Participación a la carta
Promoveremos las consultas ciudadanas en las grandes decisiones que afectan a la ciudad y a los barrios (...) Escucharemos a los barceloneses y a las barcelonesas”. (Programa electoral de CiU, mayo del 2011). “Barcelona en Comú es un movimiento que nos permitirá abrir el Ayuntamiento a los vecinos y vecinas (...) Queremos un Ayuntamiento que dé voz y voto a la gente” (Ada Colau, cabeza de lista de BComú, durante la presentación del historiador Josep Fontana y la activista Maria Salvo, 13 de abril del 2015).
Según dicen las encuestas, Xavier Trias y Ada Colau encabezan las dos candidaturas políticas con más posibilidades de acceder al gobierno municipal tras las elecciones del 24 de mayo. Trias y Colau representan opciones opuestas, dos formas bien distintas de interpretar Barcelona, y, sin embargo, ambos se llenan la boca de la palabra “participación” cuando se refieren a sus respectivas voluntades de ir construyendo día a día la ciudad desde la base de su ciudadanía. No descarten encontrar esa misma expresión, repetida hasta la saciedad, en las intervenciones de los otros alcaldables y en los programas electorales del PSC, de ERC, de Ciutadans, del PP y de la CUP, tal y como figura también (¡113 veces!) en el Programa de Actuación Municipal aprobado a comienzos de este mandato a punto de finalizar. De tanto usarla, las formaciones políticas han acabado gastándola.
Repasando unas informaciones de finales de los años ochenta sobre la traslación a Catalunya de aquella experiencia innovadora que supusieron los presupuestos participativos de la ciudad brasileña de Porto Alegre –en qué poquita cosa se ha quedado aquella revolución tropical que había de dar un vuelco a la de- mocracia–, no puedo evitar las comparaciones con el momento actual. El mismo lenguaje, por aquel entonces exclusivo de la izquierda, hoy patrimonio común, pero envejecido un cuarto de siglo. Tan viejo como vieja es la táctica de arrogarse la capacidad de interpretar la voluntad y las aspiraciones de un barrio entero, de querer hacer pasar la parte –los indignados, los que manifiestan legítimamente su descontento– por el todo. Lo estamos viendo en la precampaña barcelonesa, que comienza a ponerse caliente, cuando algunos de los candidatos en liza se atreven a insinuar que todo Nou Barris estaría dispuesto poco menos que a asaltar la plaza Sant Jaume, que toda la Barceloneta está en pie de guerra contra el turismo o que todo el Paral·lel está que trina con una reforma que ha “degradado” la avenida.