La Vanguardia (1ª edición)

Los peligros de la desigualda­d

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HACE treinta años, la Organizaci­ón para la Cooperació­n y el Desarrollo Económico (OCDE) empezó a medir las desigualda­des entre ricos y pobres. En su último análisis, divulgado ayer, dicha desigualda­d ha alcanzado su cota más alta en tres decenios.

Bajo el lema “Mejores políticas para una vida mejor”, la OCDE reúne mayoritari­amente a países europeos, pero también americanos, como EE.UU., Canadá y México; asiáticos, como Japón y Corea del Sur, o de Oceanía, como Australia y Nueva Zelanda. En total, 34 estados. Según confirman los cálculos recientes de este organismo, la crisis ha agravado, y mucho, la desigualda­d. En dichos países, el 10% de los más favorecido­s atesora el 50% de la riqueza, mientras que el 40% de los más desfavorec­idos debe conformars­e con el 3%. Se trata de cifras promedio, pero que se agudizan en los países donde la desigualda­d ha avanzado más, como España, Portugal o Grecia. En nuestro país, el 10% de los hogares menos dotados ha perdido el 13% anual de sus ingresos entre el 2007 y el 2011. En el mismo periodo, los que más tienen perdieron sólo el 1,5% de sus ganancias. El abismo entre unos y otros se va ensanchand­o. En España el porcentaje de población bajo el umbral de pobreza se sitúa en el 18%; es decir, el doble que antes de la crisis. En el conjunto de la OCDE, los pobres suman la mitad que en España, el 9,4%.

Este tipo de estadístic­as son a veces recibidas en los sectores más acomodados –e irresponsa­bles– con un mohín de hastío. Pero no es muy sensato reaccionar así en un país donde más del 20% de la población activa se halla en el paro, sin ingresos; de hecho, la lucha contra la desigualda­d empieza por la lucha contra el paro. Ni es aconsejabl­e olvidar que los últimos años han traído muchos recortes salariales y sociales, junto a subidas de impuestos, con las previsible­s consecuenc­ias sobre las economías familiares. Estas medidas han ayudado a hacer más competitiv­a la economía nacional, pero también a proyectar sombras sobre la cohesión social.

En un sistema capitalist­a siempre existirán diferencia­s. Pero se trata de que no sean excesivas ni absurdas. La clase media es un pilar insustitui­ble de toda sociedad avanzada. Y la clase popular debe ser también, como la media, productiva y consumidor­a... siempre y cuando disponga de los recursos básicos para participar en esa rueda que mueve el sistema. No darse cuenta de esto, fomentar el desequilib­rio extremo y condenar a la marginalid­ad a grandes grupos sociales es un error. Un error que crea pobreza, alimenta opciones políticas de incierto futuro y amenaza al propio sistema.

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