Disturbios en Baltimore tras la muerte de un joven negro detenido
La tragedia que se vive estos días en aguas del Mediterráneo plantea el dilema para Europa de si debe prevalecer la seguridad de sus fronteras o la tarea humanitaria de rescatar y acoger decenas de miles de inmigrantes
Libia: primer paso para una solución
Era previsible que el cambio de una operación de rescate, como era Mare Nostrum, por la operación Tritón de vigilancia de fronteras marítimas, comportaría un coste en vidas en alta mar. Era previsible porque el doble flujo tanto de inmigrantes como de refugiados se mantenía constante o bien aumentaba. La guerra civil en Siria sigue sin un claro horizonte de finalización y la aparición del Estado Islámico (EI) ha incrementado la necesidad de huir, mientras que las vías terrestres de entrada a Europa se han cerrado con la construcción de vallas en Grecia y Bulgaria. Esto ha redirigido todos los flujos migratorios procedentes del este hacia la opción marítima, es decir, hacia Libia.
Un país donde se encaminan también los flujos del sur dado que Libia ha dejado de ser un Estado tampón. La inestabilidad del país hace que los dos millones de inmigrantes subsaharianos que vivían allí, según la Organización Internacional de Migraciones, miren ahora hacia Europa, mientras los que huyen de conflictos bélicos de África crucen sin demasiadas trabas unas fronteras diluidas. Hay que sumar el hecho de que en África del este hay cerca de cinco millones de desplazados internos, además de la notable inestabilidad que afecta a la región del Sahel. Asimismo, también van a Libia inmigrantes económicos que emprenden la ruta del nordeste al estar bloqueada su ruta tradicional por el estrecho de Gibraltar. Es decir, confluyen en Libia, un Estado fallido, dos fenómenos de dimensión geopolítica clave.
En este escenario es donde operan sin freno traficantes con capacidad tanto para hacer llegar armas a Libia, a Siria y al Estado Islámico como para traficar con personas gra- cias al uso de embarcaciones cada vez más grandes.
En este marco, la UE tendría que impulsar soluciones realistas a medio plazo. Empezando por estabilizar Libia y realizar una lucha valiente y sincera contra este sistema en la sombra que actúa en torno a las guerras y que trafica con seres humanos, y siempre teniendo en cuenta que aumentar la presión en Libia puede reactivar otros puntos de salida, como el puerto de Mersin en Turquía. Se dispone de marcos multilaterales euromediterráneos que tendrían que permitir que los países del norte y del sur del Mediterráneo actúen de manera concertada y efectiva. Por otra parte, a largo plazo hay que preparar los escenarios posbélicos en Siria y en su área de influencia, así como una acción conjunta más determinada en África.
Con todo, la resolución del Consejo Europeo de la semana pasada incide en la contención como herramienta para frenar flujos, sin hacer alusión a impulsar también medidas que a medio y largo plazo puedan invertir la actual lógica de los movimientos humanos en la región. Además, también hay que iniciar una actuación seria, decidida y compleja de dimensión geoestratégica y con intereses cruzados difíciles de casar. Si no es así, veremos crecer sin remedio la actual crisis humanitaria en el Mediterráneo.
Salvar vidas es un deber
Alo largo de la historia, muchas personas en todo el mundo han arriesgado sus vidas a bordo de embarcaciones no aptas para la navegación, ya sea en busca de trabajo, de mejores condiciones económicas, de educación, o de protección internacional frente a la persecución u otro tipo de amenazas a su vida, libertad o seguridad, poniéndose con frecuencia en manos de traficantes sin escrúpulos.
Sin embargo, en un momento en el que el desplazamiento forzoso por conflictos ha alcanzado unas cifras nunca vistas desde la Segunda Guerra Mundial, con más de 50 millones de personas en el mundo, esta situación también tiene un reflejo en el aumento de los movimientos irregulares por mar. Desde hace unos años venimos observando cómo el perfil de quienes arriesgan sus vidas en el Mediterráneo incluye cada vez un número mayor de refugiados, personas que lo han perdido todo, que se han visto obligadas a huir de sus países a causa de la guerra, la persecución y las violaciones de derechos humanos.
En apenas cuatro meses, más de 1.750 personas han perdido la vida o han desaparecido en este mar, cuna de la civilización occidental, que se está convirtiendo en un gran cementerio para quienes tratan de alcanzar la seguridad en Europa. Las medidas anunciadas esta semana en Luxemburgo y Bruselas constituyen un importante primer paso hacia una acción europea colectiva frente a esta terrible tragedia y, en este sentido, valoramos positivamente el anuncio del incremento de fondos para las operaciones marítimas conjuntas. No obstante, esperamos que se trate de programas de características, recursos y envergadura similares a Mare Nostrum, implementada por el gobierno italiano tras las tragedias de octubre del 2013 frente a las costas de Lampedusa.
Por experiencia sabemos que la vigilancia de fronteras y la lucha contra las redes de tráfico y trata de seres humanos, por sí solas, no son la única respuesta a las crisis que afectan a refugiados. Cuando una persona huye para tratar de salvar su vida, si no encuentra una alternativa legal, se verá obligada a recurrir a vías irregulares, a menudo poniéndose en manos de esas peligrosas redes. Se trata de una difícil decisión a vida o muerte, entre quedarte y ver cómo esta última te acecha día a día en un país en guerra, o tratar de llegar a un lugar seguro, aunque para ello tengas que jugarte lo único que te queda: tu vida.
Por este motivo, la Unión Europea y los estados miembros deben profundizar en las medidas propuestas esta semana, como mayores cuotas de reasentamiento y programas de reubicación, y considerar alternativas legales como programas amplios y flexibles de reunificación familiar y visados humanitarios, entre otras.
En última instancia, la verdadera prueba será ver si se logra reducir la pérdida de vidas humanas. Europa tiene que estar a la altura de sus valores y asumir sus obligaciones en materia de derechos humanos y protección internacional para evitar que estas tragedias se sigan produciendo en el Mediterráneo.