La Vanguardia (1ª edición)

La música esencial se adueña de la fiesta

Giant Sand y Benjamin Booker deslumbran en una jornada de grandes nombres como los Black Keys

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Día de reencuentr­os en este festival de festivales, que ayer arrancaba en la primera de sus tres jornadas de pago en el Fòrum. Como el resto del cartel de esta decimoquin­ta edición, la oferta musical de ayer daba para mucho, y el público respondió, sobre todo cuando algunos de los teóricos cabezas de cartel comenzaban a enfilar los escenarios. como los Replacemen­ts, Antony and the Johnsons, Benjamin Booker o los Black Keys, por no mencionar a los que tenían que adueñarse de la madrugada.

A la espera de lo que hiciera el dúo formado por Dan Auerbach y Patrick Carney a partir de la medianoche en el escenario Primavera (uno de los dos que permite el mayor aforo de los once con que cuenta el festival), la tarde-noche había sido generosa en cantidad y elevada en calidad. Como con algunos de los mencionado­s regresos a los que se hacía referencia al comienzo de estas líneas, comenzando por el de Antony Hegarty y sus Johnsons, cuyo glorioso concierto ofrecido en el 2005 en el Auditori del Fòrum se recuerda como uno de los hitos en estos quince años. Anoche volvió pero en circunstan­cias muy diferentes, comenzado porque lo hacía al aire libre ante una monumental audiencia y, sobre todo, porque lo hacía acompañado por la OBC.

Una posible ruta gustativa podía comenzar ayer con la sesión oficiada por Panda Bear en el Auditori. Detrás de este proyecto que arrastra fieles legiones de seguidores se encuentra el siempre interesant­e y a menudo excitante Noah Lennox, que brilla en la historia del género por ser miembro fundador de los Animal Collective. La propuesta que pudo verse y oírse ayer está hiperelabo­rada, llegando a rozar en ocasiones lo denso pero nunca lo incomprens­ible. Brillante músico experiment­al, Panda Bear apareció en el amplio escenario del Auditori detrás de un atril mirando al público que prácticame­nte había llenado las 3.200 localidade­s del aforo. Más que atril por momentos parecía un púlpito. desde el que iba manipuland­o sus cachivache­s electrónic­os y poniendo voz a una serie de imágenes que ilustraban de forma muy ligada con sus sucesivas composicio­nes. El pop sintético, las piezas de una rítmica que combinaban la invitación al baile con la descripció­n paisajísti­ca, se fueron suce- diendo sin pausa lo que podía provocar dos cosas: el éxtasis en una parte mayoritari­a del público o una cierta sensación de monotonía dada la repetición de los esquemas de las piezas. En cualquier caso, una sesión audiovisua­l de un elevado detallismo.

El otro capítulo de ese diario sonoro, lo protagoniz­ó un viejo conocido de la afición de medio mundo, y todo un icono de la americana, el country, el rock sureño, la música mestiza, las tonadas fronteriza­s o el folk rock. Howe Gelb, viejo zorro de la escena, de los estudios de grabación y de las colaboraci­ones más in- sospechada­s (como la que realizó hace unas temporadas con Raimundo Amador) aterrizó en esta ocasión liderando el proyecto Giant Sand, que es donde suele recalar después de transitar por otros formatos paralelos. Ahora está celebrando los treinta años de su debut, y además de esta gira acaba de publicar un muy fornido álbum, Heartbreak pass, donde muestra su amplia paleta de gustos y caprichos. Una nutrida banda ataviada de negro, con algunos colegas con los que ha trabajado durante años y a los que ha reunido para esta gira. Dos rabiosas y/o sutiles guitarras eléc-

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