De aquellos polvos...
Terremoto electoral. Las placas tectónicas que venían colisionando desde 2008 han liberado su energía. Y todo ha cambiado. ¿Se habían enterado nuestras élites de lo que se cocía? ¿Podían haber actuado de otra forma? Hay que convenir que, una vez la crisis estalló, los desequilibrios generados bajo Aznar-Rato y Zapatero-Solbes hacían inevitable el colapso del PIB y la explosión del paro, y sus corolarios de pobreza y exclusión. Y dado el exorbitante endeudamiento, y con unos mercados internacionales recelosos, la estabilización presupuestaria era ineludible.
Pero aunque no podía evitarse la caída de bienestar, sí había alternativas en la distribución de los costes de ese ajuste. Y ahí es dónde tanto la Comisión Europea, como los gobiernos de Zapatero y Rajoy y en Cataluña el de Mas, adoptaron la política del avestruz: cargarlos, fundamentalmente, sobre las espaldas de los que menos tenían, y esperar a tiempos mejores. Ningún gesto serio de redistribución fiscal, que desplazara parte de la crisis sobre los más pudientes. No es extraño que una parte de la ciudadanía haya entendido que este proceso haya sido profundamente injusto. Además, el envejecimiento del país, con su negativo corolario sobre pensiones y extensión de la vida laboral, se ha añadido al tsunami de descontento en curso.
A esa indignación de origen doméstico, hay que sumar la generada desde el exterior. Primero, la provocada por la globalización, con sus negativos efectos sobre salarios y empleo, por caída de precios de los productos finales, compresión de márgenes empresariales, ajuste salarial y exigencias de mayor productividad. Segundo, la generada por la reducción del bienestar que provoca el cambio técnico, son su destrucción de empleo de calidad media y media alta, lo que acentúa la pauperización de partes crecientes de las clases medias.
La suma de esa injusta gestión de la crisis, problemas en pensiones y globalización y cambio técnico, junto a otros factores políticos (corrupción, por ejemplo), explican la profunda irritación de sectores muy golpeados por la recesión (¡la última Encuesta de Condiciones de Vida detecta un 23% de niños en hogares pobres!), así como la de clases medias, que contemplan un futuro peor para sus hijos.
En el corto plazo, nada podía hacerse frente a los impactos externos, aunque debería haberse preparado al país para soportarlos. Pero sí podía afrontarse un reparto equitativo del ajuste o encarar el drama de la baja natalidad. Nuestras elites, que ahora tanto se preocupan por los resultados del domingo, recuerdan aquellas que regían los destinos de centroeuropa antes de 1914, tan bien descritas por Margaret MacMillan en su The war that ended peace. The road to 1914 (2013). Impertérritas ante los cambios que se operaban, condujeron a sus países a una catástrofe de proporciones históricas. Hoy no estamos en esa situación. Pero hoy, como ayer, nada es casual. De aquellos polvos estos lodos.
No es extraño que parte de la ciudadanía perciba que el ajuste ha sido muy injusto