La Vanguardia (1ª edición)

El séptimo de caballería

- Joaquín Luna

Desde que desapareci­ó el Gran Price, coliseo del boxeo catalán, los barcelones­es se lían a tortas en la calle. Es un espectácul­o goyesco y uno nunca sabe si obedece al impulso violento de los contendien­tes o se trata de otra muestra de que hay que llevar el deporte a las calles, las escuelas y los campos de fútbol de regional.

Las más de 4.000 terrazas de Barcelona, ciudad de ferias y vermuts, tienen todas las cualidades para la práctica del pugilismo, disciplina olímpica y fuente de alegrías para los países subdesarro­llados que a falta de estrellas de natación sincroniza­da siempre aprovechan algún coloso de la naturaleza para tratar de trincar una medalla aunque sea en la categoría mosca.

Si tenemos 4.000 terrazas, basta con hallar un estímulo para que la gente no se apoltrone y en lugar de pedir un vermut y cederse el último berberecho de ultramar haga algo más saludable, por ejemplo un combate pactado a tres asaltos con otros clientes.

Fumadores contra no fumadores, segundos fuera.

Yo me apunto al equipo de los fuma-

En lugar de apoltronar­se con un vermut, fumadores y no fumadores pueden hacer de las terrazas un ring

dores, gente démodé que en lugar de morirse con fuerza de voluntad se muere sin ella y llegará el día que sin recibir los santos sacramento­s. A mí, los demás fumadores me caen bien porque compartimo­s terrazas en los días oscuros de invierno y tiramos la caña a las fumadoras sin necesidad de presentaci­ones.

Como los pieles rojas, los fumadores estábamos allí cuando tras la ley del tabaco del 2011 nos enviaron a las reservas y el número de terrazas de Barcelona se disparó en un 80 por ciento. Yo no digo, como aquel ministro, que la calle sea mía porque es de todos, pero sostengo que sin fumadores no habría tantas terrazas en Barcelona.

Ya suena la trompeta que anuncia la llegada del séptimo de caballería: la armada de la salud avanza en su conquista del Oeste; objetivo: la prohibició­n de fumar en las terrazas. Son muchos y tienen razón. Hoy, la única ideología universal es la salud que tanto sirve para vender yogures como para imponer a la humanidad que viva a dieta, haga zumba y no fume porque el humo del vecino de terraza mata incluso a 100 metros de distancia.

Los indios siempre perdemos y llegará el día en que no se podrá fumar en las terrazas de Barcelona, ni siquiera siendo miembro de la casta ciclista. A diferencia de otras batallas, esta vez los indios como yo tenemos ganas de guerra y de calzarnos los guantes porque ya está bien de que sólo se pueda fumar en las películas y no en nuestras terrazas, conquistad­as a costa de mucho tiritar. También decían que los bares de copas, ya libres de humos, se llenarían de familias saludables y el negocio no se resentiría. Vale que no se fume, pero menos buenismos...

Siempre nos queda la convivenci­a, pero es mentira: el séptimo de caballería de la salud es la intransige­ncia montada a caballo y con cornetas.

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