La espía que sabe demasiado
Marita Lorenz, de 75 años, que fue confidente de la CIA, explica en sus memorias cómo por amor se negó a envenenar a Fidel Castro y acusa a la CIA del asesinato de Kennedy
FWashington. Corresponsal idel Castro era un tipo impresionantemente guapo, me enamoré de él por su atractivo físico, pero en la cama... en la cama no era nada del otro mundo, mientras hacía el amor pensaba en otras cosas... Yo tenía la misión de envenenarle, pero no pude, no quise hacerlo”. Esta y otras historias asombrosas las explica en su humilde apartamento de Baltimore Marita Lorenz, una mujer de 75 años que asegura haber vivido en primera persona los acontecimientos que marcaron la historia del siglo XX .
“También vi cómo preparaban el asesinato de Kennedy, lo organizaron los mismos que luego espiaron para Nixon en el Watergate”. Resulta tan novelesco que cuesta creer en todo lo que dice, pero ilustra sus recuerdos con fotografías junto al comandante. En la red circula un vídeo en el que aparece rodeada de hombres, entre ellos Lee Harvey Oswald, presunto asesino de Kennedy; Jack Ruby, el hombre que mató a Oswald, y Frank Sturgis, condenado por el Watergate.
¿Qué hacía una chica alemana como ella en sitios como esos? “Yo les daba lo que querían, información”. Efectivamente, Marita fue una espía que trabajó para la CIA, para el FBI y también para la mafia, pero en este caso como party girl. De todo aquello quedan algunas fotografías y muchos recuerdos que Marita recoge ahora en un volumen de memorias que acaba de publicar editorial Península.
Yo fui la espía que amó al Comandante se lee como una novela negra cargada de sexo, drogas, traiciones, conspiraciones y asesinatos, en especial el episodio que relata la misión de envenenar a Fidel. Marita conoció al comandante cuando tenía 19 años a bordo de un barco alemán. Lo describe como un amor a primera vista por ambas partes. Tuvieron una relación de ocho meses y medio. Marita asegura que quedó embarazada y que le robaron el bebé, pero años después Fidel le presentó a un hombre hecho y derecho, el supuesto hijo de ambos, Andrés. La amante de Fidel fue reclutada por la CIA, que la entrenó para matar al líder cubano. En el libro explica que no pudo envenenarlo porque las píldoras que contenían el veneno se diluye- ron en un bote de crema facial. No queda claro entonces si no lo envenenó porque no quiso o porque no pudo: “No, yo no quise hacerlo –dice ahora–, yo le amaba y puse las pastillas en el bote de crema para que se estropearan y tener un pretexto para la gente de la CIA”. Fidel dedujo que la habían enviado para matarle y le invitó a quedarse en Cuba. Marita declinó y “luego me he arrepentido toda la vida”. Los recuerdos de aquella vida agitada ayudan a Marita a conllevar ahora una vida de privaciones, pero sueña con reencontrarse algún día con el comandante. “Sé que está enfermo y muy mayor, pero intentaré viajar a La Habana desde Alemania, que es más fácil”.
Fidel fue el amor de su vida, pero no el único, sólo el primero de una larga lista. También tuvo una relación con el dictador venezolano Marcos Pérez Jiménez, un ultraderechista anticomunista que odiaba a Fidel Castro. Marita explica que “alguna vez, cuando estábamos juntos y Marcos había bebido, llamaba a Fidel para decirle: ‘Estoy en la cama con tu chica’”. Cuando lo recuerda, Marita, que se expresa en inglés, pronuncia en español con acento caribeño la respuesta del comandante desde el otro lado del teléfono: “¡¡¡Hijo de la gran puta, el coño de tu madre!!!”.
Aunque quizá el episodio más interesante del libro y de la vida de Marita Lorenz fue su vivencia de los preparativos del asesinato del presidente Kennedy. Viajó de Miami a Dallas con los que perpetraron el magnicidio y asegura que no le ocultaron sus intenciones. “Vamos a matar a Kennedy”, le dijeron. Pero ella se lo tomó a broma.
Su testimonio sobre el magnicidio de Dallas fue rechazado pero ella aparece en un vídeo con Oswald y Ruby
Una comisión del Congreso la calificó como “testigo no creíble”, pero ella lo atribuye a que “no les interesaba conocer la verdad porque implicaba al servicio de inteligencia ”. De ahí su escepticismo: “Ya no creo en la política ni en la religión, que son inventos del hombre para matar”. Guarda un especial rencor a la CIA y a la Administración estadounidense, a quien culpa de su penuria. “Después de los servicios que presté no tengo pensión ninguna”. Ahora quiere regresar a su Alemania natal y dejar este viejo apartamento de Baltimore, una ciudad peligrosa que este mes ha batido récords de asesinatos: 55 sólo desde el 1 de mayo.