de años.
Este telescopio espacial ha proporcionado evidencias de que hay agujeros negros supermasivos en el corazón de otras galaxias. Nos ha regalado espectaculares imágenes de estrellas moribundas y un catálogo de la formación de astros a lo largo del tiempo. Ha mirado más lejos de lo que cualquier otro instrumento jamás haya hecho y nos ha devuelto lo que se conoce como “campos profundos del Hubble”, instantáneas de los confines del universo.
Ha descubierto galaxias muy jóvenes, formadas unos 500 millones de años después del big bang, lo que desafía las teorías acerca de cómo se formaron las primeras estrellas. Ha mostrado
planetas de fuera del sistema solar y, recientemente, sus observaciones han permitido hallar que hay un océano profundo de agua salada bajo la corteza helada de Ganímedes, el satélite más grande de Júpiter, lo que abre la puerta a encontrar vida fuera de la Tierra.
A pesar de este vasto y rico legado, Hubble no continuará escu- driñando el universo 25 años más. Su relevo ya está casi a punto para que en octubre del 2018 zarpe en dirección al espacio. Se trata del James Webb, otro telescopio espacial mucho más grande y potente, que analizará el cosmos en el infrarrojo; no orbitará alrededor de la Tierra sino que se ubicará en un punto muy lejano, llamado L2, a 1,5 millones de kilómetros de nuestro planeta. Eso hará que, a diferencia del Hubble, no se puedan enviar misiones ni de reparación ni de actualización, por lo deberá funcionar los 10 años que están planeados con los mismos instrumentos científicos.
Este nuevo ojo examinará la primera luz del universo y los objetos que se formaron poco después; tratará de averiguar cómo se crearon y evolucionaron las galaxias; rastrear el nacimiento de estrellas y sistemas planetarios, así como identificar las propiedades de planetas extrasolares.
Pero ¿y qué pasará con el Hubble? Su futuro, de momento, es incierto. En la última misión, realizada en el 2009, se le puso una agarradera que permitiría que una misión robótica lo remolcara hasta la Tierra, para instalarlo en algún museo. “Se lo merecería por haber sido tan revolucionario e importante en la historia de la astronomía mundial”, considera Ribas, del IEC (IEEC-CSIC).
No obstante, el hecho de que la NASA pusiera punto y final al proyecto de los transbordadores y la situación de recortes actual hacen más probable pensar que dejarán a Hubble estrellarse en el océano. “En el 2024, debido al roce mínimo que tiene sobre la atmósfera, irá degradándose poco a poco, bajando de altura hasta que entre en la atmósfera, desintegrándose como un castillo de fuegos artificiales, y caerá en algún lugar del mar”, explica Ribas, del IEC. Ese será el final del Hubble, uno de los instrumentos científicos más poderosos jamás concebidos.