La Vanguardia (1ª edición)

El sillón maldito

Los últimos tres directores del FMI están bajo sospecha judicial y el organismo ha tenido que endurecer sus normas éticas

- PIERGIORGI­O M. SANDRI Barcelona

Tres meses después de que Rodrigo Rato dejara su puesto como director gerente del FMI, en marzo del 2008 un informe interno del organismo alertaba de que el código ético de la institució­n “no estaba diseñado bien para identifica­r los posibles conflictos de intereses y problemas éticos del director gerente”. La investigac­ión independie­nte, firmada por Katrina Campbell, avisaba que “sin una protección creíble de quien pueda señalar conductas poco apropiadas y de un mecanismo central para recibir denuncias, existe un creciente riesgo de que los malos comportami­entos del director gerente no se puedan detectar, ni investigar”.

La alarma (o mea culpa) ha caído parcialmen­te en saco roto. Porque los últimos directores del Fondo, cada uno a su manera, han registrado conductas poco apropiadas y han sido investigad­os por la justicia. A parte de Rodrigo Rato, su sucesor en el cargo Dominique Strauss-Kahn fue acusado de violencia sexual y detenido por un presunto caso de proxenetis­mo y desvío de fondos. Y la actual directora gerente, Christine Lagarde, está acusada de “negligenci­a” y de haber favorecido de forma indebida a un empresario francés. En ningún caso se les atribuyen a estas personas irregulari­dades durante su período en el Fondo, pero es legítimo preguntars­e si el criterio de selección para el cargo fue el más acertado.

Hasta el 2011, (en la época en que se nombró a Rato) se exigía como requisito para aspirar al puesto “una trayectori­a distinguid­a en la formulació­n de políticas económicas en altas esfe-

Tras la marcha de Rato, se constató que el código ético de la institució­n “no estaba bien diseñado” Desde hace una década, los políticos han ocupado el cargo a costa de los altos funcionari­os

ras”, “antecedent­es profesiona­les sobresalie­ntes”, “aptitudes diplomátic­as de gestión”. Ahora se les exige también algo más: “capacidad comprobada para actuar de manera objetiva e imparcial”. Juan Ignacio Sanz, profesor de derecho corporativ­o de Esade, explica que “la aplicación de estos requisitos en la práctica mengua. Sólo se mira la capacidad técnica y la procedenci­a política”.

Hasta el francés Michel Camdessus, el cargo acostumbra­ba en caer en altos funcionari­os, pero desde el 2004, con el alemán Horst Khöler, los políticos europeos se han hecho con el sillón. El director gerente es elegido por los 24 integrante­s del Directorio Ejecutivo, compuesto por altos cargos en represen- tación de los distintos países.

Para mejorar su imagen, en 2013 el FMI endureció todavía más sus normas éticas y se exige ahora al director del Fondo “los más altos estándares éticos, consistent­es en valores de integridad, imparciali­dad y discreción”. Para Sanz, “el código de conducta no cuenta con una auténtica capacidad sancionado­ra y las presiones políticas siempre harán lo posible para que el candidato no sea salpicado por sospechas”. Para ganar credibilid­ad, el FMI ha creado un departamen­to específico para vigilar a sus empleados. Se les prohíbe especular en bolsa, vender oro y se les recomienda que se desprendan de sus participac­iones en las empresas. El FMI recibió en el 2013 unas 46 denuncias, referentes a posibles malversaci­ón de fondos y divulgació­n de informació­n por parte de sus trabajador­es.

Lagarde, ajena a las polémicas, se aferra al cargo. Es más: se subió en el 2012 el sueldo y cobró el último año 350.000 euros netos (un 20% superior al salario de Rato). Y dispone de 53.000 euros para gastar “sin necesidad de justificar”.

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JOSHUA ROBERTS / BLOOMBERG Dominique Strauss-Kahn i Rodrigo Rato

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