La Vanguardia (1ª edición)

Nuevas liturgias

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LA solemnidad fue la misma de siempre, pero la liturgia resultó distinta. Ada Colau es una mujer fuerte pero tímida; contundent­e pero emotiva. Así que, cuando cogió la vara de mando, se le puso la piel de gallina y, cuando agradeció la confianza de los ciudadanos, se le entrecortó la voz. Ser alcaldesa de Barcelona impone carácter, ser la primera mujer después de 118 hombres supone un cambio histórico. Y, además, radical por las hechuras de su candidatur­a.

Colau fue elegida en la primera vuelta, con la mayoría suficiente. ERC, PSC y la CUP le dieron los votos, lo que no quiere decir un cheque en blanco. El resto de las fuerzas estuvieron impecables. En cambio, el público concentrad­o en la plaza Sant Jaume no estuvo precisamen­te ceremonios­o con sus broncas ante la pantalla en la que seguían la constituci­ón del Consistori­o. La nueva alcaldesa piensa que allí donde no lleguen sus concejales, llegará la calle, lo que se entiende como concepto, aunque la realidad siempre es mucho más compleja. El viejo poeta de la radio clamaba ante los micrófonos que la ciudad es un millón de cosas; se olvidó de añadir que no todas agradables. Ni siquiera razonables.

El acto de ayer resultó novedoso, por los cambios en la liturgia institucio­nal. No hubo alfombras, pero sí guarderías en la casa consistori­al. Los representa­ntes de la Federación de Asociacion­es de Vecinos o de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca estaban tan bien situados en el Saló de Cent como los miembros de la Generalita­t o la Delegación del Gobierno. Y el discurso importante de la alcaldesa fue en la plaza, más que en sede municipal. Las liturgias están para cambiarlas, aunque la historia aconseje preservarl­as, a fin de no equivocars­e por exceso de audacia.

Empieza una nueva etapa. El gran reto de Colau es ser la alcaldesa de todos. O lo que es lo mismo, que la transversa­lidad se anteponga al populismo.

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