Le di los peores años de mi vida...
Hoy aspiro a merecer su lectura con una observación sobre una frase lapidaria de algunas mujeres divorciadas, y que san Francisco de Sales, patrón de los periodistas, me proteja del fuego amigo entre articulistas del diario.
Como divorciado decano de la prensa catalana, les confieso que si alguna homóloga me hubiera dicho lo siguiente yo estaría en el bando de los ludópatas saludables que han repetido matrimonio:
–¡Y pensar que le di a mi marido los peores años de mi vida!
De haber oído esta afirmación en boca de una mujer sin pareja, me cortaba la coleta, le pedía el teléfono y la invitaba a un menú degustación.
Lamentablemente, lo habitual es oír:
–¡Y pensar que le di los mejores años de mi vida!
¡Señoras, un poco de marketing, que está el mercado muy competitivo!
Si uno o una ya han dado “los mejores años de su vida” –como hizo Laporta antes de ser elegido–, ¿qué le espera al pobre que ve en usted una se- ñora vivita y coleante pese a esa carita avinagrada por las cornadas de la pareja y que reclama aire fresco?
No sé por qué, pero estamos ante una frase muy femenina. Un hombre al que su esposa ha plantado tras una larga convivencia va y se compra una camiseta de jugador de polo –o lo que es peor: se la enfunda–, se da al gin-tonic ajardinado y trasnocha los fines de semana que no tiene niños al grito demodé de “¿estudias o trabajas?” porque el pobre se cree que los años no pasan para él y lo mejor está por llegar (nada menos que esa misma noche).
Esto de “los mejores años de mi vida” hay que dejarlo para las películas de John Ford y el minuto 90, cuando supuestamente revivimos lo que nos conviene revivir antes de hacer mutis por el foro.
Ya comprendo que si usted ha convivido unos añitos con un señor rutinario, predecible y formal y ese señor, vestido de ibicenco, le dice que se ha enamorado de una veinteañera porque “sólo se vive una vez”, le cuesta explicar su estado de ánimo. Cuesta incluso tener ánimo. Pero una cosa es un briefing para amigas casadas, siempre solidarias, y otra es asustar al pobre señor que estaría dispuesto a cortejarla y obtener beneficio recíproco de su soledad, actitud ventajista propia de muchos hombres a los que tampoco por eso llamaría buitres, ya que el buitre busca carne muerta, y los aprovechados, fresca.
Haga usted como los culés que se creen que lo mejor está por llegar y andan saboreando el calendario de la venganza: el sábado una copa, el siguiente otra copa. Al fin y al cabo, se ha librado de un señor que aunque algo le daría –de lo contrario, fue usted muy tonta y tampoco queda bien ante las visitas– va a cocerse en su salsa.
Y hablando de salsas: hay mucho perejil fresco suelto.
En cambio, un hombre al que han plantado va y se pone una camiseta de polo y se da al gin-tonic ajardinado