La Vanguardia (1ª edición)

Los libros de nunca triunfar

- Joaquín Luna

Peleado con el mundo, el humor de perros, fui el sábado por la tarde a la Casa del Libro con ganas de bronca. –Busco Archie Robertson tiene la palabra, sobre el no de los escoceses. El autor se llama Alfons Luna. –Está encargado, pero... Alfons Luna es mi hermano y si tengo las santas narices de citar por primera vez en esta columna un libro no es sólo porque lo ha escrito sangre de mi sangre –somos muy calabreses en casa–, mis razones me asisten. Primera y principal: Sant Jordi se ha convertido en una fiesta cargante de la superficia­lidad literaria. Un cambalache muy de los tiempos al que ya no escapa el idealizado –y exsacrosan­to– ámbito de la literatura.

No es un berrinche personal ni una columna mafiosa –mi hermano se gana la vida ricamente como correspons­al de France Presse en Londres–. Es mi rebuzno en nombre de los libros condenados al silencio sólo porque incumplen requisitos extraliter­arios, empezando por la honradez de sus autores que nunca enviarán tuits impúdicos urbi et orbe diciendo: qué

Me compré un libro friki –una joya antimadrid­ista– para celebrar el ocaso del ideal literario

grande soy.

Carcomido por la sed de venganza, me dispuse a premiar un libro friki y alternativ­o, de esos que uno esconde cuando hay visitas. Al fin, una satisfacci­ón en horas dolorosas: Blanco ni el orujo. Las cuatro vidas de San Román. El tal San Román debía de ser un golfo con gracia y de cuidado, portero suplente en once de las doce temporadas que jugó en el Atlético de Madrid. Flamenco, boxeo, vestuario, amigos, mujeres y un lenguaje castizo impagable, café sin sacarina.

Y esa manera colchonera y sabiniana de ser antimadrid­ista, tan alejada del sentimient­o trágico que gastamos los culés al hablar de ellos y nosotros.

Consumada la venganza, comprado el libro que nadie les recomendar­á ni por tierra, mar ni aire, como tantos otros buenos libros, quedé a merced de la rambla Catalunya donde aún sirven café decente pero no mucho.

Y cuando supe por boca del pechuga San Román que hubo reconcilia­ción de Pedro Carrasco y Manolo Velázquez, dos glorias del pugilismo español, combate trágico y cainita el suyo, allá por la noche del tardofranq­uismo, sentí la esperanza de que los libros escritos con pasión siempre terminan hallando un lector.

De repente, un grupo de chicas vestidas de rojo iban en cuadrilla rambla arriba anunciando a golpe de silbato el inminente matrimonio de una de ellas. En otras horas, les monto una columna incendiari­a y machista, con algún desplante y cierta sorna.

Les tomé cariño porque después de tanta pseudolite­ratura y promocione­s impúdicas, un grupo de chicas sin especial gracia, uniformada­s de rojo y con pinta de desorienta­das, desorienta­das y dispuestas a celebrar una boda –¡con lo mal que terminan!–, me pareció parte de la revancha contra tanto queso bajo en calorías.

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