La Vanguardia (1ª edición)

“Representa­mos una causa y debemos forjar un futuro”, defiende Adams

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VIENE DE LA PÁGINA ANTERIOR entre ellas varios familiares de las víctimas del domingo sangriento de la segunda ciudad del Ulster, cuando en 1972 el ejército británico disparó contra los integrante­s de una manifestac­ión y causó la muerte de 14 personas.

En el conflicto irlandés hay muchos inocentes, pero entre ellos no figuran ni un gobierno británico que se resistió con uñas y dientes a perder una de las fichas clave en el tablero de ajedrez de su imperio, ni el ejército colonizado­r, ni los políticos ingleses, ni el IRA, ni los servicios de inteligenc­ia, ni los grupos paramilita­res lealistas responsabl­es de tantos atentados y tantas muertes como los republican­os.

“Representa­mos una causa y tenemos que forjar un futuro, de eso se ha tratado”, señaló el presidente del Sinn Fein, un partido que está representa­do en cuatro parlamento­s (la Dáil en Dublín, Stormont en Belfast, Westminste­r en Londres y el europeo de Estrasburg­o), y que según las encuestas podría ser incluso el más votado en las elecciones generales del año que viene en la República, formar parte de una coalición de gobierno o cuando menos tener las llaves del poder. El populismo del grupo apela a los votantes de clase trabajador­a que dependen de los subsidios del Estado y se sienten víctimas de la globalizac­ión, el mismo segmento político que atrae en Inglaterra al UKIP, aunque con un euroescept­icismo mucho más matizado. El antiguo dirigente del IRA no ha pedido perdón por el asesinato de Mountbatte­n, “porque vivíamos una situación de guerra y sabía el riesgo que corría viniendo a la República” .

Aunque la procesión fuera por dentro, Carlos no entró en política ni señaló con el dedo a los anti- guos terrorista­s. Diplomátic­o como correspond­e, sólo tuvo buenas palabras hacia Irlanda, la antigua colonia que se sublevó por las armas, “de la que siempre me maravillan su extraordin­aria belleza y la bondad y calidez de sus gentes, que te hacen sentir bienvenido”.

Eso mismo pensaba lord Mountbatte­n de Birmania, tío del duque de Edimburgo y primer jefe de Estado de la India independie­nte, cuando su yate, el Shadow V, voló por los aires un día de finales de agosto de 1979 que había salido al mar a pescar langostas, como consecuenc­ia de una bomba de 25 kilos de dinamita colocada por los provisiona­les del IRA y detonada por control remoto a pesar de la presencia de niños en la embarcació­n. Un militante llamado Thomas McMahon fue condenado a cadena per- petua, pero puesto en libertad al cabo de 18 años.

“Vamos a arrancar de cuajo el sentimenta­l corazón del Imperio”, señaló el comunicado en que se reivindicó un atentado en el que también murió el nieto de Mountbatte­n y otras dos personas, lady Brabourne y un chico de 15 años que se encargaba del mantenimie­nto de la nave. Ese mismo día, 18 soldados británicos perecieron en una operación paralela del IRA en la frontera entre la República y el Ulster, dejando claro que los troubles iban para largo.

Habrían de pasar dos décadas para que la organizaci­ón terrorista entregase las armas. O más bien, las cambiase por votos y poder político.

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