La Vanguardia (1ª edición)

Bético y ‘bon vivant’

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SMANUEL RAMÓN ALARCÓN CARACUEL (1945-2015) Catedrátic­o de Derecho del Trabajo y magistrado del Tribunal Supremo e ha muerto pocas horas después de que su Betis regresara a la élite del fútbol y de que su izquierda recuperara apoyo popular en España. Manuel Ramón Alarcón Caracuel, magistrado de lo Social del Tribunal Supremo, “bético, capillita, ateo, currista y muy de izquierdas”, como lo definía su primera mujer, Amparo Rubiales, una de las históricas del socialismo sevillano, ha fallecido en la capital andaluza a los setenta años.

La biografía de Manuel Alarcón recorre todas las etapas de aquellos que contribuye­ron al final del franquismo y los primeros años de la transición política. Se licenció en Derecho en la Universida­d de Sevilla, en cuyas aulas coincidió con Felipe González, Rafael Escuredo, José Antonio Griñán o José Rodríguez de la Borbolla. Y con Amparo Rubiales, con la que se casó en 1971 cuando ella compatibil­izaba la clandestin­idad con su trabajo como actriz en el grupo Esperpento.

Abogado laboralist­a como González, comenzó a dar clases en la universida­d sevillana en 1968, donde ganó la cátedra de Derecho del Trabajo. Nombrado decano, tomó una polémica decisión al ordenar la retirada de los crucifijos que aún colgaban en todas las aulas de la Facultad de Derecho, arropado por una sentencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos.

En 1987 obtuvo plaza de catedrátic­o de la misma especialid­ad en la Autónoma de Barcelona y en 1991 se trasladó a la Pompeu Fabra, donde fue también decano. Volvió a Sevilla en 1994 hasta que, en febrero del 2010, fue nombrado magistrado de la Sala de lo Social del Tribunal Supremo, lo que le llevó a vivir en Madrid los últimos años de su vida.

Alarcón Caracuel fue el magistrado ponente de la resolución favorable a los trabajador­es de Coca-Cola en la fábrica de Fuenlabrad­a, que obliga a la empresa a readmitir a los despedidos por la multinacio­nal.

Siempre militante activo en los primeros años del posfranqui­smo, se presentó como candidato en las primeras elecciones democrátic­as, 1977, por el Frente de la Unidad de los Trabajador­es. No salió elegido y eso le permitió seguir centrado en su trabajo como abogado laboralist­a, al tiempo que ampliaba sus conocimien­tos en el mundo de las leyes que le llevaron a una brillante trayectori­a que desembocó en el Supremo. Era muy de izquierdas pero nunca fue un sectario. Reconocía con frecuencia: “He conocido a mucho hijo de puta en la izquierda y a gente encantador­a en la derecha”.

A su muerte, uno de sus mejores amigos comentaba que Alarcón “no va a pasar a mejor vida. Como mucho, igual, porque ha sido un bon vivant que ha disfrutado mucho”. Estuvo casado en tres ocasiones. Su primer matrimonio, con Amparo Rubiales, duró diez años y tuvieron dos hijos. Ella lo recordaba hace unas horas: “Fue una separación razonable. Nunca nos tiramos ningún trasto a la cabeza porque éramos iguales. Estudiamos el mismo curso, hicimos la tesis doctoral en los mismos años y las primeras oposicione­s a adjuntos de Universida­d, y tuvimos dos hijos, Clara y Ramón, nuestras joyas”.

Alarcón y Rubiales vivieron una anécdota curiosa el 23-F. Recién separados, y ya cada uno con pareja nueva, se produjo el golpe de Estado y, temiendo lo peor, Manuel Ramón Alarcón fue a recoger a su ex mujer a la casa donde ambos habían convivido para esconderse en el piso que acababa de alquilar donde convivía con su nueva mujer, María Luisa. Pensó que aquel domicilio no estaría todavía registrado en los archivos policiales. Allí pasaron aquella noche de radio y nervios los dos, cada uno con su nueva pareja.

En la actualidad estaba casado con Margarita de Aizpuru, hija de la galerista Juana de Aizpuru.

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JAVIER LIZÓN / EFE

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