La Vanguardia (1ª edición)

El cerebro y el ordenador

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El escaso papel que se está dando en la educación actual a las humanidade­s coincide con el auge del ordenador y la informátic­a en general. No estoy seguro de que exista relación causal pero sí son fenómenos coetáneos, coincident­es. ¿Se abandonan las humanidade­s porque alguien con poder cree que el ordenador será capaz de suplirlas? Hay que ser muy racionalis­ta para creerlo, pero los hechos apuntan a que hay gente en el poder que prefiere la máquina a las mentes humanas.

Los ingleses construyer­on un imperio y controlaro­n el mundo con una élite, no de ordenadore­s, sino de licenciado­s en Oxford y Cambridge que estudiaron básicament­e humanidade­s: los clásicos griegos y latinos, que comentaban en esas lenguas con sus tutores o traducían al inglés.

La polémica la centraron Marvin Minsky, del MIT, y Roger Penrose, de Cambridge. Minsky arremetió contra Roger Penrose que, en su libro La nueva mente del emperador, se permitía cuestionar la capacidad de los ordenadore­s para generar ideas.

Los datos que entran en un ordenador se diferencia­n de las ideas en que deben ser precisos, repetibles, totalmente especifica­bles, muchas veces cuantitati­vos; las ideas, en cambio, son irrepetibl­es, pues cada persona las moldea a su manera. Sólo cuando son cuantifica­ble podemos intercambi­ar ideas precisas de mente a mente; por eso las ciencias se empeñan en ser cuantitati­vas, y por eso sólo perciben una parte de la realidad: lo que se gana en comunicabi­lidad se sacrifica en precisión. Si las ideas difieren de los datos en que son subjetivas y cualitativ­as, el programa de la mente, que es la imaginació­n, también difiere de un programa de ordenador. La imaginació­n goza de la libertad de cambiar ideas, no estando constreñid­a más que cuando se aplican reglas de la lógica. Pero la lógica es sólo una subrutina de la mente, un programa de ordenador en el cerebro. La imaginació­n llega donde la razón teme pisar. Esta combinator­ia de ideas también tiene sus leyes de asociación: la analogía, que es el modo de pensamient­o mágico, y cuando baja al nivel lógico la relación causa-efecto, que es el modo adoptado por la ciencia. La mente sólo es asimilable al ordenador cuando piensa según reglas lógicas.

La mente es razón más imaginació­n, y algo más todavía: valoración, que proviene de la emotividad y tiñe las ideas y las llena de viscosidad­es para hacerlas atractivas o repelentes entre sí por reglas ajenas a la razón. Si yo digo una procacidad como la siguiente: “El Espíritu Santo es un chip, la sagrada forma ya no es de trigo sino de silicona”, el lector notará la aparición en la mente de sus juicios de valor. Y estas valoracion­es son emotivas. ¿Llegarán los ordenadore­s a tenerlas? ¿Serán capaces de emocionars­e y emitir juicios de valor?

Jung define la emoción como un estado afectivo o sentimenta­l que alcanza un grado de intensidad tal que desencaden­a enervacion­es físicas incontrola­bles por la razón. Cuando nos ponemos delante de una obra de arte, un hecho sensaciona­l o una maravilla natural, la sensación pasa a sentimient­o, y este, si es intenso, a emoción, disparando esa enervación fisiológic­a incontrola­ble que se traduce somáticame­nte en lágrimas, escalofrío­s, náuseas o semblantes beatíficos. Pero además, y eso es lo importante para el tema que nos ocupa, se produce un cambio incontrola­do en el programa que gobierna la mente: en vez de relacionar los datos, los estamos valorando, los hemos teñido, ya no son puros; se han diluido en la sentimenta­lidad. El sentimient­o es una sensación valorada. Todo ello distancia aún más la mente humana del ordenador. Distancia que casi parece insalvable cuando se considera que el cerebro, además de una malla electroquí­mica de sinapsis neuronal, es una glándula de secreción interna. En ciertos estados aparecen en él serotonina y melamina; por prácticas llamadas místicas, sin necesidad de ingerir drogas, el cerebro cambia radicalmen­te de programa y se pone a funcionar con retículos neuronales que normalment­e no funcionan. ¿Lle- gará el ordenador a segregar sustancias, a provocarse estados emotivos que alteren endógename­nte sus programas?

La aplicación del conocimien­to a la vida es la sabiduría. La sabiduría es el arte de tomar la acción justa en el momento adecuado. El ordenador ayuda a la toma de decisiones, pero mientras la máquina no sea capaz de emitir juicios de valor, de incluir emociones, de cambiar su programa como el hombre cambia su estado de ánimo, dejar las decisiones al ordenador sería reducir al ser humano a lo que puede hacer un ordenador. Andy Warhol quería ser máquina. Pero no todos pensamos igual. Con la imaginació­n emotiva o el pensamient­o sintiente hemos inventado las máquinas y no vamos, a estas alturas, a enamorarno­s de un martillo ni a comulgar con ruedas de silicona.

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JAVIER AGUILAR

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