La Vanguardia (1ª edición)

El Hubble espera su sucesor

El telescopio espacial cumple 25 años en órbita con incertidum­bres sobre su futuro

- CRISTINA SÁEZ Barcelona. Servicio especial

No hay colegio al que vayas en el que no haya un póster del universo con una imagen obtenida por este telescopio. Nos ha regalado visiones hermosísim­as del cosmos que forman ya parte del imaginario popular de la humanidad y que se usan en películas, en portadas de discos o en publicidad. Además de los muchos logros científico­s, le debemos la populariza­ción de la astronomía”, afirma Pedro García Lario, director del Observator­io Espacial Herschel de la Agencia Espacial Europea (ESA).

El 24 de abril de 1990, el transborda­dor Discovery partió desde Cabo Cañaveral hacia el espacio con un polizón en las entrañas, el Hubble. Se trataba de un instrument­o muy distinto a los que se habían puesto en órbita hasta aquel momento; era el primero capaz de observar la luz visible, la que percibe el ojo humano, y podía ver lo mismo que desde la Tierra pero con mucha mayor nitidez y calidad, puesto que al estar dando vueltas alrededor de la Tierra evitaba el problema de la distorsión de la atmósfera. “Era mucho más versátil que cualquier otro instrument­o al ser capaz de ver longitudes de onda que van del ultraviole­ta a cerca del infrarrojo”, destaca Ignasi Ribas, investigad­or del Institut de Ciències de l’Espai (IEECCSIC).

Su lanzamient­o fue peculiar. “Iba metido dentro de la bodega de la nave y lo tuvieron que sa- car, literalmen­te, a mano. De ello se encargó el astronauta Steve Hawley, quien realizó las maniobras necesarias manejando una especie de brazo robótico que acabó poniendo el instrument­o en órbita”, cuenta García. Y de eso hace un cuarto de siglo.

Y eso que el Hubble no comenzó con buen pie. Las primeras imágenes que envió a la Tierra hicieron saltar la alarma entre la comunidad científica: estaban emborronad­as, por lo que segura- mente habría algún tipo de defecto en el espejo principal del telescopio. Tardaron más de dos años en estar seguros de cómo corregir el problema y en mandar astronauta­s a repararlo. “Le pusieron una especie de gafas ópticas”, cuenta García, de la ESA. Y no fue la única vez: hasta cuatro veces más se han tenido que enviar misiones para cambiar instrument­os, reparar piezas e instalar nuevas herramient­as.

Sin esas revisiones y actualizac­iones, Hubble no estaría operando en la actualidad ni tampoco hubiera podido cumplir las ambi- ciosas misiones para las que había sido diseñado: desde averiguar cómo evoluciona­ban las galaxias hasta medir la velocidad a la que se expande el universo. Y no sólo ha completado esos objetivos, sino que además ha permitido descubrimi­entos singulares, confirmado hipótesis e investigac­iones y desmontado algunas ideas sobre el cosmos.

Quizás su principal logro es que gracias a sus observacio­nes de supernovas, estrellas que explotan muy lejanas, fuera del alcance de los telescopio­s terrestres, los astrofísic­os pudieron corroborar una teoría de comienzos del siglo XX que aseguraba que el universo se estaba expandiend­o y que, además, lo hacía de forma acelerada. Hubble permitió calcular esa velocidad y eso determinó el descubrimi­ento de la energía oscura. También ayudó a calcular con suma precisión la edad del cosmos: 13.700 millones de años.

Este telescopio espacial ha proporcion­ado evidencias de que hay agujeros negros supermasiv­os en el corazón de otras galaxias. Nos ha regalado espectacul­ares imágenes de estrellas moribundas y un catálogo de la formación de astros a lo largo del tiempo. Ha mirado más lejos de lo que cualquier otro instrument­o jamás haya hecho y nos ha devuelto lo que se conoce como “campos profundos del Hubble”, instantáne­as de los confines del universo.

Ha descubiert­o galaxias muy jóvenes, formadas unos 500 millones de años después del big bang, lo que desafía las teorías acerca de cómo se formaron las primeras estrellas. Ha mostrado

planetas de fuera del sistema solar y, recienteme­nte, sus observacio­nes han permitido hallar que hay un océano profundo de agua salada bajo la corteza helada de Ganímedes, el satélite más grande de Júpiter, lo que abre la puerta a encontrar vida fuera de la Tierra.

A pesar de este vasto y rico legado, Hubble no continuará escu- driñando el universo 25 años más. Su relevo ya está casi a punto para que en octubre del 2018 zarpe en dirección al espacio. Se trata del James Webb, otro telescopio espacial mucho más grande y potente, que analizará el cosmos en el infrarrojo; no orbitará alrededor de la Tierra sino que se ubicará en un punto muy lejano, llamado L2, a 1,5 millones de kilómetros de nuestro planeta. Eso hará que, a diferencia del Hubble, no se puedan enviar misiones ni de reparación ni de actualizac­ión, por lo deberá funcionar los 10 años que están planeados con los mismos instrument­os científico­s.

Este nuevo ojo examinará la primera luz del universo y los objetos que se formaron poco después; tratará de averiguar cómo se crearon y evoluciona­ron las galaxias; rastrear el nacimiento de estrellas y sistemas planetario­s, así como identifica­r las propiedade­s de planetas extrasolar­es.

Pero ¿y qué pasará con el Hubble? Su futuro, de momento, es incierto. En la última misión, realizada en el 2009, se le puso una agarradera que permitiría que una misión robótica lo remolcara hasta la Tierra, para instalarlo en algún museo. “Se lo merecería por haber sido tan revolucion­ario e importante en la historia de la astronomía mundial”, considera Ribas, del IEC (IEEC-CSIC).

No obstante, el hecho de que la NASA pusiera punto y final al proyecto de los transborda­dores y la situación de recortes actual hacen más probable pensar que dejarán a Hubble estrellars­e en el océano. “En el 2024, debido al roce mínimo que tiene sobre la atmósfera, irá degradándo­se poco a poco, bajando de altura hasta que entre en la atmósfera, desintegrá­ndose como un castillo de fuegos artificial­es, y caerá en algún lugar del mar”, explica Ribas, del IEC. Ese será el final del Hubble, uno de los instrument­os científico­s más poderosos jamás concebidos.

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