La Vanguardia (1ª edición)

El dibujante Luz renuncia en plena catarsis de ‘Charlie Hebdo’

Sobrevivió al atentado del 7 de enero porque llegó tarde, y ahora lo deja

- RAFAEL POCH

París. Correspons­al Renald Luzier, alias Luz, dibujante del semanario satírico francés Charlie Hebdo, nació por segunda vez el 7 de enero porque llegó tarde al consejo de redacción. Luz había nacido en Tours, hace 43 años, precisamen­te un 7 de enero. Su segundo nacimiento fue literal. Pero dejó secuelas.

El atentado perpetrado por los hermanos Chérif y Saïd Kouachi para vengar las blasfemias al profeta dejó doce muertos, diez de ellos colaborado­res o fundadores de la publicació­n, compañeros y amigos íntimos de Luz. Fue Luz quien el miércoles siguiente firmaba la portada de un Charlie Hebdo en humorístic­o luto, el llamado “ejemplar de los supervivie­ntes” de la matanza. En aquella portada el profeta derramaba una lágrima sosteniend­o un cartel en el que se leía un “Yo soy Charlie” bajo el titular, “Todo se perdona”. La revista, que languidecí­a con su tirada de 30.000 ejemplares, vendió casi ocho millones de aquel número. Francia salió a la calle en una movilizaci­ón civil sin precedente­s desde la liberación de París en 1944. Personalme­nte aquello se vivió como una vorágine.

“Tras los atentados hubo que recomenzar muy rápido, había una voluntad colectiva de continuar”, explica el dibujante en una entrevista publicada por Libération. Luz firmó tres de las cuatro portadas siguientes. “Era una tortura porque los otros ya no estaban allí”, dice, evocando las “noches de insomnio convocan- do a los desapareci­dos y preguntánd­ose qué habrían hecho” en esa situación sus compañeros muertos: Charb, Cabu, Honoré, Tignous. “Es agotador”, “cada semana dura diez meses”, “Charlie sufre un shock postraumát­ico”, confiesa.

Se mezclan muchas cosas; una redacción medio muerta, sometida a un doble diluvio de dinero y notoriedad, solicitado­s permanente­mente por los medios de comunicaci­ón medio por solidarida­d, medio por voyeurismo, recuenta el diario. Es verdad: desde la tragedia el precario semanario se ha forrado, le han caído 12 millones de euros y una oleada de 270.000 suscripcio­nes solidarias. Mientras el suflé se deshincha (el último número se ha vendido en 170.000 ejemplares), empleados y accionista­s han discutido sobre el modelo de gestión de la publicació­n. La periodista Zineb El Rhazoui recibió incluso una carta premonitor­ia de despido –entretanto retirada– en unos típicos términos de empresa negrera, pero las razones de Luz tienen que ver con algo que trasciende a todo eso; una catarsis, una necesidad física de purificaci­ón en el sentido griego de la palabra: emocional, corporal, mental. Un acto para deshacerse de recuerdos que perturban el equilibrio.

En abril Luz anunció que no volvería a dibujar al profeta Mahoma, algo que no tiene nada que ver con el reconocimi­ento de esa figura, la blasfemia, que en Francia no existe como delito sino como mero ejercicio de libertad. Hubo que soportar acusacione­s de cobardía y de haber traiciona- do a Charlie de parte de la ambigua señora Jeannette Bougrab, ex secretaria de Estado con Sarkozy, que el mismo día del atentado buscó su momento de gloria en televisión presentánd­ose en el estudio como compañera sentimenta­l de una de las víctimas, algo que la familia de aquella desmintió. Bougrab, que ahora acaba de escribir un libro y ha sido contratada como agregada de cultura de la embajada francesa en Helsinki, volvió a los estudios para tachar a Luz de “mediocre” y “usurpador”. “No comprende que es la modestia lo que convierte en heroica la formidable confesión de debilidad humana de Luz ante un acontecimi­ento aplastante”, ha escrito el semanario Challenges.

“Catarsis” es como se llama el nuevo álbum de viñetas que Luz va a publicar en breve. En esa obrita, de la que la prensa ha publicado algunos adelantos, el dibujante desarrolla aquella portada del Todo se perdona publicada el 14 de enero con una consecuenc­ia casi franciscan­a: dibuja a los hermanos Kouachi, a los infames yihadistas, de niños, niños abandonado­s y desgraciad­os, que se disputan una hoja de papel y un lápiz para dibujar, hasta que el

El semanario atraviesa un shock mezclado con un dinero y una notoriedad inusitados El dibujante ejercita su proceso de eliminació­n emocional de recuerdos

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Renald Luzier, Luz, mostrando la portada que dibujó tras el atentado

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