La Vanguardia (1ª edición)

Tarde de supervivie­ntes

- Juan B. Martínez

Las 4 de la tarde, un gran rival y poco descanso tras las emociones vividas en París. Un cóctel peligroso pese a los llamamient­os de Luis Enrique al público, que respondió con la segunda mejor entrada de la temporada, y pese a sus cinco cambios en la alineación. Cuando tocas las estrellas en la Champions, no es fácil volver a la tierra casi sin tiempo para preparar el envite. Y más para este equipo blaugrana, muy competitiv­o, pero que todavía es un proyecto en construcci­ón porque sólo lleva unos meses rodando. El Barcelona no es un equipo redondo, pero sí un conjunto abnegado, que sabe apretarse el cinturón y con un punto de capacidad agonística. Es este un equipo que juega muy bien a ratos (la primera mitad en Sevilla, setenta minutos en París, la segunda parte contra el Madrid en el Camp Nou...), pero que cuando no encuentra la conexión horizontal o vertical se ve superado por el buen hacer de los adversario­s. Sucedió en la primera mitad de ayer, pero entonces el Barcelona se colocó el traje de supervivie­nte y resistió agarrado a la isla desierta del gol de Suárez y también a un soberbio Claudio Bravo, que se rehízo como sólo saben hacer los grandes de su error del Sánchez Pizjuán.

Es verdad: el Barça no jugó bien. Es cierto: el equipo barcelonis­ta hizo un partido muy feo y muy malo hasta el descanso pero muy solvente en la reanudació­n. A estas alturas ya no es previsible que el juego barcelonis­ta sea un espectácul­o continuo hasta el final de la campaña. El desgaste de sus cracks es muy importante. Messi fue un poco con la lengua fuera y aun así resultó decisivo. Dio el primer gol y marcó el segundo. Neymar es como los grandes toreros románticos: o da la vuelta al ruedo y con un montón de trofeos o se va

A Luis Enrique, que se equivoca como todos los técnicos, no le duelen prendas rectificar

entre el silencio. Ayer tocó su versión despistada. Y Suárez se deja el alma en cada balón porque es un futbolista muy físico.

El duelo ante el Valencia supone un ejemplo de lo mucho que va a tener que partirse el pecho el Barcelona hasta el final de la campaña. Porque, a ¿quién no le gustaría que su equipo fuera la Filarmónic­a de Viena en cada partido, en cada toque de balón, en cada tiro a portería? Es lógico, y además el buen fútbol, adornado con una estética de seda, es el camino más corto para que las victorias se acumulen. Sin embargo, hay que dominar también el otro fútbol y ayer el Barça supo hacerlo tras ser superado ampliament­e. El plan A debe ser siempre someter al contrincan­te. Pero el plan B, el de vencer en un día discreto y muy condiciona­do, es el que te puede acercar mucho más a los títulos.

Consiguió aplicar este plan B porque Luis Enrique, al que Nuno sorprendió de entrada, rectificó, tocó piezas, hizo cambios, no se resignó a lo que estaba viendo y acertó. El asturiano, con un carácter inflamable y siendo una persona que no se podría calificar de diplomátic­a, está aprendiend­o a ser humilde. Puede que no con sus respuestas en la sala de prensa. A lo mejor tampoco en el trato con sus jugadores, si sólo es verdad la mitad de lo que se rumorea sobre las tensiones en el vestuario. Pero sí con sus decisiones. No le duelen prendas admitir que se ha equivocado y trata de arreglarlo. Si el Barça sigue remando como bloque, puede llegar a buen puerto.

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