EL EPO TAJE
Mauritania, un país que dobla en tamaño a España, bañado por el Sáhara, se apoya en la pesca y la minería para alcanzar el ansiado desarrollo
acento mandarín. En los últimos años, China se ha convertido en el primer socio comercial del país. Además de su mejor cliente de los caladeros de la costa mauritana, 754 kilómetros de playa a reventar de marisco y pescado, el gigante asiático compra hierro, oro y cobre a cambio de construir ministerios, puertos o carreteras. Las exportaciones a China multiplican por dos las de sus otros cinco mejores clientes juntos: Italia, Japón, Alemania, EE.UU. y España.
La pesca es uno de los pilares de la economía mauritana, pero el otro está en las montañas negras del desierto: el hierro.
Vista desde arriba, la mina Guelb parece un bocado de un gigante en la montaña. Los camiones que transportan la roca, con ruedas de tres metros de altura, parecen diminutos. De vez en cuando, una alarma avisa de una explosión controlada que dinamita las entrañas de la roca. “Esto antes era una montaña de 500 metros de altura, en breve será un agujero de 180 metros de profundidad. Este proyecto va a cambiar la economía de Mauritania”, anuncia Mohamed Melainine, ingeniero de minas de la Sociedad Nacional Industrial y Minera (SNIM), dueña de la explotación. La empresa supone un 30% del producto interior ruto nacional y emplea a más de 5.000 personas, pero el plan es que en diez años los 13 millones de toneladas anuales de hierro se conviertan en 40 millones y se duplique la cifra de trabajadores.
Detrás de parte de ese incremento en la producción está el in- genio catalán. La empresa Copisa, especializada en obra civil, rehabilitación y edificación, construye desde el 2012 la nueva planta de enriquecimiento de hierro Guelb II. En su fase final de puesta a punto, tras el verano la planta producirá cuatro toneladas más de hierro.
La visión en mitad del desierto de un monstruo de hierros, pasa- relas y mecanos del tamaño de un edificio de seis plantas impresiona y certifica que el Gobierno mauritano no va de farol en sus planes de exprimir la gallina de los huevos de oro de su economía. El coste del proyecto, coordinado por la compañía de l’Hospitalet de Llobregat, finalmente rondará los 150 millones de euros y no exhibe con justicia las dificultades de un proyecto que ha obligado a trasladar a hasta 980 trabajadores de 23 nacionalidades distintas al recóndito Sáhara mauritano. “Es uno de los mayores retos de la compañía, y la mayor obra de Copisa en el extranjero sin ir de la mano de otras empresas. Las dificultades logísticas y climáticas son importantes”, explica Luís Olaiz Cuevas, director de construcción de Guelb II.
Además de las barreras idiomáticas –muchos trabajadores locales no hablan francés– y logísticas –con el puerto a 650 kilómetros de distancia y sin carreteras que conecten con el desierto–, las temperaturas de más de 50 grados han sido otra gran cruz. En varios momentos, tuvieron que trabajar de noche y echar hielo al agua para evitar que el calor agrietara el hormigón. Pese a las dificultades, la empresa mira con optimismo el futuro de Mauritania: ya busca nuevas oportunidades en el país.
Las minas de hierro del norte, claves para el futuro, se acercan al 40% del PIB del país La empresa Copisa lidera el proyecto que multiplicará la producción de hierro